LA GUERRA DE EUROPA
Y LA POLÍTICA INTERNACIONAL DEL
PARTIDO SOCIALISTA

 

PUBLICACIONES DEL COMITE POLITICO DEL PARTIDO SOCIALISTA

TALLERES GRAFICOS "GUTENBERG"

SAN DIEGO 180 - AÑO 1939

 

 

1.- CAUSAS DE LA GUERRA CAPITALISTA

El capitalismo es un régimen económico lleno de con­tradicciones internas que será imposible eliminar a pesar de todos los esfuerzos que hace la oligarquía para superar esas contradicciones. El capitalismo, como resultado de su desarrollo, se ha hecho imperialista, y lucha por obtener el mayor número de mercados para colocar sus productos y el mayor número de colonias de donde sacar materias primas para su industria. Los imperialismos europeos, el imperia­lismo japonés y el norteamericano, se han destacado desde fines del siglo pasado por esta lucha de conquista. La penetración en los países más atrasados (en Asia, África y América), se hace de diversas maneras, yendo desde la do­minación pacífica hasta la invasión y la conquista violenta, recurriendo a la guerra de rapiña de los territorios dominados por las armas. El imperialismo quiere mercados y ma­terias primas sin que haya competidores dentro de las zo­nas dominadas. Trata de impedir que otros imperialismos puedan entrabar su desarrollo mediante la libre competen­cia. Para eso sigue una política de penetración audaz en los países más atrasados, sobornando a los Gobiernos y obteniendo concesiones, logrando medidas comerciales y adua­neras que impidan la entrada de otros imperialismos, o lisa y llanamente conquistando por la fuerza a los países más débiles y convirtiéndolos en colonias sometidas a su domi­nio económico y político (casos de la Abisinia, conquistada brutalmente por Italia, y de China, invadida a sangre y fuego por el Japón).

Paralelamente, se entabla la lucha entre los imperialis­mos, pues todos ellos persiguen el mismo objetivo: aumen­tar sus zonas de influencia y conquistar colonias. A veces, los imperialismos más poderosos llegan a un acuerdo y se reparten pacíficamente el mundo. Esto ha ocurrido entre los imperialismos inglés, francés y norteamericano. Pero, otras veces, ese entendimiento es imposible, porque lesiona considerablemente sus intereses, se opone a su política expansionista y entonces un imperialismo trata de aplastar a otro por medio de la guerra.

La guerra es el desenlace sangriento de esta lucha, que mantienen entre sí los imperialismos. La guerra es una de las calamidades propias del régimen capitalista. Habrá guerras mientras subsista el régimen capitalista, que es el que las provoca, mientras el poder económico y político esté en manos de las oligarquías que luchan, cada cual, por fortalecer su predominio, por afianzar sus intereses y res­guardar sus privilegios. Los imperialismos rivales y sus Gobiernos no vacilan en sacrificar millones de vidas huma­nas para conservar su prepotencia, cuando la han alcanza­do, o para conquistarla, cuando no la tienen. De ese modo.

Los grandes capitalistas arrojan a la masacre, a guerras de exterminio, a unos pueblos contra otros pueblos.

 

2.- CAUSAS DE LA ACTUAL GUERRA DE EUROPA

La causa fundamental de la actual guerra de Europa, es la lucha del imperialismo alemán por recobrar sus posicio­nes perdidas el año 18 y la lucha del imperialismo anglo- francés por defender sus conquistas, establecidas en el Tra­tado de Versalles. El Tratado de Versalles, firmado des­pués de la derrota de Alemania, despojó a ésta de sus colo­nias y modificó substancialmente la estructura de Europa. El poderío del imperialismo alemán quedó destrozado y agobiado por las deudas de guerra.

