CONGRESO DE UNIDAD SOCIALISTA
«SALVADOR ALLENDE» 1990

 

Han transcurrido diecinueve años desde el Congreso General del socialismo celebrado en la ciudad de La Serena, último evento nacional realizado en democracia. Los socialistas chilenos, los de antes y los de hoy, nos reuniremos en un encuentro nacional que ha de marcar toda una época en la historia del socialismo chileno. Por su trascendencia, hemos decidido llamarlo Congreso de Unidad Socialista "Salvador Allende".

Será una cita trascendente, en la que se ha de consolidar la unidad política y orgánica de los socialistas, materializando la convergencia de las diversas vertientes del socialismo chileno en el seno de un gran Partido. Será, además, la ocasión para que los socialistas todos, unidos, reafirmen su lealtad y compromiso con los grandes valores políticos y morales que constituyen el legado que nos entregara el presidente Allende.

A 57 años de la fundación del Partido Socialista de Chile, nuestro próximo Congreso nos encuentra en circunstancias excepcionales. En primer lugar, porque lo hacemos en democracia, luego de 16 años de oprobiosa dictadura. En segundo término, porque en él culminaremos un promisorio proceso de unidad de todos los socialistas, síntoma de madurez política y de responsabilidad cívica ante la demanda del pueblo chileno. Y, finalmente, lo hacemos empeñados desde el gobierno y estimulando desde la base social el cumplimiento del programa democratizador de nuestra sociedad, orientado a restablecer la dignidad del pueblo chileno.

Queremos que sea un evento amplio, que por su proyección desborde los límites de nuestra militancia e interese y convoque a todas las fuerzas y personas que se identifican con el ideario socialista. Con tal propósito, llamamos a todo el pueblo socialista e incluso a las otras fuerzas políticas del abanico democrático chileno a aportarnos sus opiniones, concientes de que los ejes doctrinarios del socialismo se fortalecerán y enriquecerán en un debate desprejuiciado y constructivo en torno a los urgentes y complicados problemas de todo orden a los que estamos impelidos a dar respuesta.

Queremos, igualmente, que este Congreso sea un gran esfuerzo, de consolidación, desarrollo y crecimiento de nuestra organización, que convierta al Partido Socialista en un instrumento eficaz, flexible, ágil y capaz de posesionarse del amplio espacio que el socialismo tiene en nuestra sociedad.

Queremos, también, que sea un gran ejemplo y escuela de democracia, que recoja con respeto todas las inquietudes, que garantice, eleve y concrete a través de un debate fraternal las inmensas ansias de participación que, con merecido derecho, reclaman todos los socialistas a lo largo del país.

Queremos, al mismo tiempo, que a través del proceso congresal se vayan integrando las diversas sensibilidades que hoy conviven en el seno del Partido Socialista, dando espacio y representación en las estructuras direccionales que de él emerjan a las posiciones que se vayan legitimando con el respaldo de la base militante.

Queremos, finalmente, que esta convocatoria, que pretende sintetizar los grandes lincamientos del Partido para el próximo periodo, sea ampliamente enriquecida por el debate franco, abierto y fraternal de nuestro Congreso, de modo que contemos a partir de allí con una línea general para el periodo y con propuestas políticas específicas que el pueblo y los diversos actores de la vida nacional reclaman de los socialistas.

 

Los socialistas entramos en otra esperanzadora etapa de nuestra historia, de cara al siglo XXI. Es una etapa marcada por los signos de la unidad y de la amplitud, de la renovación y de la puesta al día de sus propuestas fundamentales y de reafirmación consciente y responsable de los valores socialistas.

Ello significa actualizar la vigencia del socialismo como única respuesta contemporánea. Contradicciones y carencias que están lejos de haber sido superadas, como lo quieren hacer aparecer los intereses que se aprovechan de la irracionalidad y de la injusticia que persisten porfiadamente en una sociedad que, a escala universal, está crecientemente escindida entre naciones muy ricas y pueblos muy pobres y que, a escala de cada una de las regiones y países, mantiene y reproduce la marginalidad social, la exclusión, los problemas ambientales y la miseria de vastas capas de la población, las que en América Latina abarcan a la inmensa mayoría de sus habitantes.

