23 DE AGOSTO DE 1936:
ASESINADO HÉCTOR BARRETO

 

Prólogo a la edición de 1958 publicada por Prensa Latinoamericana (PLA)

Mis padres tenían un negocio de libros viejos en San Diego. Allí conocí a Barreto. Él iba al boliche constantemente; conversábamos de libros y llegamos, poco a poco, a hacemos amigos. Corría el año 1932. Yo tenía 15 años y acababa de alargarme los pantalones. Seguramente él también. He precisado que fue el año 1932 cuando lo conocí, porque recuerdo que él había participado como estudiante, en algunas manifestaciones contra Ibáñez, lo que le trajo más de un mal rato en el Instituto Nacional, donde estudiaba.

 

Héctor Barreto era de estatura regular, moreno, delgado, de ojos obscuros penetrantes. Tenía una cultura extraordinaria para su edad y una avidez de lectura increíble. Del boliche de mi padre llevaba continuamente libros sobre los más variados temas. Se iba con ellos en la tarde y al día siguiente ya los había leído. Leía hasta las 4 o 5 de la mañana. Podía pasar dos a tres días sin dormir. Y luego era capaz de dormir 16 horas de un tirón.

Leía de todo: Descartes, Panait Istrati, Romain Rolland (el "Juan Cristóbal" nos había impresionado profundamente a todos), Oscar Wilde, George Bernard Shaw. Se sabía de memoria capítulos enteros del Quijote. Conocía los clásicos italianos, españoles, ingleses. Buceaba en la historia. Solía relatar anécdotas de Julio César.

(Y, junto a esto, era un nadador excelente. En aquellos tiempos, derrotaba a Jorge Berroeta, con quien solía emular; pero no se interesó especialmente en el deporte, aunque llegamos, con el grupo de amigos, hasta a organizar un club deportivo en el barrio, que luego echamos a la broma).

 

En aquel San Diego "bravo" de entonces, se formó un grupo de amigos. Además de Barreto, estaban Santiago del Campo, Miguel Serrano, Julio Molina, Guillermo Atías, Homero López, Raúl Arenas, René Ahumada... y yo. Hablábamos de literatura, de música, de pintura. Discutíamos interminablemente.

Barreto era muy hábil en la discusión. Usaba la ironía con terrible fuerza. Y era un improvisador notable.

Solían entonces entablarse competencias en la que participaban habitualmente Atías, Molina y Barreto. En tomo a una botella de vino, los improvisadores debían inventar allí mismo un cuento. Los demás actuábamos como jurados. Casi siempre Barreto se llevaba las palmas.

 

La calle San Diego era entonces mucho más "brava" que ahora. Abundaban las tiendas que comerciaban con objetos robados, los "pungas", los matones.

Aunque preocupado siempre de los más exquisitos problemas estéticos, del arte y de la filosofía y de la historia, Barreto no vivía al margen del barrio. Conversaba con todo el mundo - con todos los que podían aportarle algo, los que ofrecían un ángulo interesante - y, con sus 17 o 18 años de edad, daba consejos paternales a los más temibles matones o se burlaba de ellos. Mantenía una relación especialmente amistosa con el "Ojota" Carrillo, dueño de un negocio de compraventa en que todo era robado, que nos enseñaba secretos, misterios, vericuetos de su propio mundo tenebroso y que se interesaba también por ese otro mundo - deslumbrante también para él - que Barreto le abría, haciéndolo leer cuentos de Wilde o de otros autores cultos.

 

No se hablaba de política en nuestro grupo en ese entonces. Pero, poco a poco, los ecos de los grandes acontecimientos mundiales empezaron a conmovemos. Triunfaba entonces el nazismo en Alemania y empezaban a surgir en Chile los brotes del nacismo criollo.

Nos sacudió el dramático manifiesto de Romain Rolland. Y más tarde, la violenta lucha callejera que estalló en Santiago, y en otras ciudades de Chile, entre los nacis y los jóvenes socialistas. Ocurrió entonces el asesinato de Manuel Bastías, comandante de la Juventud Socialista de Concepción, a quien mataron los nacis en su propia casa...

Estos violentos acontecimientos nos conmovieron y determinaron en muchos de nosotros, cambios profundos.

Así ocurrió también con Barreto, que después de haber sostenido más de una vez, que el artista debía vivir al margen de la política militante, se incorporó a la Federación Juvenil Socialista. El acontecimiento preciso que motivó su decisión fue el asesinato de Julio Llanos en La Cisterna.

"Yo pasaré a ocupar su puesto", dijo Barreto. Y lo ocupó con tal audacia, con un heroísmo y un arrojo personal tan extremos, que los dirigentes de la Federación Juvenil Socialista llegaron a prohibirle que participara en los encuentros callejeros con los nacistas.

 

Y llegamos a la noche del 23 de Agosto. El café "Volga", en la cuadra 12 de San Diego, frente al Teatro Imperial, era entonces un lugar que frecuentábamos.

Como a las 10 de la noche, nos encontrábamos allí ese día, Raúl Arenas y yo con algunas compañeras cuando llegó Barreto. Había ido a buscarme a mi casa para pedirme que ilustrara unos cuentos suyos, y no me había encontrado. De allí se fue al café.

Estuvimos poco rato. Ya nos despedíamos cuando entraron los nacistas. Era un grupo numeroso, algunos uniformados, otros con mantas de Castilla. Se repartieron en diferentes mesas.

Era evidente su intención de provocar incidentes. Ellos sabían que el "Volga" era un punto de reunión de la juventud de Izquierda, de los alumnos y profesores de Artes Aplicadas, de los jóvenes socialistas. Adoptaron de inmediato una actitud agresiva. Comenzaron a hablar fuerte y a hacer alusiones ofensivas.