El fascismo hitlerista plantea desde el primer momen­to. la anulación del Tratado de Versalles, la devolución de sus colonias y la anexión de todos los territorios europeos de habla alemana. Dueño del poder, el fascismo nazi se fortalece, se rearma poderosamente, y una vez convertida Alemania en una gran potencia guerrera, inicia su agresión contra las naciones vecinas, alegando derechos raciales para ocupar los territorios que le permitiesen su expansión en Europa. Se anexa Austria, reconquista el Sudeten y cap­tura Checoeslovaquia despojándola de su independencia y sometiéndola al más vergonzoso vasallaje. Pronto enfila sus cañones sobre Dantzig y el Corredor polaco, alegando el eterno pretexto de proteger a las minorías alemanas per­seguidas.

El imperialismo anglo-francés trata de defender la si­tuación existente, apoyándose en la fuerza teórica de la Sociedad de las Naciones, organismo creado por Francia e

Inglaterra, para su defensa internacional. La Unión So­viética se incorpora a este organismo y los partidos de la III Internacional Comunista, que antes lo habían comba­tido tenazmente, pasan a ser desde ese día, sus más deci­didos defensores.

En el caso de Checoeslovaquia, los Gobiernos de Fran­cia e Inglaterra, que tenían un pacto de ayuda militar con ese país, capitulan vergonzosamente frente a Hitler y fir­man el pacto de Múnich. Rusia, unida a Checoeslovaquia por un tratado de defensa, no mueve un solo hombre para protegerla del fascismo hitlerista, escurriéndose mañosa­mente tras la actitud anglo-francesa.

Hitler plantea sus pretensiones sobre Polonia, y seguro de no tener como adversario a la Unión Soviética, en virtud del pacto firmado con Stalin, la invade militarmente con to­do su poderío bélico, entablándose la actual guerra. Polonia es arrasada a sangre y fuego por los ejércitos del fascismo hitlerista.

 

3.- LA PAZ INTERNACIONAL ES IMPOSIBLE- BAJO EL REGIMEN CAPITALISTA

La experiencia histórica ha demostrado hasta la sacie­dad que la paz internacional es imposible bajo el régimen capitalista, pues la guerra es el desenlace fatal de la lucha entre los imperialismos rivales. La guerra desaparecerá sólo cuando haya desaparecido el régimen que la engendra, es decir, el capitalismo. Sólo habrá paz con la implantación del régimen socialista establecido por lo menos en la ma­yoría de los países del mundo. Con el Socialismo cambian, no sólo las relaciones económicas y sociales dentro de cada país, sino las relaciones entre los distintos países. En vez de la lucha de las oligarquías por satisfacer su insaciable sed de lucro, se crearán normas de cooperación recíproca, de intercambio de los productos, de solidaridad entre los pue­blos. Eso será posible sólo bajo el Socialismo, cuando los Gobiernos estén en manos de la clase trabajadora, pues los trabajadores no tienen intereses antagónicos entre sí, cual­quiera que sea el país a que pertenece, y sobre ellos recaen siempre las horrorosas consecuencias de la guerra. Sean negros o blancos, europeos, americanos o asiáticos, los tra­bajadores tienen los mismos intereses y finalidades comunes: realizar su vida en una situación de bienestar general, de prosperidad colectiva, sin que haya minorías explotado­ras que los sometan al hambre, a la miseria y a la ignoran­cia, como ocurre en el régimen capitalista. Son los traba­jadores, también los que forman obligadamente los enor­mes contingentes que marchan a la masacre guerrera.

Por eso, los socialistas, como verdaderos representantes y militantes de la clase trabajadora, somos los más fervoro­sos defensores de la paz. Las guerras sólo benefician a los capitalistas. Por eso, también, luchamos contra el imperia­lismo, que esclaviza a los países débiles sometiéndolos a su dominio implacable; condenamos las guerras de rapiña y de conquista, cualquiera que sea el imperialismo que las pro­voque (anglo-francés, norteamericano, alemán o japonés), y reafirmamos el derecho que tiene cada pueblo a existir librevemente, sin la opresión ignominiosa de las grandes potencias imperialistas.

