ANTIIMPERIALISMO Y LATINOAMERICANISMO EN EL PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE, 1933-1967

 

Introducción

Hablar de antimperialismo es referirse a un concepto político particularmente complejo, cuyos enunciados están lejos de obedecer a una corriente o tendencia ideológica en particular. El antimperialismo se expresa de formas diversas, pudiendo ser evocado como un aparato político discursivo, o bien, como una serie de valores y símbolos referentes a la independencia y soberanía de un Estado-nación por sobre cualquier injerencia de una potencia extranjera. La idea antimperialista carece de homogeneidad conceptual y práctica pudiendo ser invocada por más de una doctrina o corriente política, haciendo de este concepto uno de usos y significados políticos diversos.

América Latina confirma esta complejidad. La aparición del antimperialismo está ligada a la consolidación de la influencia de los Estados Unidos en la región durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX. La guerra hispanoamericana de 1898 y la penetración de los Estados Unidos en el continente después de la Primera Guerra Mundial marcan el inicio de un movimiento de denuncia política y resistencia cultural contra la influencia Yanqui al sur del Río Bravo. Sin embargo, hacia 1920 “el inicial sentimiento antinorteamericano de carácter reactivo y de denuncia, dio paso a una conceptualización que abordó el fenómeno de manera más global” 1, emergiendo nuevos análisis sobre las expresiones estructurales, principalmente político-estatales y económicas del imperialismo en el continente. Como apuntan Kozel, Grossi y Moroni 2, la idea antimperialista en Latinoamérica ha estado lejos de la homogeneidad ideológica y doctrinaria, implicando una modalidad de resistencia política y cultural capaz de adquirir distintas modulaciones discursivas, ya sea con fines instrumentales, prácticos o meramente “ornamentales”.

El antimperialismo ha sido un discurso fundamental a la hora de dibujar una identidad política y cultural latinoamericana, que en sus diversas modulaciones y expresiones prácticas se ha desarrollado en torno a dos alternativas: una vinculada a la idea de lo nacional, estrechamente ligada al concepto de Estado-nación y, otra, inspiradora de un nacionalismo de tipo continental, tendiente a enlazar las especificidades locales con aquellos aspectos comunes a todo el continente 3, permitiendo la elaboración de diagnósticos globales sobre el fenómeno y, en ocasiones, perspectivas comunes de emancipación e integración continental.

En Chile, son escasos los estudios que abarcan este tópico, restringiéndose principalmente al siglo XX. En esta línea destaca el trabajo de Hernán Ramírez Necochea, quien sitúa hacia finales del siglo XIX la aparición de un “sentimiento antimperialista”, compuesto por un conjunto de ideas sin contornos definidos e incapaz de guiar una política de resistencia práctica y sistemática contra la penetración extranjera. Para el autor, este sentimiento se consolida con la adopción de los marcos interpretativos de la doctrina socialista y la aparición de nuevas lecturas sobre la acción del imperialismo mundial inspiradas en el leninismo hacia 1920 4. Por otra parte, se encuentra el estudio de Fabio Moraga Valle sobre las tendencias latinoamericanistas, antimperialistas e indoamericanistas en el movimiento estudiantil chileno de la década de 1930. Durante la década de 1920, el sector socialista del estudiantado adscribió al arielismo y el internacionalismo proletario, pasando a suscribir, durante la década siguiente, las ideas indoamericanas del aprismo y diversas corrientes críticas de la internacional comunista, coexistiendo a partir de ese momento dos tradiciones del pensamiento antimperialista en la izquierda chilena 5 .

Por otro lado, el trabajo de Alfredo Riquelme sobre la visión de Estados Unidos en el Partido Comunista de Chile (PCCh) recalca la ausencia del antimperialismo en el ideario fundacional de este hasta la década de 1920, cuando los contactos con la Internacional Comunista introdujeron en el partido una perspectiva de liberación nacional en la que el antimperialismo cumple un rol fundamental. Sin embargo, su estudio apunta a que la praxis y matriz discursiva del antimperialismo comunista se desarrolló en “estrecha subordinación al punto de vista de la revolución proletaria mundial y la defensa de la Unión Soviética” 6 .

La literatura sobre el Partido Socialista de Chile (PS) comparte esta tendencia. Pese a que el antimperialismo es una posición fundacional y constante, su análisis está generalmente subordinado a consideraciones del tipo cultural, ideológico o político-estratégico. En esta línea, el trabajo de Ricardo Núñez7 señala al nacionalismo latinoamericano como la principal influencia de los dirigentes socialistas durante las primeras décadas de vida del partido; en este aspecto, el antimperialismo se configuró en torno al ideal bolivariano de la unidad continental y la defensa del patrimonio cultural y espiritual de la nación chilena. Por otra parte, Paul Drake menciona el desarrollo de una política antimperialista permanente, estrechamente ligada a las corrientes nacionalistas y populistas de la época. Para este autor, la relación del PS con partidos populistas latinoamericanos –como el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana)– explica la tendencia a la solidaridad continental y al nacionalismo americanista. Estas tendencias fueron fundamentales para que en el discurso socialista “el nacionalismo económico y la intervención extranjera fueran cuestiones políticas fundamentales para el futuro de Chile” 8. Por último, el trabajo de Benny Pollack y Hernán Rosenkranz enfatiza la adscripción ideológica al marxismo “como un método de interpretación y no como un dogma”, precepto que habría permitido una interpretación nacionalista, pero también abierta al intercambio con los distintos ismos de la izquierda global y a corrientes ideológicas y diplomáticas novedosas como el neutralismo, el castrismo, el tercermundismo, el antimperialismo y el latinoamericanismo 9.

El asunto más tratado por la bibliografía es el influjo de la Revolución cubana sobre la estructura, discurso y vida interna del partido. Cuba es señalado como un ejemplo de revolución paradigmática que radicalizó el discurso revolucionario y antimperialista del PS, proveyendo de nuevas alternativas estratégicas a las que los socialistas habrían adscrito acríticamente, aceptando el liderazgo político y la vocación continental del “castroguevarismo” durante la década de 1960 10.

Este artículo se propone caracterizar la trayectoria intelectual del pensamiento antimperialista en el Partido Socialista de Chile (PS), reconociendo su originalidad, momentos de cambio y continuidades durante el período 1933-1967. Hablar de una trayectoria intelectual implica reconocer que las ideologías, sus conceptos principales y lenguajes son construcciones que, si bien se expresan de un modo “más o menos formalizado”, siempre están sujetas al cambio, configurando matrices discursivas carentes de una coherencia interna sostenida a través del tiempo 11. En lo especifico, se postula que el socialismo chileno siguió de cerca las tendencias no comunistas de la política mundial, participando de instancias comunes con movimientos afines, permitiendo la formación de redes con distintas corrientes intelectuales de corte antimperialista y latinoamericanistas, que resultaron fundamentales para comprender las adscripciones ideológicas de un partido cuya diversidad interna se reflejó en sus relaciones internacionales 12.

Con distintas modulaciones, la idea antimperialista del socialismo chileno fue planteada como un imperativo de carácter programático que apuntó de forma sostenida a la articulación de una estrategia continental. El interés tempranero por la realidad política del continente se tradujo en una reflexión constante sobre los derroteros de la revolución americana y en la formación de una nutrida red de intercambios políticos e intelectuales que influyeron sobre la fisonomía discursiva e ideológica del partido. El PS leyó el fenómeno del imperialismo desde marcos interpretativos diversos, estrechamente ligados a la cambiante realidad internacional y al debate entre algunas de las principales figuras de la intelectualidad socialista, quienes además de asistir a distintas reuniones del socialismo latinoamericano, visitaron otras experiencias políticas de contenido emancipador y antimperialista fuera del continente que resultaron modélicas y, en ocasiones, polémicas para la reflexión del partido.

La actitud antimperialista, aunque aparentemente subordinada a los afanes antioligárquicos y antifeudales, entrelazó lo nacional con lo americano de un modo notable en el debate socialista. Las distintas adscripciones antimperialistas y latinoamericanistas inspiraron diagnósticos sobre el fenómeno imperialista en la región que ocuparon un lugar destacado en el análisis del proceso revolucionario nacional, ligando la suerte de este último al futuro de la emancipación continental y viceversa. Sin sustituir la reflexión sobre las especificidades nacionales, las corrientes antimperialistas también aportaron con marcos discursivos e interpretativos que avivaron el debate sobre las condiciones y posibilidades de la revolución en Chile.

El trabajo se enfoca en tres momentos claves del discurso y la política antimperialista del socialismo chileno. En primer lugar, se aborda el período comprendido entre 1933 y la Segunda Guerra Mundial, donde el antimperialismo fue entendido desde el enfoque indoamericanista promovido por el aprismo peruano. Durante este período, el PS se acercó a la experiencia mexicana de Lázaro Cárdenas y asistió a diversos encuentros regionales, fomentando una interpretación del proceso revolucionario que ligó lo nacional al marco general del desarrollo de América Latina, identificando sus rasgos comunes y coordinando los esfuerzos de los distintos movimientos afines de la región. Sin embargo, el ascenso del nazi-fascismo y el estallido de la guerra europea coparon el debate socialista, haciendo del antifascismo y la defensa del régimen democrático los asuntos más relevantes de la estrategia antimperialista.

En segundo lugar, se aborda el fin de la Segunda Guerra Mundial y la reconfiguración del escenario internacional en bloques ideológico-militares bajo la lógica de la Guerra Fría. Después de la guerra mundial, los socialistas prestaron especial atención a los procesos políticos nacionalistas y postcoloniales, rechazando abiertamente la política de bloques y el liderazgo político de la URSS sobre el “campo socialista”, elaborando nuevos diagnósticos sobre el proceso revolucionario en Chile y América Latina. Hacia 1950 se acercaron a la diplomacia de la tercera posición y se pronunciaron a favor de los procesos de liberación nacional en Asia y África, relevando la dominación y dependencia como rasgos comunes de estas regiones con América Latina.

Por último, se abordan las recepciones de la Revolución cubana y su influjo sobre el debate del PS. El triunfo de Fidel Castro y la beligerancia norteamericana a la, por entonces, joven revolución, captaron la atención y solidaridad de buena parte de la izquierda latinoamericana, inaugurando un momento de revaluación y reconceptualización de la política antimperialista en el continente que fue atentamente seguida en Chile. Las invasiones norteamericanas a Playa Girón en 1961 y a Santo Domingo en 1965 motivaron la aparición de un nuevo diagnóstico sobre la acción imperialista, que constató su recrudecimiento hacia formas de intervención militar directa. En este contexto, el PS suscribió a una nueva estrategia antiimperialista que se propuso la continentalización de las luchas por la liberación nacional, abriendo una nueva perspectiva para la revolución en América Latina y el Tercer Mundo que repercutió en la reflexión interna.

El PS, el indoamericanismo y la guerra mundial, 1933 - 1945

En 1924 fue fundado en México el movimiento aprista por el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre. El aprismo levantó una interpretación propiamente latinoamericana de la doctrina socialista, proyectando un movimiento de escala continental que buscó mancomunar los esfuerzos de los trabajadores manuales e intelectuales en todo el continente. El indoamericanismo aprista reconocía la historia de dominación e independencia, la raíz indígena y el pasado colonial ibérico como elementos comunes a los pueblos de Indoamérica, conjugando un ideal de partido y una estrategia con pretensiones continentales cuya mayor orientación fue la unidad americana en torno a sus valores propios 13. En palabras de Haya de la Torre: “Hispano o Iberoamérica es igual a Colonia; latinoamericanismo igual a Independencia y República; panamericanismo, igual a Imperialismo; e indoamericanismo, igual a Revolución, afirmación o síntesis del fecundo y decisivo período de la historia que vivimos” 14.

