OTRO MUNDO ES POSIBLE, UN MUNDO SOCIALISTA

Sobre la Dimensión Orgánica de la Crisis de los Partido de Izquierda Tradicionales

 
Clodomiro Almeyda
"Clodomiro Almeyda Medina (Santiago, 11 de febrero de 1923 – Santiago, 25 de agosto de 1997)

 

1. La consideración de los "temas político-culturales de largo plazo que dicen relación con el tipo de proyecto sustantivo que la izquierda debe discutir con el país" nos remite reiterativamente a tener en cuenta el rol de los agentes políticos -y señaladamente el de los partidos políticos populares, entre ellos el Partido Socialista Chile- en la generación y promoción de dicho proyecto.

2. Es un hecho que los partidos políticos actuales -y con especial énfasis- los partidos que se pretenden promotores de transformaciones sociales (izquierda) se encuentran hoy en día en una evidente crisis, no solo desde el punto de vista de las insuficiencias o carencias de proyectos y programas, sino también, y en no menor medida, en lo relativo a su naturaleza orgánica, relaciones con la sociedad civil, e identificación de sus actuales funciones y de las formas como llevarlas a cabo.

Es también un hecho que las reflexiones acerca de las nuevas formas que debieran adoptar los agentes políticos y particularmente los partidos, para hacerse cargo de los objetivos que les corresponde alcanzar en la actualidad son notoriamente insuficientes y superficiales. Está claro pues, a nuestro juicio, que el proceso de renovación socialista no ha calado hondo en lo que atañe a la teoría y la práctica de la estructura de los nuevos actores políticos populares requeridos por la contemporaneidad. La insuficiencia que destacamos, por lo demás, es una falencia general en el mundo de las izquierdas, que se manifiesta también en nuestro país, tanto en lo que respecta a la ausencia de una crítica de fondo al partidismo actual, como a la ausencia también de propuestas destinadas a corregir sus defectos y pretender hacerlos funcionales a la implementación de los procesos de transformación social que están ahora a la orden del día.

3. Esta crisis de la actual institucionalidad de los partidos de izquierda se expresa tanto en la pérdida de su capacidad de atracción y convocatoria ante las gentes y especialmente ante la juventud, como en la evidente disfuncionalidad de sus actuales estructuras, hábitos, tradiciones y maneras de hacer política, con las exigencias que la realidad social reclama de un actor político de carácter popular y socialista, en proceso de renovación sustantiva.

4. Sin pretender agotar el repertorio de las líneas de acción que deben ir progresivamente caracterizando la necesaria renovación de la naturaleza, funciones y estructuras de los partidos políticos de izquierda, procede registrar a nuestro juicio los siguientes rasgos que debieran recogerse en el necesario proceso de reajuste que deben experimentar esos partidos para satisfacer necesidades objetivas:

4.1 La principal debilidad de las izquierdas en la actualidad, tanto a nivel mundial como local, es la carencia de un diseño de proyecto transformador que pueda asumir los nuevos datos de la realidad que derivan, primero, del fracaso de los llamados socialismos reales, segundo, del agotamiento de las virtualidades del llamado Estado benefactor, impulsado por la socialdemocracia, y tercero, de la constatación de las potencialidades que todavía encierran el capitalismo, la empresa privada y el mercado, como promotores decisivos del desarrollo económico. Esta asunción, desde luego, no supone renunciar a la idea central de la vigencia del socialismo como única respuesta válida a las contradicciones insolubles de la sociedad contemporánea dentro de sus propios marcos actuales, sino significa solo la necesidad de actualizar y colocar al día las formas como debe enfrentarse dichas contradicciones y encontrar las soluciones viables y constructivas.

Consecuencialmente, la principal tarea de las políticas transformadoras en la actualidad y de los partidos que las promueven y que es condición previa y necesaria para las demás, es la de generar y dar forma al proyecto de cambio social que encarne los valores humanistas del socialismo en la actual situación mundial, y subsecuentemente, a los programas de acción concreta que derivan de él. Esto no quiere decir que la generación de este proyecto surja de la nada. En realidad existen los elementos e ingredientes para darle forma, productos de prácticas parciales y de reflexiones sectoriales, pero falta la reflexión global y totalizante que permita dar a luz a la gran utopía socialista del próximo siglo, usando la materia prima que está a disposición para ser procesada por el actor político, cuya principal obra viene a ser pues construir ese proyecto y traducirlo en línea política.