La persistencia, amplitud y profundidad de tales irracionalidades e injusticias no pueden asimilarse, sin embargo, a un supuesto inmovilismo en las relaciones entre los hombres y las naciones.

Por el contrario, en los últimos decenios se han producido gravitantes modificaciones en las estructuras y formas de reproducción de la vida material y espiritual de la comunidad humana a escala planetaria. El desarrollo científico-técnico no sólo ha revolucionado el aparato productivo, multiplicando el rendimiento del trabajo humano, alterando la distribución de las funciones y los lineamientos sociales, sino que ha hecho a nuestro mundo cada vez más pequeño y a cada una de sus partes más interdependientes las unas de las otras. La vida se internacionaliza cada día más, los conocimientos se expanden y se socializan, caen las barreras de los aislacionismos en todas sus dimensiones, las economías se interpenetran, se derrumban los muros proteccionistas y las autarquías lucen ya como piezas de museo.

Se trata de un acelerado y globalizador proceso de modernización de las formas de producción, de intercambio y de consumo, con efectos expansivos e in-novadores en todos los ámbitos de la vida del ser humano. Las consecuencias sociales de este impetuoso proceso modernizador -que objetiviza las inmensas capacidades acumuladas por la especie humana en su ininterrumpido esfuerzo por dominar y poner a su servicio a la naturaleza- se presentan deformadas y desvirtuadas por los patrones neoliberales y neoconservadores que han hegemonizado el mencionado desarrollo de las fuerzas productivas a nivel internacional.

De allí, por un lado, la acentuación de las dinámicas concentradoras de la riqueza que son intrínsecas a la lógica capitalista, con su secuela de inequidades en los niveles de consumo y bienestar material y, por otro, la visible degradación de la calidad de vida en prácticamente todas las comunidades humanas y la perversión de los valores humanistas que emergieron y se legitimaron con el advenimiento de la sociedad moderna.

 

Las izquierdas deben asumir con decisión y en profundidad estas nuevas realidades, arrebatando a los neo-liberalismos y neo-conservantismos las banderas de la modernidad, bajo las cuales aquellos pretenden ocultar las nuevas y sutiles formas que adquiere la dependencia y la explotación de los pueblos en desarrollo, como asimismo las actuales modalidades de sometimiento y sujeción de ¡as mayorías laboriosas al gran capital, recientemente transnacionalizado y monopolizador.

A los efectos degradantes del factor humano que acompañan a la modernización neocapitalista se suma el visible fracaso de ¡os autoritarismos socialistas de corte burocrático y factura estalinista que estamos presenciando estupefactos.

Tales circunstancias constituyen un reto que los socialistas no podemos eludir. Nuestro pueblo, y en especial el pueblo socialista, quieren saber del mañana.

En su nueva etapa histórica el Partido Socialista debe caracterizarse por el afán renovador de su pensamiento y por su audacia en la actualización de sus propuestas programáticas, acorde con las modificaciones y dinámicas de la época presente.

 

Debemos encontrar nuevas fórmulas de poder social y de régimen político, que compatibilicen y articulen las ideas de participación en el origen y gestión de las autoridades, con los elementos de justicia y de racionalidad económica, haciendo realmente efectiva la integración y mutua potenciación de la democracia y el socialismo.

Lo anterior supone hacer efectivamente plena la soberanía popular, que los ciudadanos ejerzan sus derechos, puedan expresarse, participar, asumir sus responsabilidades y beneficiarse del desarrollo nacional.

Nuestra opción por la democracia implica, entonces, una continua acción por la ampliación de la participación ciudadana. Mientras más personas y en más ámbitos decidan, mayor será la democracia.