Esta actitud respecto de las raíces culturales de Indoamérica promovió un diagnóstico y un programa político afín para la emancipación de las veinte naciones latinoamericanas que, sin desconocer las particularidades nacionales, resaltó las características compartidas que hacen de Indoamérica una comunidad de fines y valores compartidos. El imperialismo extranjero fue sindicado como un problema de carácter económico, cultural y político, causante de la subordinación y el retraso del continente respecto de las potencias centrales; por esta razón, el discurso indoamericano adquirió una impronta autóctona, que desdeñó la importación y adaptación de “doctrinas o recetas europeas como quien adquiere una máquina o un traje” 15.

El APRA fue fundado en el exilio, y la expansión de su popularidad e influencia por el continente se debió tanto a la figura de Haya de la Torre como al trabajo proselitista y de difusión impulsado por la diáspora aprista en el continente16. En Chile, el indoamericanismo llegó por sus propios medios. Es conocida la presencia de exiliados apristas en Santiago y su inserción en los círculos editoriales por medio de Ercilla, editorial que publicó un nutrido repertorio de literatura aprista, también por su cercanía a personeros del movimiento socialista como Óscar Schnake y a movimientos como la Nueva Acción Pública de Eugenio Matte Hurtado, formando parte activa del escenario de la izquierda nacional durante la década de 1930 17. A inicios de la década, los apristas fueron invitados como conferencistas por algunos movimientos y tendencias socialistas, plegándose junto a la Alianza Revolucionaria Socialista a los doce días de República Socialista encabezados por Marmaduke Grove en 1932. Una vez formado el PS, los postulados internacionalistas del indoamericanismo fueron explícitamente aceptados por el nuevo partido, difundiendo artículos y entrevistas a miembros del partido peruano a través del semanario Consigna, la revista Rumbo y los periódicos Claridad y Crítica.

En su declaración de principios, el PS proclamó la necesidad de construir una Federación de Repúblicas Socialistas de Indo-América, capaz de poner fin al imperialismo capitalista y a toda injerencia extranjera en el continente. La posición indoamericana del PS se tradujo en el rescate del sentido nacional de la revolución chilena y la doctrina socialista, el rechazo explícito a las ideas extranjeras y en una especial atención a los vaivenes del socialismo latinoamericano. Lo anterior articuló un discurso donde lo nacional estuvo estrechamente ligado a lo continental, relegando las tradiciones y corrientes intelectuales foráneas a un segundo plano. En este sentido “Ni internacionalismo utópico e infantil. Ni un nacionalismo burgués, lugareño y chovinista. Ni una ni otra cosa. La revolución nacional de los trabajadores de Chile hecha por ellos y para ellos, pero empapada en el amplio espíritu internacional de la doctrina socialista” 18.

Desde esta perspectiva, el PS se acercó a la experiencia de la revolución mexicana durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), la cual fue destacada como un primer proceso antioligárquico, antifeudal y antimperialista, con contenido nacionalista y alcance latinoamericano. Para los socialistas, México se transformó en una experiencia digna de atención y estudio, pues “por mucho que varíen nuestras características nacionales en cada uno de nuestros países, aún hay rasgos típicos, genéricos a todos ellos, engendrados por el coloniaje español primero y por la presión imperialista después, que los encuadran a todos ellos en un común denominador de problemas esenciales” 19.

En agosto de 1936 se realizó en la ciudad de Guadalajara el Congreso de estudiantes de Indo-América y, en representación de la Federación de Estudiantes de Chile, asistió el militante de las Juventudes Socialistas, Jorge Téllez. La instancia, a la que concurrieron representantes de Cuba, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Argentina y todos los países de Centroamérica fue aprovechada por el PS para enviar un mensaje al Partido Nacional Revolucionario Mexicano (PNR), instándolo a cumplir “con el imperativo que le impone el momento histórico de asumir el puesto de estimulador, de guía, de propulsor del gran movimiento antiimperialista que alienta en las entrañas de todos los pueblos de indo-américa” 20.

En las páginas de Consigna, fueron publicados una serie de artículos sobre la Revolución mexicana que destacaron la reforma agraria y la liquidación del latifundio, la organización del campesinado y la nacionalización de los recursos petroleros como puntos principales de una política emancipadora y antimperialista. La serie de documentos estuvo a cargo del diputado Manuel Hübner 21, quien, además de haber fundado en 1935 la Asociación de Amigos de México, fue invitado a visitar el país por el PNR en 1937, llevando el mandato de promover el acercamiento entre ambos movimientos, proponer la realización de un congreso de partidos latinoamericanos, antifascistas y antimperialistas, y una convención de partidos revolucionarios de América 22.

Hübner fue recibido por la directiva del PNR y el presidente Cárdenas; durante su visita quedó conformada la Unión Revolucionaria Latinoamericana (URLA), cuya finalidad era coordinar la acción de las fuerzas que luchan contra el imperialismo y las dictaduras en el continente. La URLA citó a un primer congreso de partidos de izquierda, comunistas incluidos, con la finalidad de discutir la acción del imperialismo, el problema del fascismo y las posibilidades de una guerra imperialista en Indoamérica 23. Si bien el PS reconoció distancias políticas con el PNR, al que catalogaron como un partido socialista reformista de acción agraria 24, el proceso mexicano destacó por sus alcances para Chile y todo el continente, sintetizando “en forma clara los dos problemas esenciales de la América India: destruir el latifundio y dar la tierra a quienes la trabajan; destruir la oligarquía feudal para instaurar un régimen genuinamente democrático que dé libertad política al pueblo y condicione al imperialismo para darle libertad económica” 25.

En el PS, la liquidación de la gran propiedad agraria y la nacionalización de las riquezas naturales formaban parte de un horizonte programático compartido, que se estaba realizando de hecho en México y que respondía a un diagnóstico común sobre las oligarquías nacionales y el imperialismo en el continente. En este sentido, “el desarrollo social y político de nuestro país, aunque presenta sus aspectos especiales (posee una pequeñísima población indígena) es el mismo de todos los demás países indoamericanos. En Chile, como en todos los demás pueblos del continente latinoamericano, son la oligarquía y el imperialismo nuestros enemigos principales” 26.

A mediados de la década de 1930 el problema del fascismo y la posibilidad de una nueva guerra imperialista coparon el debate y el sentido de las redes de colaboración socialista. Sin renegar de las orientaciones antimperialistas, el antifascismo y la guerra tomaron un lugar preponderante en la reflexión del PS; en esta línea, en 1935 el llamado era pasar a “la agitación antiguerrera y antifascista. ¡Si la guerra del 14 trajo el socialismo ruso, que la guerra próxima traiga el socialismo universal!” 27. Sin embargo, la posición indoamericana y las referencias a los valores del México revolucionario no desaparecieron; más bien, fueron reconceptualizados en función del escenario de belicismo en ciernes.

En este contexto, en los medios socialistas se aplaudió la nacionalización de las riquezas petroleras por el gobierno de Cárdenas en 1938, señalándola como la profundización de la política antimperialista inaugurada con la liquidación del latifundio bajo la consigna de “Tierra y Libertad”28. Sin embargo, el asilo otorgado a refugiados españoles de la guerra civil y las notas de protesta diplomática ante la anexión alemana de Austria fueron tan vitoreadas como las nacionalizaciones por los medios de difusión partidaria, que comenzaron a exaltar la actitud antifascista del país azteca. Según una editorial del periódico Claridad:

La actitud del Gobierno Mexicano no sólo ha sido magnifica en lo que respecta a su posición anti imperialista, sino que también lo ha sido en su posición antifascista. Su nota protestando por la conquista de Austria encierra toda la política internacional de respeto a la integridad de los países pequeños y de respeto a los tratados y pactos internacionales, base fundamental en las relaciones de las diversas naciones, porque son la única garantía de paz y bienestar. […] México marca la política anti imperialista que anhelan todos nuestros pueblos oprimidos por dictaduras y señala la posición anti fascista que igualmente anhelan. México es la antorcha que alumbra todo el futuro de nuestros pueblos y su actitud da la medida de lo que será la nueva situación que tenemos que conquistar 29.

Ante el estallido de la guerra en septiembre de 1939, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos declararon la neutralidad frente al conflicto, pese a que no dudaron en recibir de brazos abiertos el renovado interés de los diplomáticos norteamericanos por la región. En Chile, el gobierno del Frente Popular declaró la neutralidad pese a contar entre sus filas con el Partido Comunista y el Partido Socialista, quienes tomaron posición frente a cada uno de los sucesos de Europa. Con la firma del pacto-germano soviético pocos días antes del estallido de la guerra, los partidos comunistas del mundo cesaron la propaganda antifascista y agitaron el neutralismo, política que fue replicada por el PCCh. El PS, por su parte, volvió sus críticas contra la URSS, acusándola de formar junto al nazismo una nueva fuerza imperialista destinada a conquistar naciones débiles, condenando, también, la influencia de consignas extranjeras apuntando fundamentalmente al PCCh.

La guerra respondía a una nueva crisis del capitalismo global, enfrentando al imperialismo germano contra el anglo-francés. El ingrediente ideológico de la conflagración entre imperialismos con sistemas de gobierno diametralmente opuestos resultó fundamental a la hora de definir la posición del PS, que se pronunció a favor de la unidad continental antifascista y de la defensa del régimen democrático en el continente 30. En esta línea, el PS promovió una política antimperialista de alcance y coordinación continental, convencidos de que “la acción aislada de un país frente a las grandes potencias imperialistas que dominan la América Latina ha resultado estéril e ineficaz dada la magnitud de la empresa a realizar” 31.

Con el conflicto, los Estados Unidos inauguraron un nuevo período de cooperación panamericana con miras a la formación de un bloque de defensa hemisférica contra el nazismo, comprometiendo recursos económicos, militares, el respeto del régimen democrático y el derecho de autodeterminación de los pueblos latinoamericanos, que acercaron al neutral gobierno chileno hacia la búsqueda de acuerdos comerciales y militares con Washington 32. Pese a condenar el imperialismo en todas sus formas, para los medios socialistas, el mayor peligro lo revestía la acción del imperialismo nazi-fascista por lo que el llamado fue a generar nuevas relaciones con los Estados Unidos y el bando anglo-francés, naciones que, pese a sus tendencias imperiales, adscribieron una doctrina internacional de respeto por la democracia y de combate frontal contra el fascismo 33.

Como miembro del gabinete del Frente Popular, el PS se debatió entre la política panamericana y una opción propiamente indoamericana. A través de las páginas de Rumbo se difundió la postura de los apristas peruanos, quienes vieron en el panamericanismo una nueva ofensiva imperialista con el fin de aislar al hemisferio occidental de la guerra en Europa: “América para los americanos vuelve a ser la consigna de sus diplomáticos y el mimetismo torna benévolos a los mismos dirigentes de una política bárbara para nuestros pueblos” 34. Por su parte, el PS postuló que el panamericanismo puede ser aceptado siempre y cuando las relaciones sean de cooperación e igualdad entre una Latinoamérica unida y la potencia del norte; en este aspecto “no se deberá en lo sucesivo buscar en nuestras tierras veneros explotables para mera satisfacción de la voracidad capitalista. Las repúblicas latinoamericanas no podrán ser en lo futuro campo de lucha de las ambiciones imperialistas. Deberá venirse a ellas con espíritu de cooperación, de ayuda mutua y no con espíritu de dominación, de explotación, de usura” 35.