4.2 Para que el proyecto de transformación pueda realizarse, es menester que sea promovido por una fuerza social, la que solo es posible construir alrededor de un proyecto convocante y movilizador. Para ello es menester, primero, dar a conocer, o sea informar y difundir ese proyecto, esa idea fuerza en la sociedad civil. Y luego, es preciso internalizar los valores y las ideas que inspiran e ilustran ese proyecto en la conciencia colectiva, señaladamente en aquellos ámbitos sociales cuyos intereses estratégicos ese proyecto pretende interpretar y que por tanto se supone son proclives a impulsarlo.

De esto resulta que luego de generar un proyecto y una línea política, la segunda función del actor político partidario es la de informar, difundir y hacer conciencia alrededor suyo, con el fin de movilizar fuerza social al servicio de ese proyecto.

Se comprende más la importancia que tiene esta función política creadora del partido en la actual circunstancia, si se repara que la desideologización que se ha producido en la sociedad, y que se comunica a los partidos, ha generado en estos un vacío ideológico que tiende a ser llenado por un pragmatismo coyuntural, que sustituye como factor motivante a ideas y objetivos más o menos trascendentes, por la simple aspiración a conquistar mayor poder, por el poder mismo. Se crean así las condiciones para la degeneración y perversión ética de los partidos, fenómeno preocupante del que somos testigos hoy en día, en casi todos los países de la tierra.

4.3 La precedente identificación de las funciones políticas primordiales en la actual circunstancia histórica, proporciona los parámetros dentro de los cuales procede diseñar la naturaleza, estructura, órganos y formas de acción de un partido político popular, funcional a los nuevos tiempos.

Se entiende mejor la trascendencia de las tareas políticas señaladas de un partido funcional a los requerimientos de la contemporaneidad, si se repara que soporte básico de la democracia es que la legitimidad de la autoridad descanse en un vasto consenso, se apoye en las grandes mayorías e interprete el sentir de la opinión pública.

Contribuir a gestar ese consenso mayoritario, orientando y organizando la opinión pública, a través de la información, la difusión y la internacionalización de los valores, ideas y contenidos de proyectos y programas, viene a ser la esencia del rol de la política y de los actores políticos en la actual situación mundial, como condición previa para la movilización y despliegue de la fuerza social y política necesaria para llevar a cabo la política que se propone.

Para el cumplimiento de dichas tareas, el actor político debe impulsar la creación de entidades -fuera de su propia estructura interna-, que sean idóneas para contribuir a su realización, dotadas de la independencia y autonomía necesarias para optimizar el uso de los recursos humanos, ideológicos, técnicos y materiales de que pueda disponerse y que es difícil que puedan ser aprovechados eficientemente por las estructuras internas partidarias. Esto vale tanto para entidades que elaboren proyectos, como para aquellas que puedan comunicarlos y/o enseñarlos y difundirlos en el cuerpo social.

La estructura orgánica del partido y la red de entidades e instituciones que experimenten su influencia y orientación deben conformar un verdadero sistema de actores políticos e ideológicos, que aunque sean de distinta naturaleza y estén dotados de autonomía para manejarse, son convergentes en cuanto a sus finalidades.

4.4 La fuerza social del actor político de izquierda se mide por su gravitación en el comportamiento de los ciudadanos y de los actores sociales en la sociedad civil, y en los procesos democráticos generadores de las autoridades electivas, y por su influencia en la conducta de los Poderes Públicos.

Consecuencialmente, el valor y la eficacia del compromiso político del ciudadano no se ha de medir en función de su militancia o afiliación formal a una orgánica, sino por los efectos prácticos de su adhesión a los valores, proyectos y líneas políticas prohijadas por el partido, traducidos en aportes concretos a su promoción y desarrollo en el seno de la sociedad civil.