 

 

La lucha definitiva ha de ser dentro de cada país y en el orden internacional, entre socialismo y capitalismo. So­cialismo contra capitalismo son los términos en que la lucha deberá plantearse necesariamente en el mundo entero, por­que son sistemas económicos sociales antagónicos, y porque a cada régimen corresponde una forma política dife­rente. El capitalismo se defiende por intermedio de Go­biernos burgueses (controlados por los industriales, terra­tenientes y banqueros), y el Socialismo será implantado y sostenido por Gobiernos que pertenezcan a la clase traba­jadora, que representen auténticamente los intereses de los trabajadores. Desde el poder, el Gobierno de los trabaja­dores realizará la liberación de las masas explotadas por los capitalistas, construyendo el Socialismo que es el único sis­tema económico y social que establece el bienestar defini­tivo y el progreso permanente de las clases trabajadoras.

Sin embargo, es necesario reconocer que actualmente el capitalismo presenta dos formas de Gobierno: el régimen de Gobierno democrático y el régimen de dictadura fascista. La democracia burguesa y el fascismo defienden el mismo sistema económico, el capitalismo. Sobre esto no puede haber ninguna duda. Pero entre uno y otro sistema de go­bierno existen diferencias que sería absurdo desconocer o negar. La dictadura fascista es un régimen de tiranía feroz, impuesta sobre los trabajadores, las organizaciones obre­ras son destruidas y se reemplazan obligatoriamente por agrupaciones sindicales sometidas al capitalismo. Desaparece el derecho de organización y de huelga; la lucha de los obreros por conquistar su mejoramiento económico es aho­gada violentamente; la lucha de clases que ha permitido alcanzar grandes progresos a los trabajadores, tanto en el plano sindical como político, es estrangulada en forma bru­tal ; cualquier partido político es disuelto, y sólo subsiste el partido fascista, jerarquizado de tal modo que sus bases no tienen ninguna intervención en los destinos de su respectivo país. En los hechos lo único que tiene fuerza es la vo­luntad omnímoda del dictador, puesta al servicio del capita­lismo. Es necesario recordar que el fascismo italiano, el nacismo hitlerista y el fascismo español, han sido financia­dos desde sus primeros pasos por los capitalistas. Las li­bertades democráticas no existen; la censura amordaza la prensa de tal modo, que sólo puede publicarse el pensamien­to oficial del Gobierno fascista; se persigue como en la Edad Media cualquiera manifestación de la cultura que no sirva exclusivamente al fascismo: las persecuciones raciales se tornan sangrientas, como ha ocurrido con los judíos. El fascismo es la tiranía brutal del capitalismo imperialista, tanto de vista económico corno político.

En cambio, la democracia burguesa, que es la otra fór­mula política del capitalismo, mantiene ciertos principios fundamentales que representaron un progreso evidente frente al feudalismo y que significan un avance indiscutible en comparación con el retroceso que entraña el fascismo. El régimen del Gobierno democrático conserva las liberta­des de organización, reunión y prensa, los partidos políti­cos de los trabajadores pueden desarrollarse y fortalecerse e igual proceso ocurre con sus organismos sindicales; la soberanía popular puede manifestarse en comicios electorales y el pueblo se hace representar por personeros au­ténticos, directamente elegidos por él; la lucha de clases, tanto sindical como política, le permite alcanzar nuevas rei­vindicaciones económicas y sociales, que impone a medida de su organización y de su fuerza: la cultura puede des­envolverse y el proletariado puede contar con órganos pro­pios de publicidad para plantear sus postulados doctrina­rios y orientar a las masas. La crítica a los actos gubernati­vos no sufre la mordaza que le imponen las dictaduras, y no existen persecuciones raciales como las que se desencadenan bajo el fascismo.

Más aún, los trabajadores cuentan con las posibilida­des de luchar por el perfeccionamiento del régimen demo­crático, depurándolo de sus vicios para hacerlo servir en mejor forma como instrumento de defensa de las clases populares en su lucha contra los privilegios del capitalis­mo. De ahí que en este momento de reconstrucción de los cuadros obreros, quebrados en casi todo el mundo por la ofensiva fascista, la lucha en favor de la democracia haya sido una orientación política realista y constructiva para superar la crisis que afectaba al proletariado universal. La libertad política es un escalafón de innegable progreso frente a la dictadura, y la democracia es una conquista indiscutible frente al fascismo.