En este contexto, el PS organizó un Congreso Latinoamericano de Partidos Democráticos en la ciudad de Santiago durante el mes de octubre de 1940. La instancia, que fue presidida por Marmaduke Grove y que contó con la presencia de delegados de nueve países incluidos el APRA y el PNR mexicano, fue convocada con la intención de cimentar una futura Internacional Socialista exclusivamente latinoamericana y sin presencia comunista, inspirada en los principios de la unidad continental y la lucha antioligárquica, antifeudal y antimperialista 36. Sin embargo, el congreso terminó discutiendo la posibilidad de guerra en el hemisferio y el peligro de la penetración imperialista en sus versiones nazifascista y “democrática” en Indoamérica. Sobre este último punto, la instancia marcó una nueva actitud hacia el imperialismo norteamericano, dejando abierta la posibilidad de articular “una alianza intercontinental, que oponga invencible valla a los planes tenebrosos del fascismo, entre una América Latina, previa y vigorosamente unida y los Estados Unidos” 37.

Esta nueva actitud frente a los Estados Unidos fue refrendada en mayo de 1941, cuando el aprismo lanzó el “Plan Haya de la Torre” 38 para la defensa de las democracias en ambas Américas. El documento planteó doce tesis para promover desde el punto de vista jurídico, político y económico una relación efectivamente democrática y sin imperialismos entre las veintiún repúblicas de América. Pese al viraje, en el PS no cesó la desconfianza frente a una política panamericana que aparejaba el peligro de transformarse en una nueva ofensiva imperialista tras el pretexto de la defensa hemisférica, haciendo que propuestas alternativas como las de Haya de La Torre fueran ampliamente difundidas y debatidas en los distintos medios de prensa y difusión socialista.

El plan de Haya de La Torre reconocía las diferencias económicas y políticas entre los países de Indoamérica, donde la democracia ha, dificultosamente, progresado ante la presencia de tiranías muchas veces sostenidas por los intereses imperialistas, y los Estados Unidos donde la democracia y el capitalismo han logrado altos grados de desarrollo, proyectando hacia Indoamérica un problema que es consecuencia “del extraordinario desarrollo industrial y financiero de aquella nación en la forma de expansión imperialista sobre nuestros países de economía incipiente” 39.

El plan resaltaba las diferencias y desequilibrios entre ambas Américas proponiendo, en cambio, una política de “Interamericanismo democrático sin imperio” basada en el reconocimiento universal de los valores democráticos como prenda de garantía respeto de la soberanía y autodeterminación indoamericana. En el PS la tesis fue suscrita destacando, una vez más, la necesidad de avanzar hacia la unidad económica y política de Indoamérica como paso previo a cualquier trato con Norteamérica. Según una editorial del periódico Crítica “este método de acercamiento hacia la alianza continental resuelve el delicado punto de las relaciones intercontinentales, influidas hoy por la falta de equilibrio entre la posición anárquica de los Estados Desunidos del Sur frente a la sólida actitud de los Estados Unidos del Norte, y vendría a dar forma a la tesis de ‘Interamericanismo democrático sin imperio’ que debe ser la superación de la antigua etapa del panamericanismo imperialista” 40.

La guerra y el antifascismo se transformaron en los ejes de la política y el discurso antimperialista del PS. Las dinámicas del conflicto europeo influyeron en el diagnóstico y los discursos sobre el fenómeno imperialista en el continente, relevando la amenaza del nazi-fascismo en desmedro del discurso antiyanqui, antieuropeo y anticomunista. Después de la entrada definitiva de los Estados Unidos a la guerra en diciembre de 1941, el discurso pronorteamericano se consolidó desplazando al lenguaje antimperialista, lo que derivó en una posición favorable a la política panamericana bajo algunas condiciones que no pasaron de una declaración principista sobre el carácter independiente de Indoamérica. Desde su posición en el gobierno 41, los socialistas insistieron en romper relaciones con las potencias del Eje para afianzar la amistad chileno-norteamericana, siempre y cuando esta se base en lazos de cooperación y mutuo beneficio 42.

El canciller chileno y miembro del PS, Juan Rossetti, buscó negociar ayudas económicas y militares que fueron inicialmente desestimadas por Washington, por lo que Chile finalmente se limitó a comprometer su apoyo y amistad a las democracias43 en una política internacional que fue bien recibida por los socialistas, por armonizar de forma “inteligente y elástica los intereses de nuestra propia democracia y los intereses también ‘propios’ de la democracia anglosajona” 44. En la práctica, las relaciones con el Eje fueron mantenidas, pese a los pactos entre Chile y los Estados Unidos, hasta 1943, período durante el cual el PS siguió insistiendo en sus afanes de integración continental ante el nuevo escenario de unidad panamericana.

Durante la guerra, el antifascismo copó la política internacional y el debate de los intelectuales socialistas, reorientando el discurso antimperialista hacia la contención del fascismo, enemigo común de ambas Américas, permitiendo el acercamiento a la política panamericana. La percepción de una amenaza compartida colocó al PS del bando aliado y, pese a que las ideas del interamericanismo democrático siguieron estando presentes en la prensa partidaria, la lectura respecto de los Estados Unidos relevó su papel en la guerra por sobre sus caracterizaciones imperialistas, cambiando las percepciones preexistentes sobre la potencia norteamericana. Con la entrada de los Estados Unidos al conflicto, la actitud antimperialista del PS tendió a diluirse y a morigerar el discurso sobre Norteamérica y occidente.

Según los líderes del socialismo, como Marmaduke Grove, Chile debía posicionarse “a la recíproca del vecino grande que ha dejado de lado sus viejos prejuicios hegemónicos y ha cortado las uñas y las alas de sus águilas imperialistas”45. Después de 1942 el discurso socialista osciló entre el interamericanismo de Haya, la búsqueda de un entendimiento comercial y militar favorable con los Estados Unidos y, la ruptura de relaciones con el Eje. Para el final de la guerra, el PS arrastraba un proceso de disidencias internas y fraccionamientos que tendieron a monopolizar la discusión del partido. Pese a que la unidad latinoamericana, el compromiso democrático y la integración continental persistieron como principios fundamentales de la política socialista después de la victoria de las Naciones Unidas 46, el antimperialismo indoamericano fue paulatinamente relegado a un segundo plano.

El indoamericanismo fue la principal idea internacionalista del PS durante sus primeros años de vida como partido. Con la reconfiguración del escenario internacional de postguerra y la consolidación de una nueva generación de liderazgos e intelectuales, emergieron nuevos diagnósticos sobre el escenario global que cambiaron la fisonomía del discurso antimperialista. El Partido Socialista Popular (PSP), facción mayoritaria de las divididas fuerzas socialistas durante la década de 1950, continuó con la vocación continental y morigeró su desdén hacia las tradiciones intelectuales foráneas, ampliando el alcance internacional de sus postulados y estableciendo intercambios con experiencias políticas fuera de los márgenes latinoamericanos que otorgaron elementos novedosos a la reflexión antimperialista.

Superando los márgenes continentales. Guerra fría, antiimperialismo y tercera posición, 1946 - 1958

En el PS chileno, la derrota internacional del nazi-fascismo inauguraba un nuevo período de luchas, ya no por la defensa del régimen democrático, sino por la revolución socialista a escala mundial en un contexto de postguerra donde las burguesías norteamericanas bregaban por estabilizar el sistema capitalista, y en el que los partidos comunistas de todo el mundo “no obstante su profesión de fe democrática, actúan orientados por la política totalitaria de la Unión Soviética, basada en la dictadura y en la burocracia partidaria como sistema permanente de gobierno y subordinada a los intereses del imperialismo económico y político de Rusia que parece seguir la misma línea histórica de los grandes zares” 47.

El fin de la guerra europea y el consecuente reordenamiento del sistema internacional en torno a las Naciones Unidas pronto dieron paso al antagonismo cultural e ideológico entre socialismo y capitalismo. Derrotada la amenaza fascista, el mundo se polarizaba en torno a dos interpretaciones globales de la modernidad agrupadas detrás del liderazgo político, militar e ideológico de la Unión Soviética y los Estados Unidos. En América Latina, la reconfiguración global del enfrentamiento permeó la política interamericana sostenida por los Estados Unidos, que reconceptualizó su relación con la región en torno a la política anticomunista y antisoviética global, ejerciendo influjos desestabilizadores tendientes a reforzar su influencia hemisférica 48.

Entre la postguerra y la Guerra Fría, el PS mundializó sus puntos de vista y perspectivas ideológicas, abriéndose a intercambios más fluidos fuera de América Latina que lo acercaron por un corto período a la Internacional Socialista. En octubre de 1945, el presidente de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh) y militante del PS, Bernardo Ibáñez, asistió al congreso fundacional de la Federación Sindical Mundial realizado en París, donde estableció contacto, junto a Óscar Schnake, con distintas delegaciones socialistas y afines de todo el mundo. Durante su estadía en Europa, Ibáñez se reunió con el recientemente excarcelado líder del socialismo francés León Blum, el dirigente del Partido Laborista Británico Harold Laski y con los exiliados españoles del PSOE y la UGT. La gira se extendió a Norteamérica e Ibáñez visitó los Estados Unidos y se reunió con el Partido Socialista de Canadá, expresando loas al nivel de vida y progreso material de los trabajadores en esas naciones 49.

Sin abandonar sus pretensiones continentales, el PS se unió a las tareas de reconstrucción del movimiento socialista internacional en América, siendo anfitrión en abril de 1946 del Congreso de Partidos Socialistas Americanos, que contó con la presencia de delegaciones y los saludos fraternales de los PS de toda la región. La instancia dio a la publicidad la “Carta de América”, señalando sus propósitos de “mantener relaciones fraternales con toda organización política internacional, que coincidan con sus aspiraciones generales y respete la autonomía de los partidos y entidades regionales de América Latina” 50. Entre 1946 y 1947 se inició un período de la reflexión socialista marcado por la consolidación del imperialismo soviético y una posición que, con una serie de disidencias internas de por medio 51, realizó nuevas lecturas sobre el fenómeno imperialista en la región y el mundo que asumieron el lenguaje de la dependencia y el subdesarrollo.

La configuración del escenario internacional en torno a bloques mundiales antagónicos fue el marco discursivo desde el cual emergieron nuevas caracterizaciones sobre la situación del imperialismo a escala latinoamericana y global. Como apunta Joaquín Fernández 52, el acercamiento de los socialistas populares a experiencias nacionalistas, de carácter no comunista y de liberación nacional en América Latina y todo el Tercer Mundo resultaron vitales en la configuración de la política interna, reforzando el discurso nacionalista y antimperialista después de la guerra europea, ante la declinación del antifascismo y la consolidación de la Guerra Fría. Después de 1946, año de recambio generacional de las directivas partidarias, las nuevas caracterizaciones sobre el fenómeno imperialista se tiñeron de un lenguaje anticomunista y dependentista que, como principal novedad, tendió a vincular la revolución chilena y latinoamericana con el resto de los pueblos coloniales y dependientes en el mundo subdesarrollado, distanciando el discurso socialista de la vocación indoamericana del período anterior.

Una nueva fundamentación teórica redactada por Eugenio González en 1947 fijó principios que dieron una nueva fisonomía a la reflexión intelectual del socialismo chileno. El PS reafirmó su interpretación heterodoxa e independiente del marxismo y se opuso con fuerza a la influencia de los partidos comunistas en el movimiento internacional de trabajadores, acusándolos de trabajar al servicio de la política internacional soviética. El rechazo compartido a la experiencia de la URSS y al capitalismo norteamericano colocó a los socialistas en una posición tercerista frente a la disputa global en ciernes, “ni con el imperialismo anglosajón, ni con el expansionismo ruso. Debemos estar únicamente con nosotros mismos, al servicio de la revolución socialista” 53.