El compromiso político eficaz, así entendido, debe admitir grados y modalidades diferentes de formalización, que se correspondan con la variedad de los colectivos sociales en cuyo seno están insertos los ciudadanos y con las características y vocaciones de sus individualidades. Ello con la mira de que las estructuras orgánicas sirvan para optimizar el concurso de cada ciudadano comprometido con la causa, y no como ocurre hoy en día, en que la actividad política está determinada por la naturaleza de la orgánica, aunque esta sea disfuncional a los objetivos políticos que se buscan.

4.5 Las reflexiones anteriores nos llevan a concluir que los organismos de base del partido, no tienen por qué ser uniformes. Una empresa agrícola, una universidad o un colectivo de artistas son realidades tan diferentes, que es un absurdo el pretender que las formas de hacer política y de articularse orgánicamente para ello deban ser idénticas en todos estos casos. Por lo tanto, la forma de hacer política y de organizarse en los diferentes escenarios sociales, debe depender -dentro de parámetros orgánicos obligatorios muy generales- de las características de ese escenario y de las propias ideas, ocurrencias e iniciativas de quienes estén insertos en ellos.

4.6 La forma como hacer gravitante el mensaje político del partido en la sociedad civil puede adoptar las más variadas modalidades. Por ejemplo: 

1) la constitución de organismos de base integrados por afiliados para difundir los mensajes políticos en el entorno social, a la manera de los núcleos tradicionales; 

2) la convocatoria a asambleas populares o partidarias (ampliados) deliberantes o a referéndums y consultas en los ámbitos externos o internos partidarios, o a foros de discusión, o a simples reuniones sociales destinadas a explicar y difundir un mensaje político; 

3) la organización de actos públicos o manifestaciones callejeras dirigidas a concitar la atención y la adhesión popular; 

4) la creación de empresas productivas o de servicios funcionales a los objetivos partidarios, o de centros de estudio o investigación, o de medios de comunicación; 

5) la organización de campañas electorales o simplemente propagandísticas, etc.

Para llevar a cabo estas variadas faenas se requiere que el partido disponga de una infraestructura orgánica diversificada y flexible, tecnificada y moderna, debidamente financiada y eficientemente dirigida y gerenciada de manera que sea funcional a la variedad y complejidad de las diversas tareas que debe acometer.

Se trata pues de una infraestructura orgánica, material y administrativa, que supone un determinado aparato burocrático, y que no es lo mismo que la orgánica partidaria propiamente tal que se sustenta no en una relación burocrática, sino en el voluntario compromiso político.

En todo caso, puede advertirse que una infraestructura orgánico-burocrática capaz de sustentar la ejecución de objetivos como los que se señalan más arriba, nada tiene que ver con la naturaleza y práctica de las actuales orgánicas existentes, que son absolutamente disfuncionales para ello. Tanto es así, que la vida misma las ha ido demostrando tan inoperantes para cumplir aquellas funciones, que cuando de veras se quiere acometerlas con éxito, las autoridades partidarias se ven obligadas a prescindir de ellas y a buscar a través de entidades o colectivos informales, ajenos a las orgánicas oficiales, la consecución de los objetivos queridos.

4.7 En la óptica que inspira estas reflexiones, la distinción tajante entre el militante miembro del sistema llamado partido y la persona que no pertenece a él, aun cuando participe de su mensaje político y en alguna medida aporte a su realización, debe ceder el paso a una mucho más sutil, flexible y graduada inserción del ciudadano en la estructura del partido, que tome muy en cuenta las variables personales, con la mira de optimizar la contribución de todos los ciudadanos con algún compromiso político al ideal partidario.

En la medida que la sociedad civil se democratice sustantivamente, el perfil del actor político partidario ha de irse alejando del modelo de un verdadero ejército político integrado por "militantes" (la palabra tiene algo que decir), para irse asemejando cada vez más a una corriente de opinión o movimiento, compuesto por personas comprometidas políticamente, y dotado del nivel de organización necesaria para hacer posible que sus valores, proyectos y programas puedan competir exitosamente en democracia, hasta llegar a prevalecer y hacerse hegemónicos en la sociedad civil.

Esta apertura del partido a la sociedad civil, a fin de recoger de ella la materia prima para que procesada por la teoría política del partido, pueda traducirse en proyecto y programas, supone luchar contra las prácticas y reglamentaciones de carácter internista que vuelcan el quehacer partidario hacia los asuntos domésticos, distanciando con ello al partido de las gentes y haciendo difícil que pueda cumplir con su rol lideral en la sociedad.