Alguien fue a buscar a carabineros y regresó pronto con uno. Barreto denunció la actitud provocativa del grupo y el carabinero los invitó a salir y a poner fin al incidente. Pero Barreto dijo:

-Un momento. Este hombre - e indicó al que había discutido con él - anda armado. Yo le exijo que lo registre.

El carabinero lo registró en efecto, y le encontró un laque de goma. Hubo un cambio de palabras, una confusa discusión, pero el hombre (recuerdo que era un músico de orquesta) fue detenido. Los demás visitantes salieron en grupos, lanzándonos miradas furiosas.

 

Nos quedamos unos instantes más, cambiando impresiones sobre lo ocurrido. Luego fuimos a dejar a las compañeras que estaban con nosotros y dejamos a Barreto solo algunos minutos.

Al salir, observamos un panorama inquietante: había grupos de nacis apostados en las esquinas y en la vereda de enfrente, mientras una "patrulla volante" de ellos mismos recorría continuamente la cuadra, de manera que regresamos muy pronto. La situación no había cambiado.

Entramos nuevamente al café y discutimos qué hacer. Se nos preparaba una emboscada, sin duda. La situación era grave. Los nacistas andaban siempre armados de laques y revólveres y actuaban con brutalidad.

Mientras deliberábamos, el dueño del café, cada vez más nervioso, nos exigía que nos fuéramos pronto. Finalmente, acordamos enviar dos compañeros a buscar carabineros. Pero los carabineros se habían esfumado. Resultó imposible encontrar a ninguno,

¿Qué hacer? Formamos dos grupos, uno que fue hacia Alameda, otro que fue hacia Avenida Matta. Algunos de los amigos se echaron al bolsillo botellas de cerveza, a manera de armas defensivas.

 

Cuando salimos, en el grupo que iba hacia Avenida Matta nuestros "amigos" retrocedieron y se detuvieron en San Diego con Santiaguillo. Nosotros avanzamos audazmente, con la actitud del que tiene armas y una gran seguridad de sí mismo. Incluso apresuramos el paso.

Se inició así una extraña persecución, en que los perseguidores éramos nosotros - un puñado de muchachos desarmados - y los perseguidos, una fuerza mucho más numerosa, organizada casi militarmente.

A medida que avanzábamos, ellos retrocedían. Por Santiaguillo salieron hasta Arturo Prat, mientras otro de los grupos avanzaba por San Diego hacia Avenida Matta.

Nosotros salimos también a Arturo Prat. Íbamos belicosos, embriagados de indignación, llenos de irresponsable entusiasmo. Les gritábamos eufóricos: "¡Allí van los asesinos! ¡Mueran los asesinos!".

Ellos no respondían. Simplemente retrocedían en silencio, de acuerdo con un plan táctico elaborado de antemano. Hicieron los primeros disparos desde la esquina de Santiaguillo con Arturo Prat. Y, aunque parezca increíble, aquello sólo nos enardeció más. Con renovada furia corrimos tras ellos, insultándolos.

Ellos corrieron por Arturo Prat y en la esquina de Avenida Matta se concentraron en un grupo grande, compacto. Los disparos comenzaron a menudear. Uno de nuestros compañeros cayó herido allí, frente a la Escuela de Artes Aplicadas.

Pero seguimos tras ellos. El grupo se fue acercando al cuartel naci que había en Copiapó o San Francisco, no recuerdo bien.

La extraña persecución continuó hasta la Avenida Matta con Serrano. Pasamos la Escuela Olea. Y en Serrano con Aconcagua ellos habían formado su línea de fuego. Algunos tendidos, otros arrodillados y otros de pie, de acuerdo con las más estrictas normas de la infantería, nos lanzaron una granizada de balas.

Algunos nos lanzábamos al suelo. Otros se refugiaron en los huecos de las puertas. Barreto, que iba a la descubierta, por el medio de la calle, corrió en busca de protección y fue alcanzado por una bala. Cayó a unos treinta metros de la Avenida Matta.

El baleo seguía con la misma intensidad. No pudimos resistir más y emprendimos la fuga. Ellos corrieron detrás de nosotros, disparando. Al escapar, pude ver cómo uno de ellos pateaba en la frente a Barreto, caído.

 

¿Qué más decir? Nunca se esclareció quién había sido el asesino. Y pasaron cosas raras. Nos detenían a nosotros y no a los nacistas.

(Aquella misma noche estuvimos detenidos en la 4° Comisaría. En la madrugada llegó la noticia de que Barreto estaba muy mal y que necesitaba sangre. Nos ofrecimos para dársela, pero un carabinero se nos adelantó).

Eran momentos difíciles para los partidos de izquierda. Los locales socialistas y los de los sindicatos eran clausurados; había continúas detenciones, relegaciones, etc. Hubo, al parecer, toda una época en que el gobierno de Alessandri utilizó para sus propios fines a los nacis, les dio alas y apoyo (Nunca se ha desmentido la vinculación del Servicio de Investigaciones de entonces, con ellos.) Posteriormente esto cambió, como se sabe.

Héctor Barreto es un nombre - símbolo, cuyo recuerdo debe ser mantenido con calor, como ahora se hace. Es un símbolo de la juventud obrera e intelectual de aquellos años, que detuvo el avance del fascismo en nuestro país.

La muerte de Barreto estremeció a Chile entero. La Universidad cerró sus puertas. Sus funerales fueron una manifestación gigantesca para aquellos años, con más de 30 mil personas.

En la lucha mundial de la democracia contra el fascismo, esa juventud dio un aporte generoso, escribió un capítulo hermoso de nuestra historia, que se sintetiza en los nombres de los mártires Héctor Barreto, Manuel Bastías y Julio Llanos.