Continuando con la tradición latinoamericanista, la región debía dejar de ser una expresión geográfica para transformarse en una unidad política basada en una “economía orgánica antiimperialista”, incluyendo una novedosa caracterización sobre la realidad del continente. América fue entendida como una zona social y económicamente retrasada, donde la penetración imperialista mantiene en la región estructuras semicoloniales y un régimen económico semifeudal, con burguesías locales subordinadas al control técnico y financiero del capitalismo extranjero. La situación intermedia y tronchada del desarrollo latinoamericano exigiría “saltar etapas” en el proceso de modernización, correspondiéndole a los movimientos populares la “aceleración del proceso de vida colectiva: tenemos que acortar las etapas mediante esfuerzos nacionales solidarios para el aprovechamiento planificado del trabajo, de la técnica y del capital del que podamos disponer” 54.

Durante la década de 1950, el PSP siguió de cerca los procesos nacionalistas y de liberación nacional a través de las páginas del semanario La Calle, desde donde se difundieron informaciones sobre la realidad política latinoamericana y se prestó especial atención a los procesos descolonizadores de Asia, África y a las expresiones críticas dentro de la órbita soviética. Hacia finales de la década de 1940 el PSP miró con interés la Yugoslavia socialista del mariscal Tito, luego de que este se enfrentara a las directrices internacionales de la URSS y Stalin, quien expulsó al PC yugoslavo de la Kominform, purgó a dirigentes acusados de ser titoistas en distintos PC de Europa del Este y hostigó militarmente al país balcánico. Yugoslavia, país pequeño inserto en el campo de influencia de la gran Rusia y que había construido un gobierno socialista sin la ayuda de Moscú, fue destacada en la prensa socialista como un ejemplo de independencia, soberanía y autodeterminación que planteaba “la cuestión de la igualdad de derechos y deberes entre los Estados grandes y pequeños dentro de la órbita soviética” 55.

A comienzos de 1954 Chile recibió una delegación comercial yugoslava, ocasión que fue aprovechada por el PSP para establecer lazos con los dirigentes del Partido Comunista de Yugoslavia (PCY). Como recuerda Óscar Waiss, uno de los principales promotores de los lazos con el gobierno de Tito, ambos partidos compartían “la más severa condena al stalinismo y a sus métodos de intimidación y de fraude, el propósito de no reconocer vaticanos ideológicos, la resistencia al sectarismo y al dogmatismo y un sentido humanista para afrontar los más distintos aspectos de la realidad social, desde el arte hasta la acción revolucionaria” 56. Como parte de esa visita, la revista Nuevos Rumbos entrevistó al jefe de la delegación, Jakov Blazevic, quien destacó al medio el sentido nacional del socialismo yugoslavo, la supervivencia del régimen a pesar del hostigamiento soviético y la independencia para establecer relaciones con los diferentes pueblos del mundo bajo el entendido de que “los países pequeños o subdesarrollados no tienen por qué ser los peones en el partido de ajedrez de los grandes, sino que, por el contrario, unidos en el plano político internacional, pueden ser una fuerza real, que les permita defenderse de las supremacías de cualquier parte” 57.

En 1955 Óscar Waiss y Aniceto Rodríguez fueron invitados a Yugoslavia por el PCY; en sus primeras impresiones Waiss escribió: “Hay una idea central en el pensamiento de los socialistas yugoslavos: la de que la Internacional Socialista como la Comunista, son estructuras caducas que no responden al estado actual del movimiento obrero en el mundo” 58. Para el PS chileno, el proceso yugoslavo demostraba que el socialismo, siendo una sola doctrina, puede ser aplicado atendiendo a las particularidades de cada nación y no como un catecismo proveniente de la Unión Soviética o cualquier otra potencia u organismo internacional. A partir de este momento, el PSP –y después de 1957 el PS reunificado– intensificó la relación con el país de Tito, transformándolo rápidamente en un referente político modélico para la reflexión de algunos intelectuales, que vieron en Yugoslavia un proceso de transición socialista democrático y comprometido con una actitud antimperialista, reivindicativa de la autodeterminación e independencia nacional frente a los vaticanos ideológicos que resultaba ejemplificadora para los países débiles.

El acercamiento al proceso yugoslavo coincidió con la aparición de nuevas reflexiones sobre la política antimperialista y el carácter nacional de la revolución en el mundo subdesarrollado. En 1954 el PSP protagonizó una polémica continental respecto de las características de la revolución latinoamericana con la publicación de Nacionalismo y socialismo en América Latina 59, escrito por el polemista Óscar Waiss, quien hizo una defensa explícita del nacionalismo antimperialista desde un esquema marxista acondicionado al contexto americano 60. El diagnóstico apuntó la existencia de una realidad común a todas las naciones latinoamericanas, caracterizada por el retraso social y económico producto de burguesías nacionales dependientes del imperialismo e incapaces de realizar un proceso modernizador del tipo democrático-burgueses. Waiss propuso que la revolución americana debía ser socialista, nacional y capaz de impulsar por sí misma las transformaciones que las burguesías del continente son impotentes de inducir, destacando la penetración imperialista como un elemento común, que une a las naciones latinoamericanas con el resto de los pueblos débiles y dependientes del globo. En este aspecto el mismo autor señala:

En nuestra época, el mundo ha llegado a convertirse en una unidad económica. Sería absurdo, en consecuencia, desligar los problemas económicos y sociales de los países latinoamericanos de un proceso mundial de desarrollo, de las fuerzas productivas y de distribución de los mercados. El capitalismo contemporáneo nos muestra grupos de potencias beligerantes y alianzas de sectores sociales que pasan por encima de las fronteras nacionales 61.

En el diagnóstico del PSP, la penetración imperialista era un elemento común a América Latina, los países árabes de África y Medio Oriente, y los pueblos de Asia, haciendo de la política antimperialista un asunto de proyecciones mundiales que, por una parte, exigía la resistencia individual de cada país afectado por el imperialismo mediante el impulso de un proceso de nacionalizaciones y, por otra, necesitaba de la integración y ayuda mutua entre los países débiles ubicados en una misma zona geográfica 62. Desde esta lectura, el PSP promovió la integración política y la coordinación diplomática de las naciones y pueblos débiles que, como la Yugoslavia de Tito, llevaban adelante procesos de liberación nacional independientes y antimperialistas, forjando “fuerzas de libertad y deseos de independencia que se transformarán en un alud incontenible y que, por las buenas o por las malas, convencerán a las grandes potencias que en el mundo hay algo más importante que las cotizaciones de Wall Street o los elogios al padre Stalin” 63.

Esta actitud acercó al PSP a espacios internacionales y a experiencias políticas diversas que exaltaron el discurso nacional y la lucha por la autodeterminación e independencia como valores antimperialistas. Desde esta clave, el PSP observó con especial atención el triunfo del Movimiento Nacional Revolucionario de Bolivia (MNR) en 1952. Si bien, durante la década de 1930, los socialistas mantuvieron contactos con la Federación de Izquierdas de ese país a través de exiliados como José Antonio Arze, la llegada del MNR al poder en alianza con la Confederación Obrera Boliviana (COB) y el Partido Obrero Revolucionario de Juan Lechín abrían, según el socialismo chileno, una nueva etapa en la política latinoamericana. Bolivia destacó en la reflexión antimperialista del PSP como un ejemplo de país socialmente retrasado, con oligarquías dependientes del capital extranjero –presentes principalmente en el sector minero y petrolífero– que impulsaba desde el gobierno una política con sentido antioligárquico y nacional. En un principio, la nacionalización de las riquezas mineras por el gobierno de Paz Estenssoro fue el aspecto más destacado del proceso, como un momento que “inaugura una nueva etapa de violenta lucha de los pueblos latinoamericanos contra la explotación imperialista y por la liberación nacional” 64.

Con la revolución boliviana se abría en América Latina “una marcha ascendente, a menudo inquieta y violenta del pueblo hacia su liberación económica y social” 65. El PSP destacó que, mediante la unidad de la COB, el MNR y brigadas armadas el gobierno, impulsó una serie de medidas modernizadoras incluyendo, además de nacionalizaciones y la reforma agraria, la inclusión del indígena a la vida pública mediante el voto universal y la actualización de la economía.

Para los socialistas, Bolivia estaba llevando adelante una política nacional y revolucionaria que pretendía liquidar la dominación extranjera nacionalizando los recursos, terminar con el latifundio mediante la reforma de la propiedad agraria y acabar con el control oligárquico a través de la ampliación del sufragio; Bolivia estaba, desde los ojos del PSP, saltándose etapas en el desarrollo y construyendo desde la movilización popular un orden nuevo, inspirado en los valores de la soberanía nacional, la autodeterminación y el antimperialismo.

La postura antimperialista del socialismo popular durante la primera parte de la década de 1950 apuntó a la penetración imperialista en la forma de pactos militares, inversión extranjera o cooperación económica como la razón del subdesarrollo y el carácter dependiente de amplias zonas geográficas del mundo, entendiendo el imperialismo, principalmente norteamericano, como un fenómeno global que supera los márgenes del continente. En América Latina, la nacionalización de recursos, la modernización y la integración se vuelven los puntos fundamentales de un programa común para la emancipación continental, en momentos que “en el corazón del continente, la revolución boliviana sirve de ejemplo y estímulo a los movimientos de avanzada. En Guatemala, el gobierno popular defiende honestamente los intereses de ese pueblo, y en Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Brasil crece el sentimiento contra las tiranías que esclavizan a los trabajadores. Toda América puede convertirse en una hoguera de redención y de esperanza” 66.

La intervención norteamericana de Guatemala en junio de 1954 colocó una vez más en el centro del debate socialista el problema de la acción imperialista en América Latina. Desde 1944, el país centroamericano vivió un proceso modernizador y nacional-desarrollista que tendió a la reforma agraria, a la democratización y a la consolidación de las burguesías nacionales en el aparato administrativo liderado por los gobiernos de Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Árbenz (1951-1954). A partir de 1952, el gobierno de Árbenz sufrió los ataques de los terratenientes locales y la United Fruit Company, dueña de la mayor parte del territorio cultivable de ese país y principal promotor de las maniobras desestabilizadoras. En Chile, el movimiento de solidaridad se organizó en torno al “Grupo de Amigos de Guatemala”, reuniendo a distintos parlamentarios en actividades de repudio público y diplomático contra la injerencia extranjera en el país centroamericano 67.

Para el PSP, la Guatemala posrevolucionaria gozaba de un régimen democrático, antimperialista y antifeudal que debía convivir con la acción directa del imperialismo en suelo propio y a través de sus países vecinos. Según La Calle, la revolución guatemalteca atacó a los sectores feudo-capitalistas nacionales y al capital extranjero en un proceso que se vislumbraba con perspectivas regionales, transformándose en un “punto de apoyo de la democracia, abriendo con ello grandes posibilidades para el triunfo sobre el imperialismo en todo el istmo” 68. En los medios socialistas destacó la utilización del sistema interamericano, y la constante invocación anticomunista y democrática por parte de los Estados Unidos y sus aliados como método desestabilizador, dando cuenta de una nueva forma de penetración imperialista donde la lucha contra el comunismo significa “defender los intereses del capitalismo internacional, de los terratenientes criollos y oponerse a las medidas indispensables para elevar el nivel de vida de nuestras masas” 69.