4.8 Como se deja dicho, la función esencial del partido estriba en gravitar en la sociedad y en el Poder en función de la realización de su proyecto político. No lo es, por tanto, en manera alguna, el control del poder por el poder mismo. Para evitar que de hecho el partido devenga en un mero instrumento para conquistar poder, hay que realizar un esfuerzo consciente por minimizar su función latente de mecanismo de ascenso social en la sociedad civil, en el aparato del Estado y en el propio partido, en perjuicio de su función manifiesta y esencial de promoción de un proyecto de interés colectivo. Para lo cual la propia legalidad partidaria debe proveer de las herramientas normativas necesarias para evitar esas y otras deformaciones que obstaculizan el logro de los objetivos de bien público para cuyo servicio existe el partido.

Se trata, en otras palabras, de cautelar el contenido ético de la función pública de los partidos, defendiéndolos de sus posibles desnaturalizaciones que han condicionado en buena parte su desprestigio tanto en Europa como en América Latina.

4.9 El consenso fundamental y fundacional del partido, debe entenderse más reposando más en una comunión cultural de valores, que en la identidad de concepciones ideológico-filosóficas, con tal que de aquella comunión resulte un acuerdo alrededor de proyectos y programas que le den coherencia al accionar partidario. Ello sin perjuicio de las naturales y deseables diferencias y motivaciones que enriquecen la percepción de la realidad.

Desde este punto de vista, es fundamental que la normativa partidaria favorezca el libre juego de pareceres distintos y disponga la manera de darle trato a las diferencias por la vía del diálogo y la discusión con vistas a lograr el máximo consenso interno que permita conjugar el pluralismo de las opiniones con la convergencia en los objetivos buscados. Esta forma de darle trato a puntos de vista distintos, es la única manera de evitar que estos sirvan de pretexto para la formación de tendencias internas estables, las que si bien pueden tener su origen en naturales diferencias, tienden a degenerar en fracciones con disciplina en su seno, que buscan por sobre todo aumentar su poder interno. Ello es el germen de peligrosos divisionismos y querellas intestinas que debilitan la institucionalidad partidaria.

Por otra parte, el logro de los mayores consensos deseables debe buscarse más por la vía del cotejo y articulación dialéctica de las diferencias, en un intento por descubrir puntos de vista más profundos, más inclusivos y omnicomprensivos, que por el juego de mayorías y minorías, el que por sí solo no garantiza que se arribe a las soluciones más adecuadas.

5. Los rasgos enumerados que debieran ir marcando la dirección del proceso de renovación de la naturaleza, función y estructura de un partido popular transformador entran en abierta contradicción con prácticas muy arraigadas de la cultura política tradicional del Partido Socialista chileno.

Por tanto, el referido proceso de reajuste tiene que irse desarrollando y madurando progresivamente, tomando en cuenta también que en esta materia hay un notorio retraso en la reflexión teórica que habría que intentar superar introduciendo esta temática en el debate ideológico partidario.

Debe desde luego partirse para ello de un punto de vista crítico a los partidos políticos populares tradicionales, subrayándose su incapacidad para hacerse cargo de las tareas que hoy se les exige realizar como, asimismo, denunciando la deformación que experimentan en la medida que la lucha por el mero poder interno ha ido progresivamente desplazando el empeño por promover determinados objetivos de bien público.

Esta deformación degenerativa de los partidos, que se acentúa en la medida que se han ido vaciando de contenido ideológico-programático y que el pragmatismo coyuntural va quedando como su única razón de ser, sobredimensiona su carácter "clientelístico", tan propio del populismo latinoamericano, el que tiende a favorecer la manipulación de los intereses y sentimientos de las masas populares, en provecho de intereses meramente partidistas, grupales y personales.

