UNA SALIDA DEMOCRÁTICA PARA NUESTRA CRISIS

Gustavo Ruz  
Octubre 1983  

El éxito más trascendente de la recién concluida Conferencia Extraordinaria del Partido Socialista en el exterior consistió en demostrar su capacidad para catalizar la rebelión orgánica de la abrumadora mayoría de la militancia. Esta militancia ha rechazado el viraje derechista de la cúpula direccional del exilio, situando al Partido en el camino correcto y consecuente para la resolución de sus contradicciones internas que dieron lugar a la crisis más profunda, abierta, prolongada y definitiva de su cincuentenaria y combativa historia.

La mayoría de los militantes activos del exilio estuvieron representados o adhirieron a este evento inédito -como tantas cosas que nos depara el futuro-, contando con el reconocimiento de la Dirección Interior, que saludó la profunda rectificación iniciada en contra de las resoluciones del tristemente célebre Pleno-asamblea de julio. La Conferencia estableció las bases para una salida democrática, revolucionaria, unitaria y legitima a la crisis del Partido, en el marco del vigesimocuarto congreso de nuestra organización.

Se constató allí que la radicalización de la lucha antifascista de las masas en los últimos meses puso de manifiesto las graves carencias del PS y especialmente de su dirección, que no pudo situarse en la vanguardia de ese movimiento para asegurar su ascenso y continuidad en la perspectiva insurreccional. Esta deficiencia, que también pudo ser observada en otras fuerzas de izquierda, enfrentó al Partido ante la "hora de la verdad”, vale decir, ante cuestiones fundamentales de su teoría y práctica política, que desde hace tiempo merecían respuestas definitivas, relativas al carácter del Partido, a la lucha de masas y la vía de nuestra revolución democrática y a la política de alianzas.

En efecto, la rapidez con que surge, se desarrolla y triunfa esta rebelión orgánica tanto en el interior como en el exterior, se explica precisamente porque la suma de errores y desviaciones cometidas por el sector direccional encabezado por Clodomiro Almeyda en el montaje de su operación política -que autodenominó "gran salto ornamental”- y el estruendoso fracaso de la misma, pusieron al desnudo Su incapacidad para resolver desde un punto de vista revolucionario, las tres cuestiones anotadas en el párrafo anterior.

 

Desde que se perfila el estallido social, precipitado por el derrumbe del modelo económico del régimen y su falta de respuestas políticas al mismo, la izquierda consecuente solo tuvo una opción: insertarse y esforzarse por dar conducción y continuidad a la lucha de masas, fortalecer su organización y forjar la unidad de todos los sectores de vanguardia al calor de las jornadas de protesta y acumular, en el transcurso de las mismas, la fuerza propia que le habilitara para seguir adelante hacia el derrocamiento del régimen. En definitiva: salir del reflujo y exhibir ante el país una clara alternativa democrática, nacional, popular y revolucionaria.

La otra opción era usar de pretexto la supuesta debilidad del movimiento popular-revolucionario para claudicar y sumarse, como quinta rueda del carro, a las propuestas políticas, a las alianzas excluyentes, a los “diálogos” y conciliábulos promovidos por los distintos sectores de la burguesía, del propio régimen y del imperialismo, cuyo común denominador es, precisamente, impedir que la insurgencia de las masas desemboque en “otra Nicaragua”. Para ello, nuestro Partido debía renunciar a sus ideales revolucionarios. Pues más allá de sus divergencias, los sectores burgueses admiten en el marco de sus respectivos proyectos la existencia de un “partido socialista”, siempre y cuando su práctica política no represente peligro para la dominación oligárquica. Por lo tanto, un tal partido debe ser incapaz de acometer la gigantesca tarea que encomendaron, hace 50 años, los fundadores del Partido Socialista de Chile: la consecución de una República Democrática de Trabajadores.

 

La visualización, por parte del bloque dominante, del fracaso en toda la línea del régimen de Pinochet, desde mediados de 1981 puso a la orden del día la urgencia de una vasta operación de inteligencia política tendiente a adecuar los distintos dispositivos de la sociedad civil para hacerlos funcionales a un proceso de "transición ordenada" hacia nuevas formas de "democracia restringida”. Que dieran garantías a los intereses hegemónicos del imperialismo estadounidense y a la oligarquía criolla. En este sentido, Chile no es ajeno a un proceso digitado desde Washington, particularmente después de la crisis de las Malvinas, que apunta a una descompresión gradual de la situación en el Cono Sur, por distintas vías, pero con el común propósito de franquearle el paso a salidas demasiado radicales, favorecidas por la alta explosividad de las luchas de clase en toda la región.