La larga campaña de desestabilización desembocó en un golpe militar contra Árbenz, que terminó por consolidar un nuevo diagnóstico sobre la acción del imperialismo norteamericano en el continente, que “adquiere rápidamente las características de la época de los golpes de mano prepotentes en la que los marinos de desembarco se apoderaban de los territorios y se adueñaban de las aduanas, privando hasta de una sombra de soberanía a las naciones latinoamericanas” 70. Para las corrientes socialistas, en Guatemala, el imperialismo operó a través de la alianza entre el capital extranjero, la feudo-burguesía criolla y gobiernos títeres con la finalidad de evitar un proceso nacional e independiente en una zona de influencia militar y económica directa, demostrando que bajo la proclama anticomunista y el compromiso democrático de los Estados Unidos se esconde la violación a los principios de la soberanía nacional y la no intervención. Por esta razón, “defender a Guatemala, a su pueblo y a su gobierno democrático, fue y es defendernos a nosotros mismos. Asistimos hoy día a la revolución de los pueblos dependientes y coloniales o semi-coloniales. América entera no puede ser ajena a esta gigantesca transformación, para poder forjar, así, su segunda independencia” 71.

La intervención norteamericana contra Guatemala apuntaló un diagnóstico respecto de los nuevos métodos de acción imperialista, pero también una nueva caracterización sobre la posición del continente y el conjunto de los países débiles frente al conflicto global, que llevó al PSP a abogar por una posición equidistante del enfrentamiento entre potencias. En este sentido, Víctor Mena, director y editorialista de la revista Nuevos Rumbos, escribía que “frente a los intereses de los pueblos y de los trabajadores la lucha entre los Estados Unidos y la URSS desparece. La verdadera lucha mundial de hoy, y de todos los tiempos, es la de explotados contra explotadores, de socialismo contra represión”, y continúa:

No creemos que haya que estar con los Estados Unidos o con la URSS. En estos momentos hay que estar al lado de todo movimiento de liberación popular, económico y político, y toda forma de gobierno que represente los verdaderos intereses del pueblo, el rescate de sus materias primas y distribución justa de la tierra y una digna política internacional. Esta posición permitirá encontrar el camino de la liberación mundial de los trabajadores que, pasando sobre el capitalismo y las direcciones contrarrevolucionarias sabrá encontrar su verdadero camino: el socialismo. En este terreno, se puede estar contra Estados Unidos e incluso contra la URSS 72.

En 1955 se reunieron en la ciudad indonesia de Bandung líderes africanos y asiáticos con la finalidad de instaurar una corriente de estados en oposición a las tendencias colonialistas y neocolonialistas, militares y financieras de los Estados Unidos y la URSS. Tras la conferencia, se extendió el uso del término Tercer Mundo para referirse a extensas zonas geográficas subordinadas al colonialismo o en procesos nacional liberadores, reivindicando la autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional como valores fundamentales de los países débiles frente al conflicto entre potencias 73. El PSP vio en la instancia un espacio de coordinación entre pueblos que, pese al subdesarrollo y lo reciente de sus independencias nacionales, afirmaban el despertar anticolonial y la defensa de la paz, configurando una “tercera posición” de neutralidad e independencia en el sistema internacional replicable en América Latina 74.

Durante el XVI Congreso realizado ese mismo año, el PSP se pronunció por la vigencia de la tercera posición en Latinoamérica utilizando una versión socialista del lenguaje tercermundista y neutralista para oponerse a todo tipo de imperialismo en la región, rechazar la política de bloques y elaborar un nuevo diagnóstico sobre las revoluciones nacionales en América Latina. El socialismo popular presentó un programa de “liberación nacional antiimperialista” que en términos generales se propuso “consolidar el estado nación” y cumplir con las tareas propias de la modernización democrático-burguesa mediante un proceso de nacionalizaciones y reforma agraria. Sin embargo, la liberación nacional requiere de “la unidad de los movimientos nacionales de liberación, primero, y la unidad de la política económica y exterior de los estados, en seguida”, para “fortalecer la resistencia popular contra las diferentes formas de penetración imperialista y constituir un sistema económico regional, destinado a reemplazar la actual servidumbre de la América Latina respecto de los EE.UU.” 75.

El PSP se acercó a distintas instancias formales de los movimientos tercermundistas, adscribiendo a conmemoraciones mundiales como el día de la libertad de los pueblos independientes celebrado por la Confederación Socialista Asiática, los partidos socialistas de África y los “socialdemócratas” europeos agrupados en la IS, sosteniendo una actitud contraria a “la polarización del mundo en dos bloques antagónicos que no son solución a los problemas contemporáneos” y comprometida con la creación “de una tercera fuerza anti imperialista y no comunista que le dé una meta socialista a las luchas populares” 76. Como parte de este giro, el PSP volvió a acercarse a la Internacional Socialista, participando en la primera reunión del Comité Consultivo Latinoamericano de la Internacional Socialista en marzo de 1956, cuya primera reunión de Montevideo contó con la asistencia de los PS de Argentina y Uruguay.

El organismo acordó el intercambio informativo entre los PS de la región y funcionar como medio de contacto con el resto de los partidos socialistas del mundo, sancionando que no fuera necesario ser miembros de la IS para participar del comité, salvaguardando la independencia y posición crítica del PSP frente a todas las internacionales ajenas al continente 77. En el mes de diciembre de ese mismo año se realizó la segunda reunión del comité; esta vez el tema a tratar fueron las dictaduras latinoamericanas, caracterizadas como regímenes regresivos que sirven de “instrumento a las oligarquías feudales, asentadas en el dominio de la tierra y el capital extranjero” 78. Al terminar la segunda reunión se extendieron invitaciones al APRA y a los movimientos y partidos socialistas de Brasil, Ecuador, Perú, Colombia, Cuba, México, Paraguay, el MNR, Acción Democrática de Venezuela y el Partido de la Liberación Nacional de Costa Rica para sumarse a las próximas instancias del organismo.

En esta línea, el mes de abril de 1958, el PS reunificado 79 celebró su aniversario 25 como anfitrión de dos encuentros latinoamericanos. Del 15 al 19 de abril se realizó el primer encuentro de expertos económicos para tratar los “caminos del socialismo para el desarrollo socioeconómico de la América Latina”, y una nueva reunión del comité latinoamericano de la IS a la que concurrieron los PS de Uruguay, Argentina y Chile bajo el tema “imperialismo y antiimperialismo en la América Latina”; asistieron también partidos, exmandatarios y diplomáticos de once naciones de Centro y Sudamérica 80.

En ambas reuniones, el PS chileno promovió sus lecturas sobre América Latina y caracterizó el fenómeno imperialista en la región en función del marco global de luchas por la liberación en el tercer mundo. En la conferencia inaugural del comité, el secretario general del PS, Salomón Corbalán, insistió en la necesidad de proyectar un movimiento socialista y revolucionario por todo el continente, atacando a las dictaduras y también a aquellos que desvirtúan el movimiento popular “para asegurarse mayorías artificiales, y que, una vez instalados en el poder, gobiernan con el látigo” 81. Además de rescatar el sentido nacional de la lucha antimperialista, el PS insistió en rechazar la política interamericana de los Estados Unidos a través de la OEA, proponiendo la creación de instancias paralelas y genuinamente latinoamericanas para la coordinación entre cancillerías 82. Como anfitriones, los chilenos jugaron un papel importante en las diversas comisiones y discusiones; así lo analizó Clodomiro Almeyda:

La tonalidad ideológica del torneo fue marcadamente favorable a la posición nacional revolucionaria de los socialistas chilenos. El viejo socialismo de raíz europeizante, formalista y cosmopolita está en plena retirada. Las nuevas concepciones socialistas vinculadas a los problemas reales de las masas del continente, y en función de la lucha mundial de los pueblos dependientes por liberarse del imperialismo extranjero y alcanzar un desarrollo económico, social y cultural autónomo y autentico, fueron las que informaron nuestros largos debates 83.

La década de 1950 fue un momento de definiciones organizativas e intelectuales del socialismo chileno. En el campo de la reflexión antimperialista, el PS logró desarrollar posturas originales que respondieron tanto a la reorganización del sistema internacional después de la guerra mundial como a la reflexión de sus intelectuales. El partido se acercó a experiencias que resultaron vitales y modélicas a la hora de promover lecturas respecto de la realidad internacional, configurando un renovado interés en el viejo anhelo indoamericano de la unidad continental bajo nuevos significados antimperialistas. La unidad continental ya no podía fiarse de la política interamericana ni de los pactos militares promovidos por los Estados Unidos, que lejos de sostener una convivencia basada en la igualdad de derechos, contribuían a reforzar su hegemonía sobre la región.

Las relaciones con el aprismo continuaron con menor intensidad, lo que se explica en parte por el progresivo viraje del partido peruano; sin embargo, la posición internacionalista del PS también tomó nuevos rumbos que lo distanciaron de sus otrora aliados continentales. El movimiento del Tercer Mundo sirvió como un marco interpretativo, pero, también, como una red de contactos con zonas geográficas y movimientos hasta entonces demasiado lejanos para la izquierda chilena, permitiendo que la imaginación sobre Indoamérica fuera remplazada por la comunidad de países débiles, coloniales y semicoloniales, y por nuevas tendencias diplomáticas reivindicativas de una postura neutralista y celosas de la autodeterminación en un sentido político y cultural. El programa antimperialista impulsado por el PS proclamó el rechazo total a la política de bloques y abogó por el sentido nacional del socialismo, enmarcando su lectura sobre el fenómeno imperialista en los amplios márgenes de la diplomacia de la tercera posición, permitiendo que en el discurso antimperialista convivieran el apoyo irrestricto a todos los procesos de liberación nacional –sean socialistas o no– y una lectura cada vez más radicalizada sobre el carácter de la revolución en los países coloniales y, en particular, en América Latina.

Durante la segunda mitad de la década de 1950, los socialistas consolidaron el lenguaje tercermundista y sus lecturas sobre el proceso continental caracterizándolo como clasista y revolucionario, en una actitud muy distinta al compromiso sostenido con el régimen liberal democrático y cada vez más distante a un posible entendimiento de los países latinoamericanos con los Estados Unidos. Durante la década siguiente, la experiencia de la Revolución cubana emerge como un referente modélico de antimperialismo y americanidad que influyó en la reflexión intelectual al respecto.

La revolución modélica: Cuba y la “continentalización” de la lucha antiimperialista, 1957 - 1967

Las relaciones del PS con Cuba fueron intermitentes pero persistentes. En 1936 los chilenos coincidieron con los cubanos en el congreso de estudiantes indoamericanos y el mismo Fulgencio Batista, como presidente de la República, envió sus adhesiones al Congreso de Partidos Democráticos organizado por los chilenos en 1940. Después del ataque al cuartel Moncada y con el recrudecimiento de la persecución en la isla, llegaron los primeros exiliados cubanos a Chile. En 1957 llegó al país René Anillo, promotor de la causa cubana en Sudamérica, opositor al régimen de Batista como dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria y fundador del Directorio Revolucionario, brazo armado de dicha federación. El año siguiente, un grupo de cuatro exiliados cubanos, todos miembros de alguna facción del movimiento revolucionario, protagonizó una protesta ocupando y destruyendo la oficina del representante diplomático de Cuba en Chile 84. Ese mismo año le fue concedido el asilo político a los miembros del Movimiento 26 de Julio, Hilario Pineda y Miguel Falcón 85, quienes además fueron invitados a las conferencias internacionales organizadas por el PS en Santiago.

En Chile, la solidaridad con el movimiento guerrillero en Cuba fue transversal y el PS suscribió a distintas iniciativas legislativas con la finalidad de presionar diplomáticamente a la dictadura de Batista. En sus inicios, el proceso cubano fue visto como uno más dentro del amplio espectro de naciones en lucha por su independencia y soberanía nacional. Desde el semanario Izquierda y por medio de Las Noticias de Última Hora se difundieron los azares de la guerrilla y artículos que repasaron el escenario político de la isla, destacando al movimiento guerrillero como una manifestación genuinamente cubana de las tendencias globales de libertad e independencia nacional. En este sentido, la figura de Fidel Castro apareció como el líder de un movimiento nacional, democrático y libertador enfrentado a una tiranía sostenida por el colonialismo y el apoyo de gobiernos títeres del imperialismo como los de Trujillo y Somoza 86.