Ello implica no sólo el ejercicio periódico del voto ciudadano, sino también el desarrollo de las organizaciones sociales y gremiales, sin exclusiones ni discriminaciones y dotadas de efectiva autonomía, junto al libre funcionamiento de los partidos, constituidos en herramientas grandes y poderosas de expresión política. Al mismo tiempo, la participación debe extenderse al nivel local o territorial, dotando a un municipio democrático y a las regiones de más y mayores poderes de decisión. La descentralización y la autonomía local deben constituir desde ya objetivos del socialismo.

Tenemos también que definir adecuadas relaciones entre la planificación y el mercado, en un diseño en que se combine una visión de conjunto de la sociedad y del país con los intereses sectoriales y regionales. Este diseño debe apartarse de aquellas formulaciones fáciles que, por un lado conducen a las deformaciones e ineficiencias de la planificación centralista, burocrática y estatizante, y por otro, a la total prescindencia del Estado en las tareas del crecimiento y desarrollo, en favor de las exclusivas leyes del mercado que operan sobre una distribución de los recursos' nacionales en que se observan desigualdades.

Al mismo tiempo, los conceptos de libertad y modernidad, especialmente, demandan una comprensión mucho más madura tanto de su esencialidad socialista como por su capacidad competitiva frente al pensamiento conservador y sus variantes autoritarias.

Debemos, en fin, enfrentar el reto de establecer las líneas maestras de un modelo de sociedad en que no sean el lucro ni el afán consumista los valores directrices, sino que sean el Hombre y su trabajo creador los ordenadores supremos de la convivencia social.

Y como eje permanente y central de la propuesta socialista tenemos que relevar el protagonismo del pueblo como el factor privilegiado de toda política de cambios y el rasgo distintivo de la democracia a la que aspiramos.

Tanto como a los problemas de la economía y del mundo laboral, hoy los socialistas debemos prestar una atención fundamental y sistemática a los temas de la juventud, de la mujer, de la ecología y el medio ambiente, de la ciencia y la tecnología. Por la importancia y especificidad de los mismos, debemos enfrentarlos apoyando y apoyados en el protagonismo de los sectores sociales más directamente involucrados en ellos. De tal manera, los jóvenes, las mujeres, los intelectuales, los artistas y el multifacético mundo de la gente de oficios diversos, podrán sentir y volcar en el socialismo sus inquietudes, capacidades y compromisos, lo que redundará en una propuesta con perfil universalista y fundado en lo más auténtico del sentir popular chileno.

A la juventud, en particular, no le basta con registrar los logros del pasado y los avances del presente. Necesita también adherirse a un futuro, requiere de una fe en algún cielo terrenal que dé sentido a sus vidas, significación a sus luchas y valor a las grandes empresas políticas a las que se la invita a participar.

Igual ocurre con las mujeres, esa mitad de la humanidad que emerge con renovadora fuerza tomando conciencia de sus derechos y reclamando a todos nosotros una propuesta específica para ellas, exprese los anhelos de igualdad, justicia, respeto a la dignidad humana y de lucha contra toda opresión propios al ideario socialista.

Especial énfasis debemos poner en el aporte que el pueblo cristiano de Chile ha hecho y hace -con su esfuerzo por realizar en la Tierra el Mensaje Evangélico- al movimiento popular y al proceso de transformación social en nuestro país. Nos sentimos particularmente fortalecidos y enriquecidos con la significativa presencia en el socialismo chileno de representativos sectores del mundo cristiano de nuestra patria.

Estamos, pues, abocados a construir una visión del futuro que deberá integrar y fundir multiplicidad de factores sociales, económicos y culturales, que si bien siempre fueron preocupación de los socialistas, nunca como ahora adquirieron la importancia que hoy debemos darles en nuestra propuesta programática.

 

El próximo siglo se nos preanuncia con perspectivas optimistas. El peligro de una conflagración bélica nuclear parece alejarse. La cooperación internacional, como método para enfrentar en conjunto los graves problemas que afectan a la humanidad, se hace cada vez más necesaria y esa necesidad se torna cada día más evidente ante la conciencia del hombre contemporáneo. Sólo una cooperación internacional en la que los pueblos en desarrollo, las fuerzas democráticas y los movimientos sociales por la paz y el desarme, por la defensa del medio ambiente y por el uso racional de las conquistas de la revolución científico-técnica desempeñen el papel de promotores principales, puede hacer realidad las grandes virtualidades que se visualizan para un futuro ya no tan lejano.