Ya en abril de 1980, el dirigente democratacristiano Andrés Zaldivar reiteraba públicamente la necesidad de un “socialismo democrático” constituido por "los grupos socialistas que destierren la violencia y el leninismo de sus postulados de acción". El propio ministro del Interior, Sergio 0. Jarpa, sumándose a las reiteradas sugerencias que desde hace años viene formulando el diario "El Mercurio”, reclamó recientemente la existencia de un partido socialdemócrata, como en tiempos pasados, distinto del PS actual "aliado de los comunistas”, que a diferencia del primero quedaría definitivamente proscrito en el esquema “aperturista” de las autoridades chilenas.


"Pero la cúpula direccional exiliada sabía que las bases y las instancias regulares del Partido jamás darían luz verde a semejante operación política..."


Como se puede apreciar, ese tipo de PS, funcional al aperturismo bajo control imperialista o al recambio de Pinochet dentro del mismo régimen, aquel que vienen postulando desde hace tiempo los distintos grupos de derecha escindidos del Partido. Refiriéndose a ellos el c. Almeyda, en una entrevista concedida a un periodista español. En mayo de 1979, declaraba:

"Los grupos más bien a la derecha, proclives en general a apoyar una solución de centro, como salida a la caída del fascismo, que han perdido la fe en sus idearios socialistas y que son instrumentados por fuerzas ajenas al Partido, que tanto en el interior como en el exterior del país intentan preparar una alternativa de recambio de Pinochet que permita conservar lo establecido en Chile, incluso, algunas de ellas, conservar también el modelo económico que Pinochet ha impuesto, sin darse cuenta que es imposible mantener este modelo económico excluyente y concentrador sin la represión que caracteriza al régimen. Estas fuerzas han tratado hasta hoy, inútilmente, de crear en el Partido Socialista movimientos internos acordes con sus orientaciones: En el fondo, estas tentativas están dirigidas a dividir el movimiento popular, a separar al Partido Socialista del Partido Comunista (cuya unidad es la unidad de la clase obrera chilena), a liquidar a la Unidad Popular como nucleamiento de la izquierda chilena y a favorecer, en consecuencia, a las corrientes opositoras de derecha que pretenden la caída de Pinochet, que su régimen sea sustituido por una nueva variante reformista que, a mi juicio, ya la historia ha cancelado en nuestra patria” (*)

Pero cuatro años más tarde, en julio de 1983, el propio Almeyda llega a la conclusión de que “los días de la dictadura están contados” (**) y le atribuye, por tanto, la máxima urgencia y prioridad a la fusión de su partido con estos grupos que tan certeramente estigmatizaba en 1979. Por esa vía intenta llegar a un pronto acuerdo precisamente con aquellas "fuerzas ajenas al Partido... que preparan una alternativa de recambio de Pinochet”


(*) Véase: “La opinión del Partido sobre un relevo y expulsión”, Pág-33, folleto editado por el Secretariado Exterior del Comité Central del Partido Socialista, mayo 1979. Los subrayados son nuestros. (**) Cable de agencia AFP, citando a la prensa venezolana.


Cabe destacar, que esos grupos "más bien a la derecha", se agrupaban a la fecha en el CEPUS, Comité de Enlace Permanente de Unidad Socialista, el cual aparecía claramente desvinculado de las luchas de masas, tanto es así que sólo después de la tercera jornada de protesta se interesó por ocupar un puesto en el comando coordinador de las mismas.

Es decir, el “gran salto ornamental" no era para potenciar la fuerza de masas allegando aliados que la fortalecieran, sino que, por el contrario, significaba la inserción en el proyecto de recambio liderizado por las fuerzas de centro y derecha que pretendían capitalizar para su propio fin aquellas luchas de masas, temiendo la perspectiva revolucionaria de las mismas.