Por eso, la lucha ha sido planteada, hoy por hoy, en el plano político entre democracia y fascismo. Luchar en fa­vor de la democracia y contra el fascismo, es preparar el camino para las futuras conquistas de los trabajadores en su avance hacia el Socialismo.

Así se explica que hayamos luchado y continuemos luchando enérgicamente en defensa del régimen democrá­tico contra la amenaza del fascismo; así se explica nuestra posición de guerra a muerte contra la tiranía fascista o formas similares de gobierno, tanto en el plano nacional como internacional. Sabemos que el fascismo pretende do­minar al mundo y proyectarse de un modo u otro en Amé­rica. Estamos en el deber de combatirlo internacionalmente con la misma energía con que lo hemos atacado en nues­tro país.

Esta ha sido la posición del Partido Socialista chileno desde el primer momento de su organización. Hemos com­batido tenazmente al fascismo italiano y al fascismo hitlerista impidiendo su penetración en Chile, incluso mediante la acción violenta de nuestros hombres y orientando sus peligros a nuestras clases populares con una intensa y te­sonera propaganda. Hemos solidarizado ampliamente y prestado toda nuestra ayuda moral y económica al pueblo de España en su heroica lucha contra el fascismo de Franco y contra los fascismos italiano e hitlerista, coaligados con­tra la República española. La lucha de los trabajadores de España en defensa de su libertad y de su destino, ha quedado grabada con caracteres de solidaridad y de sangre en las masas chilenas. Y ha quedado grabado en igual forma el odio contra la barbarie fascista que masacraba pobla­ciones indefensas, arrasaba ciudades y ha exterminado con crueldad criminal a los dirigentes obreros y soldados republicanos prisioneros.

En la órbita nacional, hemos luchado enérgicamente contra las agrupaciones fascistas y contra las organizacio­nes que como las Milicias Republicanas constituían una fuerza armada al servicio de la oligarquía y de la reacción, con miras a establecer una dictadura plutocrática que habría aplastado toda esperanza de liberación de nuestras clases trabajadoras. Nunca dejamos de combatir, con todo nuestro empuje y nuestros medios, al Gobierno reaccionario de Alessandri, y nuestra política en el plano continental ha si­do la de una lucha constante contra los Gobiernos despóti­cos que oprimen a otros pueblos de América. Por las mis­mas razones atacamos infatigablemente, y desde el primer momento, las pretensiones fascistizantes de Carlos Ibáñez, mientras otros sectores, como el propio Partido Comunista, trataban de hacer olvidar a los trabajadores su pasado go­bierno de dictadura y de sangrienta persecución a las orga­nizaciones proletarias. Nuestra lucha contra Ross, personero de la oligarquía más reaccionaria de la banca y del impe­rialismo internacional, junto con la movilización de las fuerzas populares encabezadas por nuestro Partido y por Marmaduke Grove, permitió conquistar el triunfo del actual Presidente de la República, ciudadano Aguirre Cerda, y el establecimiento del actual Gobierno democrático y antifas­cista. La defensa de este Gobierno nos ha encontrado siempre en los primeros puestos de batalla en cada oportunidad que la oligarquía intentaba derribarlo por medio de un gol­pe de Estado, para implantar en su lugar una dictadura fascistizante y reaccionaria. Siempre estaremos en la pri­mera línea de combate para defender las conquistas demo­cráticas contra la amenaza despótica y brutal del fascismo.