Por otra parte, el elenco conceptual tradicional con que en la izquierda se enfrenta esta problemática, recogido de la teoría leninista del partido de "nuevo tipo" -construcción teórica nacida y válida en un contexto social de comienzos de siglo en la Rusia zarista, y que nada tiene que ver con la realidad actual-, es completamente incapaz de esclarecer estas cuestiones y necesita ser sustituido por otro sistema de conceptos socio-políticos idóneo para procesar los hechos de la contemporaneidad. Es así como tampoco la distinción histórica entre "partidos de cuadros" y "partidos de masas" ayuda a encontrar una salida a los asuntos planteados por la caducidad del partidismo tradicional. En efecto, los actores políticos populares que se necesitan no pueden consistir en estructuras cerradas y separadas de la sociedad civil, como se conciben los llamados partidos de cuadros, que dificultan más que ayudan a orientar y conducir a las gentes, y son proclives a degenerar en un vanguardismo sectario e inoperante.

Por otra parte, el pensar al actor político popular como un ente que se confunde con el pueblo mismo -a lo que se aproxima el concepto de partido de masas- diluye el ser del partido y su objetivo creador y orientador en el seno de un universo social en el que su retraso ideológico y político, consustancial con las sociedades de clase, impide que el agente político, el partido, cumpla su función conductora y lideral en la sociedad.

6. El proceso de crisis y decadencia de los partidos políticos tradicionales se da en un contexto socio-político universal que se caracteriza por la emergencia de los llamados "movimientos sociales", como los movimientos ecologistas, feministas, humanistas, pacifistas, etc. y por la proliferación de una vasta red de organizaciones sociales que representan los diversos intereses locales, sectoriales, laborales, profesionales, generacionales, que se hacen presente en la vida social para luchar por sus reivindicaciones específicas, de carácter corporativo.

En lo relativo a su conducta frente a los "movimientos sociales", los partidos políticos, si no quieren ser suplantados por aquéllos, deben asumir desde luego con fuerza la lucha por esos objetivos universales que hoy mucho tienen que ver con la solución de las grandes contradicciones de la sociedad capitalista contemporánea. Se trata de la lucha por la Paz, la Justicia, la Defensa del Medio Ambiente, la Austeridad, como contrapartida al consumismo desenfrenado; la Igualdad como contrapartida a las discriminaciones raciales, sexuales, etc.; la Apertura al Futuro y a la Juventud, como contrapartida al conservantismo cultural y, en general, la reivindicación de los valores humanistas.

Como se deja dicho, estos objetivos de los "movimientos sociales" no son sino la expresión contemporánea de la utopía socialista y constituyen la respuesta a la irracionalidad y a la injusticia de la sociedad contemporánea. Debieran, por tanto, ser asumidos con fuerza por el Socialismo, tanto más cuanto que este no solo comparte esos objetivos, sino que ha llegado a identificar sus raíces profundas, que emergen de la naturaleza intrínseca de la estructura socio-económica y cultural de la sociedad contemporánea. Igualmente los partidos de izquierda deben, como también se deja dicho, recoger de los "movimientos sociales" su apertura a la sociedad y la necesaria flexibilidad en su textura orgánica para hacer posible una participación multifacética de los ciudadanos comprometidos en el quehacer político, aunque no establezcan vínculos orgánicos con la estructura interna partidaria.

7. En cuanto a la relación del partido político de izquierda con las organizaciones sociales promotoras de los intereses sectoriales corporativos, que ahora se desarrollan con fuerza, robusteciendo la textura y vitalidad de la sociedad civil, es menester a nuestro juicio, reconocer una clara distinción entre la función de la organización social y la del partido político, que hasta ahora parecen un tanto confundidos, en perjuicio de ambos y de sus roles respectivos.

En efecto, procede enfatizar ahora la autonomía e independencia de las organizaciones sociales en la promoción de los intereses de sus representados, evitando la manipulación partidista en su quehacer, que le resta eficacia a su gestión, en tanto la subordina de manera abierta o disimulada al logro del objetivo buscado por el partido, en su propio provecho, objetivo diferente y muchas veces contrapuesto al que persigue la organización social.

El rol del partido debe ser claramente diferente al de la organización social. Lo que aquél pretende es construir y llevar a la práctica un proyecto político transformador que comprometa a la sociedad global como una totalidad, concebido desde el punto de vista de los sectores sociales interesados en dichos cambios. Estos no son solo mutaciones en la superficie y aspiran a resolver de raíz las carencias de la sociedad capitalista con vistas a la edificación de una sociedad signada por la razón y la justicia, valores esencialmente contradictorios con la naturaleza misma del capitalismo, que supone y del que brota espontáneamente el individualismo dessolidario y el egoísmo deshumanizado.