Pese a los acercamientos previos entre los socialistas chilenos y los revolucionarios cubanos, la prensa partidaria se mostró expectante ante la huida de Batista y no se apresuró a emitir juicios respecto al triunfo de los revolucionarios. Si bien simpatizaron y dieron amplia cobertura al desarrollo de la lucha guerrillera, había conciencia de las tendencias dentro del nuevo gobierno y dudas respecto del curso que pudieran tomar los acontecimientos. Uno de los comentaristas del periódico Las Noticias de Última Hora comentaba:

El elemento político de la revuelta de Castro es algo que se presenta nebuloso para nosotros. No es fácil encajarla en nuestro esquema y categorías. Un talentoso cubano, hombre de cultura socialista, nos decía que no tratáramos de usar las herramientas habituales de interpretación. La rebelión, me decía, es fundamentalmente una rebelión moral. Confieso que me cuesta darle tanta trascendencia a ese elemento en los conflictos políticos; a lo más me inclino a pensar que tras esa motivación exterior hay otras más profundas, que todavía quizás no están claras ni para los mismos gestores de la revolución 87.

La revolución, inicialmente, fue entendida en el marco de retraso social y dependencia económica común a toda la región, haciendo de Cuba “un escenario representativo de lo que ha sido y es la vida latinoamericana. Hay toda una importante tradición de golpes de estado, cuartelazos, revoluciones sangrientas, pero superficiales. Y este anormal modo de vivir ha devenido allí en un fenómeno normal” 88. Las simpatías iniciales no se tradujeron en una adscripción total a Fidel Castro, quien, si bien logró tomar el poder, aún debía consolidar un programa de transformaciones efectivamente nacional y coordinar un gobierno de tendencias. En esta línea, los medios socialistas celebraron el anuncio de la reforma agraria y el inicio de un programa de nacionalizaciones, actitudes que para algunos comentaristas marcaban el inicio de la revolución 89 ; sin embargo, la expulsión de la misión militar norteamericana y las palabras de Castro contra las dictaduras en el continente fueron actitudes destacadas y ampliamente difundidas por los medios socialistas.

La condena internacional de la OEA por la aplicación de tribunales revolucionarios y la presión ejercida sobre la isla para definirse en el escenario de la Guerra Fría llevó a Castro a criticar la política panamericana, declarando que Cuba era ajena al enfrentamiento global entre potencias. La declaración fue celebrada en el PS, que vio en la posición tercerista de la isla un anhelo que “día a día se escucha desde Río Grande a Tierra del Fuego sin que nadie se haya atrevido antes a plantearlo oficialmente: que la Organización de Estados Americanos es una entidad inoperante y burocrática, que no llega a ninguna finalidad, y que el sistema panamericano está construido solo en beneficio de los Estados Unidos” 90. La creciente presión del sistema interamericano sobre el gobierno cubano terminó con los gobiernos de Chile, Brasil, Perú y los Estados Unidos solicitando una conferencia consultiva de cancilleres para tratar la “cuestión cubana”, que fue apuntada por los medios socialistas como un intento del imperialismo norteamericano para intervenir en los asuntos internos de Cuba escudándose en la mascarada institucional de la OEA.

Como proceso revolucionario, Cuba presentaba cuestiones interesantes sobre el papel de las clases medias y el potencial del campesinado no organizado en la lucha por el poder, las cuales fueron recogidas desde temprano por la discusión socialista. Sin embargo, por sobre toda discusión estratégica o táctica, el proceso fue inicialmente interpretado desde el esquema de las revoluciones en el tercer mundo, destacando su contenido latinoamericano, nacional y antimperialista 91. Al mismo tiempo que Cuba radicalizaba su programa de nacionalizaciones y se cernían maniobras de los Estados Unidos contra el gobierno de Castro, los medios socialistas defendieron con mayor intensidad los logros de la revolución, destacando las proyecciones continentales del proceso nacional libertador de la isla. Para Miguel Saidel, comentarista habitual de Las Noticias de Última Hora, la Conferencia de Santiago reunió a dos Américas, la de las dictaduras imperialistas serviles al imperialismo y la América nueva, altiva y regenerada, representada por Cuba y sus deseos de “remover las condiciones en que se gestan la tiranía y la corrupción. Diversificar sus riquezas, distribuir sus tierras. Elevar la condición humana de los millones de parias que pueblan el suelo americano” 92.

En abril de 1961 la amenaza de intervención se materializó con la invasión de Bahía de Cochinos. La agresión norteamericana a la isla resultó ejemplificadora de una larga tradición imperialista, que pese a utilizar las formas de la ayuda financiera y los mecanismos diplomáticos, no dudó en utilizar la fuerza bruta cuando estos se vieron inútiles. Playa Girón fue una demostración “de que el imperialismo es un tigre en acecho que sólo entiende el lenguaje de la fuerza. Guatemala cayó porque careció de un ejército popular que defendiera la Reforma Agraria y las conquistas sociales. Cuba venció y seguirá triunfante porque cuenta con un pueblo en armas que no podrá ser doblegado a riesgo de una guerra mundial de la que la primera víctima será el propio imperio”. La invasión fue un momento crucial después del cual el PS desarrolló un nuevo diagnóstico sobre la acción del imperialismo en América Latina, destacando nuevas formas de intervención multilateral en alianza con elementos internos que transformaron el discurso antimperialista del socialismo chileno 93.

Pocos meses después La Habana reafirmó su compromiso con la posición de neutralidad, transformándose en el primer gobierno latinoamericano en ingresar oficialmente al bloque de naciones poscoloniales durante la conferencia de Belgrado. El proceso cubano tomó un nuevo impulso como modelo revolucionario y antimperialista para América Latina en el pensamiento socialista; ante las ya frustradas revoluciones de México, Venezuela y Bolivia, Cuba aparece “innovando en los términos tradicionales de la estrategia revolucionaria y realizando las transformaciones más profundas y decidoras. Fidel Castro, con su grupo de estudiantes, rompía, si el término nos lo permite, parte de la escolástica revolucionaria y nos entregó una nueva dimensión de lucha” 94. En la reflexión del PS, Cuba apareció como la primera experiencia poscolonial y de liberación nacional en el continente, erigiéndose en un modelo de táctica y estrategia revolucionaria y antimperialista, pero, sobre todo, como una experiencia cercana y familiar, cuya defensa “es la defensa de nuestros propios pueblos y del derecho a que cada uno se dé el gobierno y el sistema de vida que mejor le parezca” 95.

Durante el congreso de 1961, Salomón Corbalán, como secretario general, insistió en el carácter nacional de la revolución americana y rechazó toda forma de hegemonía internacional sobre el movimiento socialista del continente. En este sentido fue felicitado el apoyo soviético brindado al gobierno de Castro con ocasión de Girón; sin embargo, dicha colaboración no podía empujar a Cuba al campo de países socialistas, recordando que “quienes condujeron aquella gesta no estaban afiliados a ninguna organización política de orden internacional y su acción fue calificada de ‘aventura irresponsable’ por quienes se atienen a los esquemas determinados por el campo socialista” 96.

Cuba cambió la fisonomía del movimiento socialista en América Latina, transformándose en un nudo crítico para la unidad de los partidos y movimientos afines del continente que influyó en las relaciones internacionales del socialismo chileno, para quienes estar del lado de la Revolución cubana comenzó a ser sinónimo de compromiso con la revolución nacional en América y todo el Tercer Mundo 97. A propósito del movimiento de solidaridad con la isla, Corbalán repasó el estado de las relaciones internacionales del PS destacando la ruptura con la “imperialista” Acción Democrática de Venezuela y el Partido de la Liberación de Costa Rica, un nuevo distanciamiento de la IS e irregulares pero cordiales vínculos con el MNR. Sin embargo, el caso más decidor de este viraje fue la ruptura de relaciones con el APRA, acusado de transformarse “en un puntal incondicional del imperialismo yanqui al que Víctor Raúl Haya de la Torre calificó de ‘imperialismo bueno’” 98.

Para el PS, Cuba tomó perspectivas pedagógicas respecto de la importancia de los factores nacionales para la revolución y de las formas de penetración imperialista en el Tercer Mundo; Girón demostraría que cualquier intento efectivo de autodeterminación sería hostilizado por los Estados Unidos y su entramado panamericano, clausurando de forma definitiva cualquier posibilidad de entendimiento con Norteamérica y el sistema interamericano. Sin embargo, la experiencia también resultó atractiva como elemento fundacional de un nuevo período de lucha antimperialista en el continente, sobre todo después de 1960, donde el proceso destacó por ser nacional, decididamente socialista, abiertamente antimperialista, latinoamericano y poscolonial.

Durante la década de 1960 el imperialismo fue comprendido como un sistema de dominación global, instalando en los movimientos del Tercer Mundo el problema de la violencia como medio para revelar, a través de la ruptura y la excepcionalidad, la ilegitimidad de la organización estatal vigente y sus relaciones internacionales 99. En el PS, las lecturas sobre imperialismo en América Latina decantaron hacia la búsqueda de opciones tácticas y espacios de colaboración comunes para enfrentar el problema de la injerencia foránea. En esta línea, durante el congreso socialista de 1965 se comenzó a plantear que el proceso continental de liberación pasa por el enfrentamiento coordinado contra el enemigo común de los pueblos débiles encarnado en el imperialismo americano; en este sentido se abogó por la coordinación y enlace de todos los movimientos revolucionarios y antimperialistas de América Latina como una manera de “contribuir a librarnos del imperialismo y abrir el camino hacia la implantación del socialismo en América” 100.

En 1966 se reunieron en La Habana movimientos y gobiernos de Asia, África y América Latina en la conferencia Tricontinental, insertando de hecho a la región y sus movimientos políticos en el marco de las luchas por la liberación nacional y antimperialista. La instancia quedó constituida por más de ochenta delegaciones de los tres continentes, planteando como tarea más apremiante “recurrir a todas las formas de lucha que sean necesarias, incluyendo la lucha armada, para conquistar el derecho inalienable de su independencia política” 101. Como parte de los acuerdos de las veintisiete delegaciones latinoamericanas quedó establecida la Organización Latinoamericana de la Solidaridad (OLAS), cuya primera conferencia se realizaría el año siguiente. La conferencia de la OLAS fue convocada con el mismo espíritu de coordinar los esfuerzos antimperialistas impulsados por la Tricontinental y discutir las particularidades del fenómeno en América latina 102. La delegación chilena estuvo compuesta por los militantes socialistas Carlos Altamirano, Clodomiro Almeyda y Julio Benítez, y por los comunistas Volodia Teitelboim, Jorge Montes y Carlos Cerda. Pese a que los cubanos insistieron en que no pretendían hegemonía alguna sobre el movimiento socialista latinoamericano, con la OLAS La Habana ya asumía una posición de liderazgo informal del movimiento popular en América 103.