 

El hecho de defender el régimen de Gobierno democrá­tico, no significa tolerancia para los gobernantes reacciona­rios que detentan el poder en algunos países. Por el con­trario, el deber de todos los partidos populares es combatir­los sin tregua hasta substituirlos por hombres que representen mayores posibilidades para el avance económico y social de las clases trabajadores. Los Gobiernos de Polo­nia, Chamberlain y Daladier, han sido eminentemente reac­cionarios, han servido exclusivamente los intereses de los capitalistas y se han convertido en el más formidable obs­táculo para el progreso de los trabajadores. Son enemigos de las fuerzas proletarias, enemigos de los partidos de iz­quierda. Daladier traicionó miserablemente al Frente Po­pular francés uniéndose a la derecha bajo la forma clan­destina de un Gobierno de centro; Chamberlain es el personero más genuino de la burguesía inglesa y del imperialis­mo. Unos y otros han sido enérgicamente combatidos en sus respectivos países y han recibido la condenación unáni­me de las organizaciones de avanzada del mundo entero.

Su política ha sido reaccionaria, tanto en el plano na­cional como en el plano internacional. Chamberlain y Da­ladier son responsables de la anexión de Austria por el fas­cismo hitlerista; de la captura de Checoeslovaquia, a quien sacrificaron vergonzosamente en la capitulación de Múnich. La reivindicación del Sudeten fue sólo el pretexto de Hitler para dominar y destruir la República checoeslovaca, hasta convertirla en una especie de colonia sometida totalmente al Reich. Chamberlain y Daladier son igual­mente responsables del acuerdo de no intervención en la guerra civil española, acuerdo que permitió la más feroz in­tervención armada del fascismo italiano e hitlerista contra los trabajadores españoles. Con su formidable maquinaria de guerra, oficiales y soldados, el fascismo de Mussolini y de Hitler, contribuyó en forma decisiva a la derrota de la República española y determinó el triunfo militar de Franco. Es necesario, sí, agregar, que en el desastre de los trabaja­dores de España, cabe, además, responsabilidad a otros Gobiernos, como el Soviet. Su ayuda, junto con ser pequeña y bien pagada, fue condicionada a enormes compromisos políticos, a obligaciones impuestas en favor del Partido Co­munista, a pesar de la resistencia de la mayoría de las clases populares. La verdadera historia de la revolución española, por dentro, no ha sido dada a conocer todavía en todo lo que ella encierra de experiencia y de lección para los trabajadores del mundo. Nuestro Partido ha combatido a los Gobiernos reaccionarios de Inglaterra y Francia, con la misma violencia con que ha combatido y combatirá siempre a cualquier Gobierno reaccionario, sea del Viejo Mundo o de nuestro continente. Pero luchar contra esos gobernantes no significa combatir el principio mismo del régimen democrá­tico, que hemos defendido frente a la dictadura fascista que amenazaba destruirlo en Europa y que ha pretendido pe­netrar en América. Creemos precisamente que es necesario intensificar esa defensa, buscando los medios de superar la actual democracia burguesa hasta conquistar una democra­cia popular que permita el mejoramiento económico y social de los trabajadores y se convierta en una fortaleza inexpug­nable contra el fascismo.

 

El pacto firmado entre Hitler y Stalin para repartirse Polonia, encierra graves proyecciones políticas internacio­nales, que debemos plantear con absoluta franqueza ante las clases trabajadoras. Desde luego, significa la ruptura violenta de la línea política de defensa de las democracias seguidas por Stalin y la 3.a Internacional, después del fa­moso "gran viraje". En seguida, es un reconocimiento de la política de agresión armada seguida por las grandes po­tencias imperialistas contra los países débiles. Es una legi­timación de la política imperialista y el rechazo de la polí­tica de libre determinación de los pueblos. Además, pro­voca la desintegración de las Internacionales de Europa, y, sobre todo, de la Tercera, pues quiebra todos sus principios teóricos, con los cuales se había enfrentado a la Segunda Internacional, dado que el Gobierno de la U.R.S.S. está en manos del Partido Comunista ruso, columna cen­tral de la 3.a Internacional.