Con tal propósito los pueblos deben conjugar sus esfuerzos para combatir el intervencionismo y la pre-potencia de los imperialismos, así como la dependencia deformante de las economías de los países en desarrollo de los centros metropolitanos del capitalismo trasnacional. Esfuerzos que deben volcarse tanto en iniciativas regionales y mundiales, a través del sistema de Naciones Unidas como de otras entidades -como el Movimiento de los No Alineados y las nuevas formas de cooperación latinoamericana que van apareciendo- que procuran establecer relaciones equitativas y justicieras en la comunidad internacional.

La política internacional de los socialistas, caracterizada por su inspiración humanista, su autonomía e independencia y por su compromiso con la lucha de los pueblos oprimidos, en especial con la de nuestros hermanos latinoamericanos, encuentra precisamente en el nuevo escenario internacional que se está conformando, la mejor oportunidad para contribuir de manera mancomunada con las otras fuerzas progresistas a la materialización a escala mundial de los ideales de paz y de justicia en las relaciones entre los pueblos y naciones y de cooperación solidaria para enfrentar los problemas globales que afectan al mundo en su conjunto.

 

En América Latina ha entrado en crisis el modelo de Estado nacional que emergió de la independencia en el siglo pasado y que ahora nos mantiene divididos y separados, tornándonos impotentes para combatir y superar las nuevas formas de la dependencia, como lo demuestra nuestra incapacidad para resolver la dramática situación engendrada por el gigantesco endeudamiento externo que desangra a nuestras economías. Esa anacrónica fragmentación estatal y económica nos impide, por una parte, el óptimo aprovechamiento de nuestros recursos naturales y el potencial competitivo de un mercado continental, y por otra parte nos fuerza a financiar -por parte de cada uno de nuestros países- costosos e improductivos establecimientos militares, que hoy aparecen dirigidos a combatir a enemigos que no existen, todo lo cual es expresión de una irracionalidad política que se tra-duce en simple y aberrante despilfarro económico.

Felizmente, poco a poco se van alentando iniciativas e insinuando rasgos que preanuncian la progresiva conformación de un sujeto político latinoamericano, que "en su desarrollo deberá ir expresando el interés colectivo de esta América nuestra ante la comunidad internacional.

El ayudar a racionalizar e impulsar este multifacético proceso de articulación subcontinental constituye una especial incitación para los socialistas chilenos, que nacimos hace más de medio siglo enarbolando una bandera que, en el centro del rojo que nos ancla en el universo de las luchas de los trabajadores, exhibe la silueta de la América morena, como seña de nuestra estirpe y vocación latinoamericanista y bolivariana.

En este marco, la integración política y económica de América Latina y el Caribe, y en particular la de América del Sur, sigue siendo un imperativo de nuestros pueblos, tan o más urgente que en el pasado. Es una tarea en la cual debemos poner nuestro esfuerzo y experiencia de decenios, en vistas a superar los desencuentros, las retóricas insustanciales y las fracasadas fórmulas proteccionistas, que más han contribuido a cuestionar la integración que a favorecerla.

 

La reinstalación de la democracia en Chile, que es la gran tarea que ha consumido nuestros desvelos durante los últimos años, no está terminada. En el seno de la institucionalidad estatal y en los cuerpos legales persisten reductos y resabios del régimen militar que limitan el pleno ejercicio de la soberanía popular y el integral despliegue de las potencialidades de un auténtico régimen democrático.

Nuestro objetivo y compromiso principal e inmediato es desmontar las herencias antidemocráticas y autoritarias de la dictadura, a fin de lograr la plena democratización del país en todos los ámbitos.

Con tal propósito, los socialistas deberemos volcar todas nuestras capacidades para superar los innumerables entrabamientos antidemocráticos que se manifiestan en el área de los Derechos Humanos, de las Fuerzas Armadas, del Poder Judicial, de la justicia social y de los derechos cívicos.