La OLAS realizó un nuevo diagnóstico sobre América Latina después de la Revolución cubana. Para la conferencia, el triunfo guerrillero abrió un período ascendente de luchas por la emancipación nacional con perspectivas de derrotar al imperialismo en América, aunque que también desembocó en una nueva forma de acción imperialista. Las invasiones de Girón y Santo Domingo formarían parte de una estrategia de largo alcance donde el entramado panamericano, los pactos militares y la estrategia de contención comunista plantean la extensión de la influencia de los Estados Unidos a amplias zonas geográficas del continente 104. Para la reunión, la nueva fisonomía del fenómeno imperialista exige una acción coordinada; en este aspecto la conferencia resolvía que:

Frente al crecimiento de la acción agresiva del imperialismo, que se expresa en hechos tales como el bloqueo económico contra Cuba, las masacres del pueblo panameño, la invasión mercenaria de Playa Girón, la sangrienta intervención militar en Santo Domingo y la creciente y brutal represión contra los demás pueblos latinoamericanos, la única vía posible es la profundización y desarrollo de la lucha revolucionaria hasta su forma superior, la guerra de liberación, contra el imperialismo y las clases dominantes de los pueblos en todo el continente 105.

Para la OLAS, el proceso revolucionario en América Latina y todo el Tercer Mundo puede y debe ser llevado adelante por los trabajadores en un sentido socialista y revolucionario, mediante el impulso de una política antimperialista nacional en concordancia con los objetivos continentales. La liquidación del imperialismo pasa, desde esta perspectiva, por la revolución social profunda, la emancipación económica y la integración de todos los países del continente. En este sentido, la propuesta de la OLAS resolvió que las burguesías son incapaces de impulsar transformaciones sociales y constató el fracaso de la izquierda tradicional a la hora de lograr la independencia nacional por las vías legales. En buena medida, la sanción de la OLAS en favor de la violencia revolucionaria estuvo basada en un diagnóstico categórico sobre la acción del imperialismo: cualquier proceso nacional de liberación se verá enfrentado a la resistencia de las burguesías nacionales, del imperialismo y, en último término, al problema de la violencia.

Cuba generó un efecto demostrativo que reclamó la actualización de las formas de lucha en el continente americano, sin embargo, ante la imposibilidad de trasplantar dichos métodos, los socialistas (y otros movimientos de la región) adscribieron a algunos de los principios e ideales de la revolución adaptados a sus propias realidades nacionales 106. En Chile, Salvador Allende y Clodomiro Almeyda fueron los principales promotores de la organización, y el PS terminó por adherir formalmente a algunos de los planteamientos de la conferencia. Si bien el diagnóstico sobre las burguesías nacionales y la opción por un movimiento antimperialista “revolucionario, nacional y socialista” no presentan mayor novedad respecto a la discusión de la década anterior, el recurso estratégico de la violencia fue el que copó el debate partidario y de todo el espectro político nacional 107. Estas adscripciones estuvieron lejos de significar que el mecanismo insurreccional después de la OLAS “constituía el eje en la acción de los partidos marxistas-leninistas en nuestro país” 108, sobre todo considerando que la delegación chilena debió abstenerse de votar la mayoría de las resoluciones ante los desacuerdos existentes entre socialistas y comunistas, estos últimos comprometidos con las tesis soviéticas de la coexistencia pacífica 109. En el caso particular del PS, las resoluciones de la OLAS fueron asumidas de modo parcial, pero no por eso menos polémica.

El problema de la violencia como parte de la emancipación latinoamericana estuvo presente en los debates que animaron el congreso de 1965 y de buena parte de la intelectualidad socialista los años posteriores a la Revolución cubana. Sin embargo, sobre todo después de Girón, el problema de la lucha armada quedó intrínsecamente ligado a una versión militar de la estrategia antimperialista. En este contexto, la OLAS fue percibida por los medios de difusión socialistas como un momento de consolidación de las ideas sobre el imperialismo y como la materialización del viejo anhelo de coordinación continental, proyecto al que el PS adhirió formalmente durante el congreso de Chillán en 1967, lo cual coincidió con un proceso de radicalización generalizada y un intenso debate interno sobre los medios y fines de la revolución chilena.

Según la OLAS, en Chile tenían plena vigencia las tesis sobre la violencia imperialista y las tácticas del enfrentamiento armado para la liberación nacional 110. Sin embargo, los chilenos adaptaron la dimensión estratégica del enfrentamiento armado a una concepción etapista y escalonada de la lucha antimperialista. Por esta razón, el PS suscribió a la continentalización reconociendo “diferentes tácticas violentas […] de acuerdo con las condiciones concretas del proceso revolucionario, escalonado generalmente a través de las siguientes etapas: resistencia y lucha armada. Esta última comprende una sucesión o combinación de las etapas de la guerrilla, la insurrección y la guerra revolucionaria. Cada etapa tiene sus peculiares características y, por lo tanto, sus tácticas específicas” 111.

El Congreso fue enfático en señalar que la violencia como opción táctica es más amplia que la lucha armada, mencionando a la guerra de liberación como la forma más “avanzada” de la lucha antimperialista en América Latina, pero sin vigencia momentánea para Chile, donde la conquista del poder aún es posible por los cauces legales y la movilización de masas. Siguiendo las tesis de la OLAS, los socialistas vincularon las tareas nacionales a una estrategia antimperialista continental, que en su versión chilena exigía la “toma revolucionaria del poder” en desmedro de las burguesías criollas, clases “indisolublemente ligadas al imperialismo y como clase explotadora, es irreversiblemente contra revolucionaria” 112. En último término, y con distintos alcances tácticos, en Chile y América Latina “no se puede ser auténticamente antimperialista sin ser auténticamente revolucionario, y no se puede ser revolucionario sin ser consecuentemente antimperialista” 113.

Conclusiones

El antimperialismo y el latinoamericanismo son dos ideas fundamentales del pensamiento político socialista. Con distintas modulaciones y etiquetas, la reflexión continental estuvo íntimamente ligada a la experiencia de subordinación compartida por las veinte naciones latinoamericanas. Ya sea bajo la etiqueta del indoamericanismo o siguiendo la idea cubana, América Latina fue siempre pensada en función de un pasado y un presente compartidos y, sobre todo, como un territorio con una comunidad de fines y valores por construir cuya principal expectativa fue la independencia y la integración.

El imperialismo fue leído como un fenómeno transnacional que vinculó lo nacional con la realidad política continental y viceversa, resaltando el retraso y la dependencia como elementos identitarios que permiten desdibujar las fronteras del estado nación y proponer, en cambio, programas de emancipación, modernización e integración política de alcance continental y global. En este sentido, los socialistas suscribieron a programas políticos comprometidos con una serie de realizaciones con sentido para Chile y otras naciones, haciendo de la revolución democrático-burguesa o la lucha antimperialista tareas atingentes y con sentido para el amplio espectro de naciones subdesarrolladas y dependientes.

La reflexión desde y para América Latina favoreció las ideas locales por sobre los modelos políticos foráneos, haciendo que las distintas invocaciones de un pensamiento genuinamente latinoamericano se vincularan con una reflexión doméstica y “no dogmática” del marxismo. El antimperialismo enlazó la política del PS con la realidad de las sociedades latinoamericanas y su desarrollo, relevando, más allá de las especificidades nacionales, el carácter económicamente dependiente y socialmente retrasado como punto de partida de una reflexión permanente sobre las características de la revolución americana.

Las redes de coordinación e intercambio jugaron un papel fundamental en el discurso y la política antimperialista del socialismo chileno, otorgándole una dinámica propia y condicionada por el encuentro con distintas experiencias que repercutieron sobre los marcos discursivos de la intelectualidad socialista. A través de relaciones con diversas naciones y partidos, los socialistas analizaron las distintas aristas de la política latinoamericana y global, adscribiendo a programas políticos, corrientes diplomáticas y diagnósticos diversos sobre el fenómeno imperialista en la región y todo el Tercer Mundo que sirvieron como márgenes interpretativos capaces de responder a las distintas dinámicas de la penetración extranjera.

En este sentido, los significados y valores del antimperialismo socialista no son estáticos y estuvieron sujetos a la cambiante realidad internacional del siglo XX, obedeciendo a tradiciones y marcos conceptuales sobre América y el Tercer Mundo que destacaron por su carácter nacional, antimperialista e internacionalista. Del mismo modo, las cambiantes lógicas del sistema internacional también repercutieron sobre las prioridades del PS, haciendo del discurso antimperialista una dimensión que, por momentos, fue más bien accesoria en la política socialista.

El PS desarrolló una discusión original que se nutrió, en gran parte, de las lecturas y los vínculos con diversos movimientos y gobiernos que, desde la óptica socialista, resultaban ejemplificadores de los principios antimperialistas, haciendo de la autodeterminación, la defensa de la soberanía y la no intervención, valores con plena vigencia para el proceso político nacional. En diversos momentos, el PS se acercó a experiencias que sirvieron de expectativas para imaginar un proceso común de emancipación en América y todo el Tercer Mundo, desarrollando posiciones que fueron promovidas en las distintas instancias de coordinación política internacional. En este aspecto, las instancias con participación socialista son decidoras de los cambios discursivos, estratégicos y políticos del momento, y no deben ser leídos como espacios fundantes de una tradición antimperialista trasplantada y acríticamente adoptada.

Sin desconocer el influjo de la Revolución cubana sobre la intelectualidad socialista, es necesario mencionar que dicha experiencia fue recepcionada y comprendida en el marco de una reflexión ya elaborada sobre el continente americano. Cuba agrega una dimensión militar a la política antimperialista en el continente y el Tercer Mundo que fue adaptada por el PS, suscribiendo a los principios de la continentalización sin sancionar su plena vigencia para el escenario político nacional; en este sentido, Cuba fue una experiencia que alentó un debate sobre los medios de la revolución y la política antimperialista en América Latina que, sin embargo, no cambió radicalmente el diagnóstico sobre el imperialismo y la revolución en el continente.

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Notas y anexos

1 Funes, 2014, p. 137.

2 Kozel et al., 2015.

3 Pita y Marichal, 2012.

4 Ramírez Necochea, 1960, pp. 247-283.

5 Moraga, 2012, pp. 187-213.

6 Riquelme, 1985, p. 14.

7 Núñez, 2017, pp. 104-109.

8 Drake, 1992, p. 128.

9 Pollack y Rosenkranz, 1986, pp. 35-40.

10 Ortiz, 1996; Valdés, 2018, pp. 60-65; Núñez, 2017, op. cit., pp. 153-157.

11 Pocock, 2009, pp. 49-62.

12 Ulianova, 2009.

13 Funes, 2006, pp. 239-242.

14 Haya de la Torre, 1979, p. 10.

15 Haya de la Torre, 2010, p. 40.

16 Bergel, 2019.

17 Hernández, 2014; Moraga, 2009.

18 “La revolución nacional”, Consigna, Santiago, 9 de junio de 1934.

19 “La revolución Mejicana I”, Consigna, Santiago, 29 de junio de 1935.

20 “Un congreso socialista Indo-Americano”, Consigna, Santiago, 6 de agosto de 1936.

21 Ver Consigna, N° 29 a 33 y N° 35 de 1935. En 1936 Hübner publica el libro Mejico en marcha, obra por la cual fue invitado por el PNR para visitar y observar en persona el proceso revolucionario mexicano.

22 Consigna, Santiago, 24 de abril de 1937.

23 “Congreso de los partidos políticos de izquierda”, Consigna, Santiago, 4 de septiembre de 1937.

24 “El Partido Nacional Revolucionario mexicano y el Partido Socialista chileno”, Consigna, Santiago, 10 de abril de 1937.

25 “Significado de la revolución Mexicana”, Consigna, Santiago, 18 de septiembre de 1937.

26 “La realidad social de Indoamérica”, Claridad, Santiago, 9 de marzo de 1938.

27 “La Guerra Ad-Porta”, El Socialista, Valparaíso, 18 de abril de 1935.

28 “La Lucha antiimperialista del pueblo mexicano”, Claridad, Santiago, 22 de marzo de 1938.