Pero la cúpula direccional exiliada sabía que las bases y las instancias regulares del Partido jamás darían luz verde a semejante operación política que significaba, en buenas cuentas y en un solo movimiento, “resolver” por la derecha las contradicciones existentes en cuanto al concepto sobre el carácter del Partido, las formas de lucha y la política de alianzas.

Que el c. Almeyda tenía plena conciencia de que una operación de esta naturaleza, similar a la que intentó el c. Altamirano en 1979, agudizaría las contradicciones internas del Partido, implicando su división, queda de manifiesto en su propia afirmación hecha en un artículo de nuestra revista teórica en 1980, en la que se felicitaba de que nuestra organización hubiera podido “depurarse” de los sectores derechistas:

"Desde luego, cuando hablamos de partido revolucionario leninista, no estamos diciendo ni partido monolítico, militarizado, sin democracia interna ni capacidad de renovación y de autocrítica. Estamos, si, queriendo apuntar a que, para ponerse a dirigir a las masas y conducir un proceso revolucionario se requiere de una instancia político-orgánica de vanguardia, con una inspiración ideológica única y profunda, dotada de una línea política madura y con una fuerte dirección centralizada y colectiva, integrada por militantes comprometidos y responsables y que aspire a convertirse en la fuerza dirigente de las masas y de la revolución, o a contribuir privilegiadamente a su gestación, a través de la práctica aleccionadora y del esfuerzo consciente, disciplinado y creador del conjunto de la organización. Sin querer, repetimos, hacer un paralelo entre la escisión "socialista” y el modelo de partido a que aspiramos y que, contra viento y marea estamos construyendo exitosamente en Chile y en el exilio, está claro que entre una cosa y otra no hay nada en común. Diríamos más: precisamente hemos logrado positivos y estimulantes avances en nuestra tarea de construcción de partido porque se han alejado de nuestra organización los principales portadores de las prácticas caudillistas, personalistas, individualistas y de los divisionismos ideológicos. En resumen, nos han abandonado elementos representativos de los resabios de un pasado en trance de superación Y que testimonian la supervivencia de núcleos irreductibles y resistentes al desarrollo cualitativamente superior de una auténtica vanguardia revolucionaria.” (*)


(*) Véase; “En torno a una escisión", en: Cuadernos de Orientación Socialista, N.3, sept. 1980, pág. 32. Los subrayados son nuestros.


Precisamente, acotamos nosotros, Almeyda, tres años más tarde abdica en la tarea de hacer del PS “una auténtica vanguardia revolucionaria” porque intenta fusionar el tronco histórico" socialista con aquellos grupos derechistas con los que pocos años antes no tenía “nada en común”. Por ello rompe la legalidad partidaria, reconoce, apoya y legítima desde el primer momento a la fracción minoritaria de derecha de Stuardo, Soto y González, lanza una campaña desde el exterior para destabilizar la Dirección Interior, promueve, conscientemente, una campaña de culto a su personalidad y realiza un itinerario de asombrosa similitud con el que recorrió en 1979 Carlos Altamirano.

Ahora está claro: se trata del mismo proyecto político, incompatible con el proyecto de “partido revolucionario leninista”. Ello explica que Almeyda desenterrara con toda solemnidad, en el Pleno-asamblea de julio, la bandera de “la gran familia”. Veamos que decía la Dirección Interior del Partido en mayo de 1979 sobre este concepto de la “gran familia socialista”:

"La revolución democrática, en Chile, es posible"

"Así, la idea que poco a poco ha venido redondeando el compañero Altamirano sería la de un Partido Socialista virtualmente "federativo”, es decir, un PS en el que tuvieran representación tendencial las distintas vertientes ideológicas que han contribuido a su formación y desarrollo histórico y en el que, por esa misma característica, el criterio central de conducción política de la organización sería el del arbitraje político entre las tendencias que lo compondrían, criterio que ha sido la norma y característica del rol conductor que el c. Altamirano mostró en sus ocho años como Secretario General del Partido. El razonamiento que fundamentaría tal proposición de tal proposición de Partido, estaría dado por el hecho de que el PS ha sido históricamente “una "gran familia", ideológicamente heterogéneo y que es precisamente esa característica la que le ha permitido su gran arrastre de masas: por lo tanto, tratar de “homogeneizarlo” ideológicamente, significaría, en esa concepción, de hecho: “jibarizar” al PS, es decir, reducirlo a estar constituido por “los puros, los duros, y los maduros” al decir del c. Altamirano, marginando a vastos contingentes del seno y conducción partidaria.