La asunción de esta diferenciación de roles entre partido y organizaciones sociales no quiere decir que no existan relaciones entre ellos.

Desde luego, el partido político debe recoger de las organizaciones sociales los objetivos suyos que son rescatables y que han de constituir la materia prima para la construcción de su proyecto político. Pero teniéndose en claro que parte de las reivindicaciones corporativas de las organizaciones sociales pueden entrar en contradicción con los objetivos globales del proyecto político, en cuyo caso el papel del partido no es el de convertirse en agente de ese interés corporativo, sino en tratar de buscar por la vía del diálogo y la negociación una fórmula que aproxime ambos puntos de vista, pero sin sacrificar nunca el interés del conjunto, del pueblo y de las gentes, como sujeto objetivo de la necesaria transformación social, a los intereses parciales de los distintos segmentos del cuerpo social, que por respetables que sean, no pueden prevalecer sobre el interés del conjunto.

Solo en la medida que el partido político transformador adquiere clara conciencia de su rol específico, podrá establecer una relación transparente con las organizaciones sociales -en especial con el movimiento sindical- que lo vaya constituyendo de hecho en legítimo intérprete del conjunto de fuerzas sociales que trabajan por una sociedad justa, racional y solidaria y articulador privilegiado de sus intereses comunes.

8. De las consideraciones precedentes resulta que el elemento esencial que liga al ciudadano con el actor político es el compromiso con su causa.

Este compromiso tiene dos dimensiones sustantivas y una de carácter formal.

La primera dimensión sustantiva del compromiso en el contexto de la complejidad del mundo contemporáneo -que es la condición necesaria, aunque no suficiente para que pueda existir ese compromiso-, es un alto nivel de información sobre la realidad y la cultura general necesaria para procesar esa información. Sin ese elevado umbral cognoscitivo-cultural, es imposible orientarse en el mundo y en el entorno nacional y, en consecuencia, no tiene sentido que alguien por debajo de ese umbral pretenda contribuir constructivamente a la conformación y desarrollo del liderazgo político partidario. Hoy se reafirma frente a la complejidad del mundo la verdad del aserto que un real liderazgo político solo puede construirse como expresión de lo más consciente, lúcido y avanzado del mundo popular.

La segunda dimensión sustantiva del compromiso político es una toma de posición de carácter práctico y de contenido ético, consistente en asumir responsablemente las consecuencias de lo que se piensa y de lo que se cree, de sus ideas y valores. Esta conducta consecuente se traduce en costos para el ciudadano que se compromete políticamente, desde el prisma de su interés individual y egoísta. Costos en materia de esfuerzo intelectual y físico, de tiempo, de recursos económicos, e incluso de otra suerte de sacrificios aún mayores, que por una parte pueden lesionar su interés individual, pero que lo insertan en la vida pública y en el proceso político destinado a hacer realidad sus ideas y valores.

El inteligir y creer en algo, pero no comportarse consecuentemente con ello importa caer en una contradicción dialécticamente insuperable que desgarra psicológicamente a la persona y que en el plano ético-político puede dar lugar a una repudiable deserción o hasta llegar a configurar algo más deleznable como la traición.

9. La fuerza política, cristalizada aunque sea en un grado mínimo de organicidad, debe pues, si quiere cumplir su rol lideral, incorporar a su seno a lo mejor del mundo popular y de la intelectualidad, en su doble dimensión, cognoscitivo-cultural y ético-política.

Lo que en la práctica quiere decir que hay que incentivar el reemplazo de buena parte del material humano que hoy constituye el núcleo de las estructuras formales partidarias, que ahora no representan ese segmento más lúcido y consciente del pueblo, para sustituirlo por quienes de veras pueden constituirse en avanzada del movimiento popular.