29 “México como ejemplo de lucha antiimperialista”, Claridad, Santiago, 23 de marzo de 1938.

30 “La guerra europea y la política internacional del PS”, Consigna, Santiago, 30 de septiembre de 1939.

31 “Luis Zúñiga. El Pacto Nazi Soviético y la política internacional del PS”, Rumbo, Santiago, octubre de 1939.

32 Nocera, 2006.

33 “Posición del PS frente a la Guerra”, Rumbo, Santiago, octubre de 1939.

34 “Luis López Aliaga. 50 años de panamericanismo”, Rumbo, Santiago, noviembre de 1939.

35 “Estados Unidos y América Latina”, Crítica, Santiago, 17 de junio de 1940.

36 “Proyecciones del congreso democrático”, Crítica, Santiago, 5 de octubre de 1940.

37 Primer Congreso de Partidos Democráticos y Populares, 1941, p. 16.

38 Los puntos del plan fueron publicados en Crítica el 28 y 29 de julio de 1941.

39 “Interamericanismo democrático sin imperio”, Crítica, Santiago, 28 de julio de 1941.

40 “Interamericanismo Democrático”, Crítica, Santiago, 2 de agosto de 1941.

41 El ataque de Japón a Pearl Harbor coincidió con la elección presidencial para suceder al fallecido presidente Pedro Aguirre Cerda; sin embargo, el problema de la solidaridad chilena con los Estados Unidos ante un inminente choque con el Eje fue un tema álgido durante toda la campaña, que los socialistas agitaron como miembros del gobierno provisional de Jerónimo Méndez y durante la corta candidatura presidencial de Óscar Schnake.

42 “Amplia solidaridad de América con los EEUU”, Crítica, Santiago, 9 de agosto de 1941.

43 Nocera, 2006, op. cit., pp. 152-172.

44 “Nuestra actitud en la conferencia de Río”, Crítica, Santiago, 6 de febrero de 1942.

45 “Declaraciones del Senador Grove a ‘Argentina Libre’”, Crítica, Santiago, 10 de septiembre de 1942.

46 Jobet, 1971, pp. 177-198.

47 Álvarez, 1946, p. 8.

48 Pettinà, 2018, pp. 63-89.

49 Ibáñez, 1946.

50 Jobet, 1971, op. cit., p. 195.

51 Entre 1946 y 1947 se sucedieron una serie de pugnas internas que terminaron con las tendencias socialistas divididas en tres organizaciones enfrentadas, principalmente, respecto del problema de la colaboración ministerial de la izquierda con el Partido Radical. En 1946 fue fundado el Partido Socialista Auténtico (PSA) por el exlíder Marmaduke Grove, quien criticó el anticomunismo y las tendencias extranjerizantes del congreso americano socialista; en 1947 desencuentros sobre la ley que proscribía al Partido Comunista generaron una nueva escisión que terminó con las fuerzas socialistas separadas en el Partido Socialista Popular, que se queda con la mayoría de la militancia bajo el liderazgo de Eugenio González, Raúl Ampuero y Salvador Allende y, un anticomunista Partido Socialista de Chile, que mantuvo contactos con la Internacional Socialista hasta los primeros años de 1950 liderado por Bernardo Ibáñez y Juan Garafulic.

52 Fernández, 2017.

53 Partido Socialista, 1948, p. 10.

54 Ibid., p. 11.

55 “Rebelión contra el Stalinismo detrás de la cortina de hierro”, La Calle, Santiago, 28 de enero de 1950.

56 Waiss, 1986, p. 109.

57 “Blazevic dijo…”, Nuevos Rumbos, N° 3, Santiago, septiembre de 1954, p. 17.

58 Primeras impresiones de Yugoslavia, La Calle, Santiago, segunda quincena de septiembre 1955.

59 Waiss, 1954.

60 Fernández, 2017, op. cit.

61 Waiss, 1952, p. 3.

62 “Integración económica de los países débiles”, La Calle, Santiago, 1 de septiembre de 1951.

63 “Un Camino para la paz”, La Calle, Santiago, 8 de septiembre de 1951.

64 “Bolivia acordó nacionalizar sus grandes minas de estaño”, La Calle, Santiago, 17 de mayo de 1952.

65 “Aspectos internacionales. La revolución boliviana”, La Calle, Santiago, 23 de agosto de 1952.

66 “Solidaridad socialista Latino-Americana”, La Calle, Santiago, 22 de octubre de 1953.

67 Hove, 2007.

68 “Una titánica lucha libra Guatemala contra el imperialismo norteamericano”, La Calle, Santiago, 21 de marzo de 1953.

69 “Panorama Internacional”, Nuevos Rumbos, N° 1, Santiago, mayo de 1954.

70 “¡Fuera los Yanquis de América Latina!”, La Calle, Santiago, 25 de junio de 1954.

71 “Centro América: tormenta sobre el caribe”, Nuevos Rumbos, N° 2, Santiago, junio de 1954.

72 “Víctor Sergio Mena. EE.UU., Democracia y Dictadura”, Nuevos Rumbos, N° 2, Santiago, junio de 1954.

73 Westad, 2007, pp. 66-102.

74 “Posición internacional del socialismo popular”, La Calle, Santiago, primera quincena de septiembre de 1955.

75 “Consideraciones acerca de la revolución chilena”, La Calle, Santiago, primera quincena de noviembre de 1955.

76 “La tercera fuerza en América Latina”, La Calle, Santiago, primera quincena de noviembre de 1955.

77 “Reunión de los partidos socialistas de América Latina”, Boletín del Comité Ejecutivo del PSP, N° 6, Santiago, mayo-junio de 1956, pp. 1-2.

78 “Segunda reunión del comité consultivo latinoamericano de la internacional socialista”, Boletín del Comité Ejecutivo del PSP, N° 13, Santiago, diciembre de 1956.

79 En 1957 se celebró el congreso de unificación socialista, reuniendo al Partido Socialista de Allende y al Socialismo Popular de Raúl Ampuero en un solo partido. Pese a las negociaciones entre Allende y Ampuero, el congreso sancionó la unificación bajo los principios teóricos y las adscripciones internacionales del PSP.

80 Las Noticias de Última Hora, Santiago, 5 de abril de 1958.

81 “Sólo la clase trabajadora puede tomar el mando de la revolución americana”, Las Noticias de Última hora, Santiago, 18 de abril de 1958.

82 “Derogación total de los compromisos militares”, Izquierda, Santiago, 1 de mayo de 1958.

83 “En el socialismo latinoamericano existe una concepción nacional-revolucionaria”, Izquierda, Santiago, 15 de mayo de 1958.

84 Las Noticias de Última Hora, Santiago, 15 de abril de 1958.

85 Las Noticias de Última Hora, Santiago, 5 de abril de 1958.

86 “Bajo tiranía de sangriento burdo y cruel agoniza Cuba”, Izquierda, Santiago, 18 de abril de 1958.

87 “De aquí y de allá”, Las Noticias de Última Hora, Santiago, 2 de enero de 1959.

88 “Cuba en la encrucijada”, Las Noticias de Última Hora, Santiago, 11 de enero de 1959.

89 “La Reforma Agraria señala el comienzo real de la revolución”, Las Noticias de Última Hora, Santiago, 4 de febrero de 1959.

90 “La política internacional de Fidel Castro”, Las Noticias de Última Hora, Santiago, 1 de abril de 1959.

91 “Clodomiro Almeyda. Cuba y la conferencia de cancilleres”, Arauco, N° 1, Santiago, octubre de 1959.

92 “Dos Américas: Trujillo o Castro”, Las Noticias de Última Hora, Santiago, 13 de agosto de 1959.

93 “La autodeterminación de los pueblos y el principio de no intervención”, Arauco, N° 17, Santiago, junio de 1961.

94 “América Latina. Un continente tras su liberación, Izquierda, Santiago, 7 de julio de 1961.

95 “Sólo con el apoyo de las masas trabajadoras se afianzará la revolución en América Latina”, Arauco, N° 23, Santiago, diciembre de 1961.

96 Ibid.

97 La Revolución cubana permitió una mejor comprensión de otros procesos descolonizadores y tercermundistas como Argelia, país que durante la década de 1960 fue constantemente comparado con la isla, relevando los rasgos comunes entre ambos y facilitando marcos comprensivos para, desde una experiencia latinoamericana y más familiar como la cubana, permitir que distintos profesionales y militantes de izquierda chilenos se acercaran y vincularan con el país africano, ver Palieraki, 2020.

98 “Sólo con el apoyo de las masas trabajadoras se afianzará la revolución en América Latina”, Arauco, N° 23, Santiago, diciembre de 1961.

99 Ricciardi, 2003, p. 193.

100 “Resoluciones del XXI Congreso”, Arauco, N° 66, Santiago, julio de 1965.

101 “Primera Conferencia de la Solidaridad de los pueblos de Asía, África y América Latina”, Política Internacional, N° 13, La Habana, 1966, p. 56.

102 “La primera conferencia de solidaridad de los pueblos de Asia, África y América Latina”, Arauco, N° 76, Santiago, mayo de 1966.

103 Almeyda, 1967, pp. 427-442.

104 OLAS, 1967.

105 Ibid., p. 56.

106 Marchesi, 2019.

107 En julio de 1967 el Senador Carlos Altamirano fue acusado y procesado bajo los cargos de apología a la violencia e injurias al presidente de la república. La causa fue la publicación de la conferencia “La lucha armada en América Latina”, instalando el debate respecto del rol de la violencia en la izquierda chilena casi al mismo tiempo que se realizaba la conferencia de la OLAS.

108 Arancibia, 2001, p. 31.

109 Las Noticias de Última Hora, Santiago, 6 de agosto de 1967.

110 Inicialmente los informes discutidos por la conferencia señalaron que en países como Uruguay, Chile y Costa Rica la lucha armada no es posible. Sin embargo, estas excepciones desaparecieron del documento final que sancionó la validez de la lucha armada para toda América Latina.

111 “Política nacional. Tesis aprobada en el Congreso regional Santiago Sur y aprobada en el Congreso General de Chillán como base para la resolución política” (documento mecanografiado, disponible en la colección de la Biblioteca Clodomiro Almeyda).

112 “Resolución sobre política nacional presentada por el congreso regional Santiago sur y aprobada por el congreso general de Chillán como base de resolución política, 1967” (documento mecanografiado disponible en la colección de la Biblioteca Clodomiro Almeyda).

113 “Reformismo y revolución. Desarrolla los acuerdos del congreso de Chillán, 1968” (documento mecanografiado disponible en la colección de la Biblioteca Clodomiro Almeyda).

FUENTES

Fuentes primarias a) Biblioteca Clodomiro Almeyda “Resolución sobre política nacional presentada por el congreso regional Santiago sur y aprobada por el congreso general de Chillán como base de resolución política, 1967” (documento mecanografiado). “Política nacional. Tesis aprobada en el Congreso regional Santiago Sur y aprobada en el Congreso General de Chillán como base para la resolución política, 1967” (documento mecanografiado). “Reformismo y revolución. Desarrolla los acuerdos del congreso de Chillán, 1968” Å(documento mecanografiado). b) Prensa y revistas Arauco, Santiago, 1959-1966 Boletín del Comité Ejecutivo del PSP, Santiago, 1956 Consigna, Santiago, 1934-1939 Crítica, Santiago, 1940-1942 El Socialista, Valparaíso, 1935 Claridad, Santiago, 1938 Izquierda, Santiago,1958-1961 La Calle, Santiago, 1950-1955 Las Noticias de Última Hora, Santiago, 1958-1967 Nuevos Rumbos, Santiago, 1954 Rumbo, Santiago, 1939