A juicio de la Dirección Interior ese planteamiento es retrógrado, pues eleva a la categoría de virtud, uno de los rasgos que han sido la causa, precisamente, de ka ineficiencia política relativa del PS en el pasado, que ha sido casi siempre capaz de definir la correcta línea política y estratégica en sus Congresos, pero que ha sido incapaz de traducirla, de manera igualmente correcta y consecuente, en la práctica política ...” (*) 

Hay que reconocerle, sin embargo, a Carlos Altamirano que fue más consecuente en su esmero de preservarle, a todos los miembros de la “gran familia” un lugar en el seno de nuestra organización. En cambio, Almeyda, urgido por la “inminencia del recambio”, decidió


(*) Véase: Declaración pública de la Comisión Política del Comité Central clandestino, Chile, 8 de mayo de 1979: Publicada en el folleto; “La opinión del Partido“ sobre un relevo y expulsión", pág-21. Los subrayados son nuestros.


Sacrificar nuestra organización, comenzando por revisar la línea política, para avanzar en su propio proyecto político. Para ello era necesario eliminar todo resabio de democracia interna, reprimir la expresión de la opinión de la militancia, romper el consenso interno, acorralar cuanto fuera posible a quienes se resistían al viraje de la política del Partido, tanto en el interior como en el exterior y copar el poder, sin ambages, en alianza con la derecha del Partido, en una impresionante sucesión de gestos autoritarios, ilegítimos y personalistas en los que jamás incurrió su predecesor. Así como el “proyecto de partido revolucionario leninista” requería depurarse de la derecha, la involución al populismo y al reformismo le obligaba a “depurarse” de la izquierda, por mucho que se hubiese apoyado en ella tan solo cuatro años.

Estos hechos desmienten inequívocamente a quienes pretenden atribuir un mero carácter “táctico” al golpe de timón implementado por la cúpula direccional en el Pleno-asamblea de julio. Si la decisión estratégica insurreccional se hubiese mantenido a firme, el Partido habría relevado el papel de los cuadros con mayor capacidad político-organizativa para insertarse en el alzamiento de las masas y profundizar su carácter rupturista. Pero fue precisamente estos cuadros a los que se persiguió y desplazó de los niveles direccionales del interior y del exterior, reemplazándolos por aquella fracción minoritaria derechista que desde hacía tiempo venía apostando a las alianzas excluyentes y a las negociaciones de cúpulas carentes de principios, como fórmula privilegiada de “hacer política”.

 

Para la fracción derechista, la misión histórica del socialismo chileno es la de constituir un partido "bisagra", o dicho de otra forma, un partido situado siempre en el "centro geométrico” de la izquierda chilena. Para algunos sectores todavía, más derechistas bastaba con que el Partido se transforma en un "ala izquierdista” de las fuerzas de la oposición burguesa al régimen. De imponerse esta posición, en la práctica se condenaría al Partido a tener que, antes de adoptar cualquier decisión, mirar para los lados y luego lanzarse por el medio. Los partidarios de esta concepción de partido, en verdad; carecen de proyecto político y no comprometen su quehacer futuro, para así quedar con las manos libres para oscilar a la izquierda o derecha, en actitud seguidista ante otros destacamentos que si influyen por fuerza propia sobre el proceso social. De aceptarse la concepción descrita, que hace del oportunismo la línea central de la propia política, el PS debería resignarse al mero papel de mediador, tareas para la cual no se necesitan bases orgánicas sólidas sino muchas “personalidades” para los vaivenes de las cúpulas.


"Si la decisión estratégica insurreccional se hubiese mantenido a firme, el Partido habría relevado el papel de los cuadros con mayor capacidad político-organizativa para insertarse en el alzamiento de masas..."