El hecho de que hoy las estructuras internas partidarias estén compuestas de esta manera insatisfactoria, por decir lo menos, es fácilmente explicable sociológicamente, ya que por una parte, el partido ha terminado por reclutar preferentemente a quienes la injusticia social ha privado de lo necesario para destacarse y surgir en los ámbitos más significativos de la sociedad y buscan en el partido un refugio y un instrumento para conseguir ventajas personales. Y por otra parte, es no despreciable el número de personas que se acercan al partido solo para utilizarlo como instrumento para conseguir ventajas personales, manipulándolo en su provecho.

Repárese cómo en otros contextos socio-políticos -como el que dio origen a principios de siglo al modelo leninista de partido de la Rusia zarista-, la situación era precisamente la inversa. Allí los partidos revolucionarios que combatían al régimen opresivo en una sociedad cerrada, reclutaban espontáneamente a lo mejor del movimiento obrero y de la intelectualidad esclarecida.

10. La dimensión formal del compromiso del ciudadano con su hogar político, debe reflejar en algún nivel, aunque sea mínimo, y con la necesaria flexibilidad y variedad de formas, la necesidad de articular y hacer converger las voluntades y conductas de quienes comulgan con los mismos valores y proyectos, a fin de acrecentar la fuerza social motora del cambio político.

En un grado extremo, la mera y cabal consecuencia entre el pensar y el actuar, condiciona un vínculo moral, que en la medida que se refleja en la conducta constituye una incorporación de hecho al quehacer político del partido, más valiosa incluso que la vinculación puramente orgánica, muchas veces carente de contenido.

11. En el caso concreto del Partido Socialista de Chile -a los factores generales que explican la crisis de los partidos populares-, su desideologización y la ruptura de esquemas obsoletos, su deformación interna burocrática y clientelística y su tendencia a hacer primar el interés del partido por sobre el del pueblo etc., se añaden factores específicos que hacen más compleja su situación interna.

En efecto, sobre el ya de por sí difícil entorno general en que se desarrolla la vida partidaria se ha acumulado un conjunto de factores que tornan más compleja la situación interna. El impacto producido en las conciencias de sus militantes por la dictadura militar y los años de persecución; las divisiones y fraccionamientos internos, seguidos luego por un proceso unitario promovido voluntaristamente desde las cúpulas (lo que no quiere decir que haya sido negativo); la incorporación al partido de gentes provenientes de otras organizaciones de izquierda, de muy distintas culturas políticas (lo que tampoco es en sí algo negativo); el abrupto cambio de rol del partido, desde su rol de opositor clandestino ilegal, a la condición de partido gobernante y eje del gobierno de la transición, etc.; todos estos hechos profundizan la desorientación de los militantes, sobre todo de los antiguos, que experimentan un acentuado malestar, producto de su desadecuación a las nuevas condiciones prevalecientes en el mundo, en el país y en el partido.

Los indicadores en que se refleja este malestar, y que a veces pueden ser interpretados como síntomas de un proceso de desintegración irreversible, no son sino manifestación del crítico proceso de readecuación de una vieja estructura y una vieja cultura política a un entorno nuevo e imprevisto.

No está escrito si esta crisis culminará de manera positiva y emergerá de ella el gran Partido Socialista a que aspiramos y para cuyo desarrollo existen elementos y características suyas de innegable valor, que se las quisiera cualquier otro Partido Socialista del mundo. Se trata de un proceso difícil y complejo. Ahora nos encontramos inmersos en los dolores del parto.

Dependerá en lo fundamental de la capacidad política y conductora de la dirección el que este necesario proceso de reajuste cultural y orgánico (más que ideológico) y el de fusión de los ingredientes históricos con aquellos provenientes de otras vertientes socialistas, pueda culminar exitosamente en provecho de nuestra causa, nuestro pueblo y nuestro país.

12. Finalmente, un par de reflexiones sobre aspectos sociológicos del concepto de partido.

El primero de esos aspectos, que acaba de ser abordado en un reciente artículo periodístico por el cientista político Antonio Cortés, tiene que ver con la diferencia que existe entre el rol del partido político para las fuerzas políticas de derecha y para las de izquierda. Entendiendo por derecha en este caso la fuerza política que se propone reproducir el orden social vigente y por izquierda, aquella que se empeña por transformarlo.