El avance democratizador será precario y superficial en tanto no se aceleren las oscuridades que amparan a los responsables de las violaciones a los derechos humanos y no se obtenga la libertad de todos los presos políticos sin excepciones.

El Estado continuará restringido en sus capacidades democratizadoras mientras no se logre la transformación radical de un Poder Judicial que ha incurrido en notable abandono de sus deberes.

La sustentación social de la democracia política será débil y vulnerable hasta tanto no se haga justicia a las mayorías postergadas, que con razón exigen que se cancele la deuda social que se contrajo con ellas durante la dictadura.

La consolidación de los avances ya logrados en materia de libertades y derechos ciudadanos hace imperioso el restablecimiento de los principios de igualdad y representatividad desfigurados en las leyes electorales, de partidos políticos, del Parlamento y de poder local y municipal legados por el gobierno de Pinochet.

 

La fase que hemos comenzado a transitar los socialistas está signada por la necesidad de la unidad y por la amplitud. Todos los socialistas nos hemos reagrupado alrededor de nuestro Partido y lo estamos ofreciendo al pueblo de Chile, a sus trabajadores e intelectuales, a su juventud y a sus mujeres, como la mejor herramienta de que puedan disponer para empujar al país hacia adelante y hacer realidad los anhelos de libertad, justicia y democracia que cristalizan en el socialismo.

Estamos dispuestos a acoger en nuestras filas a tofos los chilenos que quieran luchar por esos ideales libertarios y justicieros, cualquiera haya sido la fuente ideológica que nutrió su vocación socialista y cualquiera haya sido su experiencia participativa democrática en la vida cívica. Lo haremos así, convencidos de que sólo un Partido Socialista grande, robusto, generoso, abierto y actualizado, y consecuente con sus principios fundacionales, puede contribuir a una reconstrucción renovadora de la izquierda y ligar a ésta, en una sostenida convergencia por los cambios, con todas las fuerzas democráticas que pusieron fin a la dictadura, que apoyan ahora al gobierno del presidente Aylwin y que deben aprestarse mañana, una vez reinstalada plenamente la democracia, a trabajar unidas por construir en Chile superiores formas de convivencia colectiva.

Este bloque social y político, representativo de las grandes mayorías nacionales, es el necesario sustento para emprender cualquier empresa de transformación social de envergadura dotada de suficiente apoyo social. En esta perspectiva visualizamos a la Concertación de Partidos por la Democracia como el punto de partida para la conformación de ese requerido y amplio entendimiento político duradero de todas las fuerzas consecuentemente democráticas de nuestro país destinadas a trabajar mancomunadamente en la construcción del Chile del mañana.

En esa obra nacional, nuestra tarea es relevar los valores del humanismo socialista. Pero queremos que esta fuerza socialista no divida el espectro democrático de Chile. Aspiramos, por el contrario, en legítima emulación, a permear con los valores e ideales que inspira nuestro quehacer a las grandes mayorías nacionales. Ello significa replantear la lícita ambición de los socialistas y de todos quienes asuman y respalden nuestros planteamientos a bregar por acceder a los puestos de mando de la Nación, con el sustento de las grandes mayorías populares y el estímulo moral de la intransigente y probada conducta democrática de las generaciones de socialistas que desde 1933 entregaron sus capacidades y sus vidas en pos de la libertad y la justicia.

 

Nuestra misión y vocación es la lucha cotidiana por hacer de cada mujer y hombre de nuestro pueblo, así como de su organización, un actor más pleno y digno de la vida nacional.

Nuestra tarea es la sociedad entera, sus mujeres y hombres, sus jóvenes y adultos, sus trabajadores y todos los chilenos dispuestos a aportar sus esfuerzos a la construcción de un país mejor, más justo, más solidario, más hospitalario para todos, y en especial para los más postergados y humildes de nuestra patria.

Esa vocación, misión y tarea la queremos realizar a partir del patrimonio de ideales y valores que hacen a la esencia del socialismo. Lograremos, pues, hacer socialismo en Chile revalidando los principios fundacionales de 1933 y las fundamentaciones programáticas de 1947, rescatando de ellos, especialmente, su contenido humanista y liberador, democrático y revolucionario, que ahora debemos traducir en una propuesta que responda a la problemática concreta del Chile de hoy.