Por lo visto, esta proposición de partido ha pasado a predominar en el proyecto de Almeyda. Solo así se explica el turbio itinerario de alianzas y pactos recorrido por la dirección Almeydista en cuestión de semanas, ante la perplejidad y confusión de la base popular y partidaria. Primero, en marzo, es arrastrada al "Manifiesto Democrático” con su controvertida "declaración de principios”. Después de reconocer las ventajas de la "Multipartidaria", los "socialistas aperturistas almeydistas” se integran a la “Alianza Democrática”. Con el apoyo que les concediera Almeyda en el Pleno-asamblea de julio, renuncian públicamente a la meta del derrocamiento de la dictadura, aceptan la "legalidad" impuesta por Pinochet y tratan de dividir a la izquierda. Con ello le facilitan al régimen el tiempo político que este necesitaba para un retroceso táctico destinado a restablecer una posible alianza con el conjunto de la burguesía, en el marco de una “apertura” y un “diálogo” fraudulentos, cálidamente elogiados por el gobierno de los Estados Unidos.

Más tarde, a fines de agosto aparece nuevamente el PS arrastrado a un "Bloque socialista” con el CPUS y los sectores derechistas de la Convergencia, anunciando su distanciamiento con el PC “mientras éste no abandone la línea de rebelión popular”, Varias semanas más tardes, el mismo Partido aparece adhiriendo a la iniciativa del PC, de unidad de la izquierda en Frente Democrático Popular, que luego pasó a llamarse Movimiento Democrático Popular.

No faltaron los audaces que interpretaron todo este seguidismo como genial articulación de una igualmente genial política, la de los “anillos concéntricos”. Según esta política, el Partido estaría presente en" los siguientes tres "anillos", ejerciendo en cada uno y en el conjunto su "hegemonía”: un anillo democrático-antifascista, uno de unidad socialista y otro de izquierda, todos los cuales pasarían por un “eje ordenador”, que sería el PS.

Pero la idea de que el Partido en la práctica efectivamente estaba cumpliendo su función “ordenadora”, no resiste el menor análisis. El “anillo” más visible ante la opinión pública es el de la Alianza Democrática, precisamente aquel con el que se pone fin a 27 años de unidad socialista-comunista, se reniega de la línea política sostenida hasta entonces y se pide a las masas "moderación" para no producir un vuelo radical en la sociedad chilena. Se trata de un anillo excluyente, representativo precisamente del tipo de “democracia” que siempre hemos rechazado los socialistas. Los demás “anillos” son más bien adorno. La supuesta unidad socialista, “anillo" integrado funcionalmente al anillo de la Alianza Democrática, es una alianza exclusiva de los sectores más derechistas y claudicantes. El tercer "anillo”, el de la "izquierda en su conjunto", no llegó a constituirse jamás, porque tan solo se aceptaba a regañadientes ante la presión de las bases y demás fuerzas de la izquierda que exigen una rectificación ante el oportunismo demostrado en los días posteriores al Pleno-asamblea de julio.

El resultado general de los “saltos ornamentales" necesarios para implementar la política de los "tres anillos" no puede ser más desastroso para sus propios ejecutores; el sector de Almeyda quedó, por la fuerza de los hechos y no por voluntad propia, fuera de la Alianza Democrática, fuera del “socialismo reunificado” en el “Bloque” (constituido por Stuardo con el CPUS y la derecha de la “Convergencia”), seriamente desacreditado en el movimiento popular y con una rebelión orgánica de sus bases mayoritaria en el exterior y casi unánime en el interior, que ha resuelto, por cuenta propia, convocar al Vigesimocuarto Congreso del Partido, al que tanto temía la cúpula almeydista.

No es éste, desde luego, solo el fracaso de un hombre, por mucho que él mismo exacerbara la autopromoción de su figura y del chauvinismo partidario para encubrir tanto la esencia capituladora del viraje político como su necesario correlato, el liquidacionismo orgánico. Es mucho más que eso. Se trata de un revés definitivo de una práctica política sostenida por una cúpula direccional incapaz de sacudirse de viejas concepciones y estilos de "hacer política", a pesar del cambio sustantivo de las reglas del juego que impuso en los últimos diez años el régimen militar. Esta incapacidad le ha hecho incurrir a esta cúpula direccional, en una impresionante sucesión de divisiones, retrocesos y fallos en el último decenio, respecto de los cuales obstinadamente se resiste a responder ante las bases militantes, ante el pueblo y ante la historia.

 

A pesar de que la crisis del Partido le ha restado fuerzas para insertarse con la energía requerida en los procesos de lucha de masas desarrollados en el país, ella también tiene algunos aspectos extremadamente positivos.