Propiamente, la derecha no requiere de un agente político especial para materializar su objetivo de conservar lo existente. El simple funcionamiento del orden social favorece por inercia su prolongación en el tiempo. De allí que en muchos países los partidos de derecha, como tales partidos, no han jugado un rol principal en la historia como factores de conservación social. Así ha ocurrido por ejemplo en Europa en el caso de Francia, donde solo muy recientemente el neo-gaullismo y el republicanismo giscardiano, de manera estructurada han organizado a la derecha francesa. Esto en el entendido que el radicalismo tradicional ha jugado un papel reformista, más que un rol típicamente conservador. En nuestra América tenemos el caso de Perú, o el de la Argentina, Venezuela y Brasil, donde la gravitación política de la derecha no se corresponde con la importancia de los partidos que han pretendido representarla. Incluso en México, el PAN durante los últimos cincuenta años ha sido más la expresión en la superficie de una derecha profunda mucho más fuerte, que un real instrumento de esta, salvo quizás estos años recientes.

En Chile, por lo demás, también observamos el mismo fenómeno. En episodios tan decisivos en nuestra historia, como la Revolución de 1891, la restauración oligárquica de 1932 y la contrarrevolución de 1973, fue la derecha social, económica e ideológica la que protagonizó dichos acontecimientos, jugando sus partidos un rol secundario. Ello no obstante la existencia en nuestro país de partidos históricos de derecha, con tradición principios y organización.

No ocurre lo mismo en el lado de la izquierda. Esta se puede decir que no existe sino en la medida que se expresa en partidos que se reconocen a sí mismos como agentes del cambio social.

Eso porque la sociedad tiende por inercia a reproducirse. Y aun cuando en ella haya perjudicados y descontentos, estos por sí solos no pueden espontáneamente adquirir conciencia de la razón de su situación, porque las ideas que manejan para interpretarla, lo son las más de las veces, las de las clases dominantes. Porque, como advertía Marx, la ideología hegemónica en una sociedad es siempre la que racionaliza y justifica la posición de quienes dominan en ella.

Solo la acción de un agente político específico, el partido, puede hacer conciencia de la necesidad del cambio social en las clases dominadas y luego proceder a organizarlas y a desplegar la fuerza que acumulen, para promover la transformación social.

De ahí que por regla general la organización política de las fuerzas conservadoras ha sido más la respuesta para defenderse de las fuerzas reformistas o revolucionarias que una necesidad para reproducir el orden social, cuando este no se encuentra amenazado.

13. El segundo aspecto de la teoría del partido como agente de cambio, que queremos mentar para terminar estas reflexiones, dice relación con la esencia de lo que significa crear conciencia, como tarea primordial del partido político de izquierda.

La conciencia de y para el cambio social -reforma o revolución-, encarnada en el partido, viene a ser en la teoría política un concepto homólogo al del capital en la teoría económica.

Como se sabe, el capital consiste en bienes que no se consumen, sino se destinan a producir nuevos bienes que, por tanto, van a ser consumidos después.

De manera análoga, la conciencia política consiste en energías intelectuales y espirituales que no se despliegan para luchar por la satisfacción de las necesidades inmediatas de orden corporativo que brotan de la naturaleza del orden social existente, sino que se acumulan para ser la fuerza motora de la demanda política transformadora, sobre la base de la postergación en el tiempo de la satisfacción de necesidades.

Así, la fuerza social reivindicativa proveniente de necesidades insatisfechas, en vez de gastarse en colmarlas de inmediato, se desplaza hacia el logro de un objetivo político: adquirir poder y gravitación social. Y para ello se requiere conciencia política encarnada en un partido político.

Se forja así el instrumento, el medio, que hará posible que en el futuro, más adelante, pueda gratificarse a los insatisfechos, pero ya no en el marco de la sociedad anterior, sino acorde con las pautas valórico-distributivas del nuevo orden social, que resulta de la satisfacción de la demanda política.

La conciencia política, y su cristalización en el partido, viene a ser, en último término, el capital necesario para producir la transformación social, que es el bien o producto que resulta del proceso político impulsado por el partido. Proceso en el que la fuerza social acumulada por el sacrificio de demandas actuales se convierte en condición necesaria para que a través del logro de la demanda política, se puedan satisfacer mañana y en otra forma, reivindicaciones que hoy es imposible alcanzar.