Inspirados en las visiones abiertas e inclusivas que dieron personalidad al Partido Socialista desde sus primeros años, refrendamos ahora la concepción pluralista de su textura, que es la más rica fuente de su permanente enriquecimiento y superación. La concurrencia de la visión marxista -que matrizó las orientaciones del PS durante medio siglo- con el humanismo de raigambre laica y racionalista y con los valores permanentes del Mensaje Cristiano, nos permitirá extender el horizonte de respuestas a los tan grandes desafíos a que se ve sometido el movimientos socialista internacional, y nos resguardará de caer en los reduccionismos ideológicos que en todo el mundo han bloqueado el despliegue de las potencialidades del socialismo.

Estamos seguros de que llevado a cabo un constante, abierto y franco diálogo con las más variadas doctrinas y escuelas ideológicas, no reduciremos sino que podremos ir ampliando y consolidando la identidad y enclave del Partido Socialista en nuestro pueblo trabajador, en el inmenso y sufrido mundo de los humildes de nuestra patria y en las vastas capas medias que dan un particular perfil a la estructura social de Chile, sectores todos a los que los socialistas desde siempre aspiramos a representar y orientar en sus justas aspiraciones a una vida mejor.

Conjugando con espíritu renovador ese conjunto de ideales, valores e identidades ideológicas y sociales, seremos fieles al legado que nos dejara el compañero Salvador Allende, legado unitario de lealtad a principios y de esfuerzo tenaz por construir un camino auténticamente chileno al socialismo.

 

Los socialistas tenemos la audaz pretensión de estar construyendo un partido capaz de conjugar el pasado heroico de las luchas obreras y populares, las de un Recabarren, de un Grove o de un Pedro Aguirre Cerca, con las grandes tareas del Chile de hoy con la perspectiva puesta en el próximo siglo, en el que Chile habrá de convertirse en un hogar digno para que vivan en paz y en fraternidad todos los habitantes de esta tierra.

Para conseguir esa meta se necesita energía y pasión para luchar por ella, abatiendo los privilegios y los egoísmos de los demás y derrotando los sectarismos, divisionismos y oportunismos entre nosotros. Así podrá construirse un socialismo vigoroso, firme, flexible y pluralista, que permita la convivencia creativa en su seno de todas las vertientes socialistas, con la mira de que una democracia interna vivida y practicada en plenitud nos permita encontrar la más justa ecuación que satisfaga los intereses y anhelos del pueblo trabajador, a la vez que los superiores objetivos de la comunidad nacional.

Con este sentido de grandeza de los desafíos que nos convocan debemos enfrentar nuestro Congreso.

La unidad socialista y la fuerza popular que ha estado presente en la transición hacia la democracia en Chile -tan grande como inédita en América Latina-nos entregan una enorme responsabilidad ante el país y con el futuro de las ideas socialistas, dentro y más allá de nuestras fronteras.

El Congreso al que convocamos no es el fin del camino, pero es un luto importante en ese camino que queremos construir y recorrer junto a nuestro pueblo. De él anhelamos que surjan un partido cohesionado en su rica pluralidad y con una perspectiva clara de acción para las cruciales luchas de los próximos años.

De esta manera podremos decir: Aquí estamos de nuevo los socialistas de pie y unidos, comprometidos en la gran empresa de restaurar la democracia y de avanzar desde esa realidad en la dirección del socialismo, reponiendo al pueblo organizado, a la izquierda y al Partido como actores protagóriicos del quehacer nacional.

El Congreso de Unidad "Salvador Allende" será la señal de que el pueblo socialista ha reiniciado la marcha por la más promisoria etapa de su fecunda historia, hacia la conquista del futuro.

Viva Chile! ¡Viva el Partido Socialista!

Comisión Nacional Organizadora

Congreso de Unidad Socialista Salvador Allende

Noviembre 1990.