El remezón político producido por el alzamiento popular ayudó a definir quién es quién en la izquierda chilena y permitió reafirmar algunas verdades cuya asimilación por el movimiento democrático revolucionario facilitará enormemente su quehacer práctico y teórico. La rebelión de la militancia frente a la definitiva incapacidad de la actual cúpula direccional, la manifiesta decisión a superar las deficiencias internas del Partido mediante una inserción todavía más profunda en las luchas sociales de nuestra patria y el convencimiento de que la política del fortalecimiento de las fuerzas insurreccionales es correcta, permiten extraer conclusiones cuya, aplicación práctica nos llevara hacia la solución creadora de las contradicciones en las que se ha visto envuelto nuestro Partido.

Primero. Para derrocar al régimen fascista no se puede renunciar a ninguna forma de lucha ni excluir a ningún sector del pueblo que demuestre en la práctica su vocación democrática. El oportunismo y el reformismo claudicante, tal como les hemos visto en el periodo reciente, dejaron en evidencia su incapacidad para generar una correlación siquiera suficiente para el recambio de Pinochet, y mucho menos poner un proyecto político que goce del respaldo popular para sacar al país del abismo en que cayó en el último decenio.

Segundo. No es posible continuar postulando estrategias de lucha insurreccional contra la dictadura al mismo tiempo que se desarrolla una práctica política y un método de conducción propios del populismo, del paternalismo y de la demagogia, en el que se sitúa a la base militante y al pueblo mismo en el simple papel de "masa de maniobra” de cúpulas distantes que no están dispuestas a compartir los riesgos y las vicisitudes que la práctica insurgente trae aparejada.

Tercero. No hay alianzas posibles sin fuerza propia. Tal como lo demuestra la experiencia reciente, la fuerza propia del PS no se reduce a su propia militancia, sino a la unidad de la izquierda, cuyo elemento ordenador actual es la unidad PS-PC-MIR más otros sectores de izquierda escindidos de la Convergencia y del propio Partido. Entrar solos en el campo de maniobras del enemigo no permite establecer la hegemonía popular en una alianza con las fuerzas de la oposición burguesa, sino todo lo contrario. La teoría de los "tres anillos concéntricos” ha demostrado su absoluta falsedad. Las alianzas amplias y los compromisos de acción común con la burguesía opositora al régimen, son deseables y posibles, a partir de un proyecto alternativo del pueblo y de una conducción única de la fuerza política y social que este representa. Esta fuerza se manifiesta hoy en el Movimiento Democrático Popular.

Cuarto. La revolución democrática en Chile, es posible. Para lograrla es imprescindible configurar una vanguardia unificada, en la que el Partido Socialista debe jugar un rol fundamental. En el seno de nuestra organización ha madurado una conciencia revolucionaria que, por su desarrollo teórico y práctico en los últimos veinte años, por su asimilación creadora del acervo ideológico y del espíritu combativo que exhibió el Partido desde su fundación, por la experiencia en el plano nacional e internacional y por su capacidad para interpretar correctamente la situación del país e insertarse vitalmente en la ascendente lucha de masas, debe y puede asumir definitivamente la conducción del destino de nuestro Partido. La base partidaria demostró palmariamente que no volverá a ser sujeto pasivo de los “saltos ornamentales” como los que han dado, cada uno a su tiempo, Ampuero, A. Rodriguez, Altamirano, Almeyda y otros líderes. Esta militancia asumirá en plenitud las tareas de la revolución democrática.

Quinto. La factibilidad del proyecto histórico de desarrollo del Partido Socialista como vanguardia revolucionaria del pueblo chileno, pesa por abrir en su base mayoritariamente integrada por trabajadores e imbuida de una honda convicción y mística de lucha, las compuertas de la democracia interna, a fin de que en el plano de la unidad y legitimidad partidaria se exprese la voluntad de renovación y superación, imperativo ineludible ante la magnitud de la empresa a que nos hemos comprometido frente al pueblo chileno. Una vez abierto ese camino, la consecuencia verdadera entre lo que se dice y lo que se hace, entre la teoría y la práctica, nos permitirá recuperar y ampliar la presencia que a través de 50 años de lucha se supo ganar el socialismo en el corazón del pueblo chileno.