 

1.-RUPTURA DE LA POLITICA DE ENTENDI­MIENTO CON LAS DEMOCRACIAS

Después del "gran viraje" político, adoptado por la 3.a Internacional Comunista, en su séptimo Congreso, Stalin y la Unión Soviética establecen relaciones de cordia­lidad con los países democráticos bajo la consigna común de lucha contra el fascismo. La Alemania nazista es el ob­jetivo principal de todos los ataques de la Unión Soviética y de las potencias democráticas.

Dimitrov, jefe de la 3.a Internacional, se expresa en estos términos: "El fascismo en el poder es la abierta dic­tadura terrorista, de los elementos más reaccionarios, más chauvinistas y más imperialistas del capitalismo. La va­riante más reaccionaria, del fascismo es el fascismo tipo ale­mán. Se intitula impúdicamente nacional-socialismo, sin te­ner absolutamente nada de común con él socialismo. El fascismo hitlerista no es un nacionalismo burgués, sino un chauvinismo bestial. Es un sistema gubernativo de bandida­je político, un sistema de provocaciones y de torturas para la clase obrera y para los elementos revolucionarios del campesinado, de la pequeña burguesía y de los intelectuales. Es la barbarie medioeval y el salvajismo. Es una agresión desenfrenada contra el resto de los pueblos y los otros países. El fascismo alemán aparece como la brigada de cho­que de la contrarrevolución internacional como el principal fomentador de la guerra imperialista".

El mismo Dimitrov, agrega en otro párrafo: "El fascis­mo es la ofensiva más feroz del capital contra las masas trabajadoras. El fascismo es el nacionalismo patriotero más desenfrenado y la guerra de conquista. El fascismo es la reacción implacable y la contrarrevolución. El fascismo es el peor enemigo de la clase obrera y de todos los traba­jadores".

En términos parecidos se expresan Stalin y jefes mili­tantes comunistas de todo el mundo, con respecto al fas­cismo hitlerista y a sus sangrientas ambiciones de conquis­ta. La Unión Soviética pasa a formar parte de la Sociedad de las Naciones que es un frente internacional teórico en favor de la paz, a base del reconocimiento del Tratado de Versalles.

Desde entonces los comunistas de todos los países plantean igualmente la defensa del régimen democrático lle­gando hasta defender abiertamente a los imperialismos anglo-francés yanqui.

Planteada la crisis polaca, los Gobiernos de Inglaterra y Francia gestionan un acuerdo con Molotov y Stalin para defender a Polonia de la agresión fascista que se hace cada día más evidente, pues Hitler ha movilizado ya enormes contingentes guerreros y exige la entrega de Dánzig y el Corredor Polaco. Las conversaciones fracasan. Y sorpresivamente, en medio del mayor misterio y del estupor del mundo, Stalin firma el pacto de no agresión con Alemania.

¿Qué significaba dicho pacto en esos momentos, cuan­do los ejércitos se movilizaban apresuradamente?

Según Molotov, lugarteniente de Stalin, ese pacto sig­nificaba la neutralidad de Rusia en el conflicto y estaba destinado a evitar la guerra y afianzar la paz.

El cinismo de estas declaraciones destinadas a engañar al mundo, ha quedado comprobado por los acontecimientos posteriores, por los resultados mismos del pacto.

1.- En vez de evitar la guerra, la precipitó inmediata­mente. Hitler, seguro de que no podría ser atacado por Rusia y seguro de que la ayuda militar franco-inglesa para salvar a Polonia era casi imposible, por no tener fronteras comunes y por las formidables líneas de fortificaciones francesa y alemana, invadió rápidamente el territorio polaco, con toda la potencia de su maquinaria guerrera y de su in­mensa superioridad de armas y de hombres. El ataque a Polonia se verificó minutos después de ser ratificado el pacto nazi-soviético, lo que demuestra que era la garantía esperada por Hitler para iniciar la invasión.

2.- En vez de asegurar la paz provocó la guerra, pues Francia e Inglaterra, tenían un tratado de ayuda militar con Polonia. Si Stalin no hubiese pactado con Hitler y hubiese asumido una actitud enérgica frente al dictador fascista, la guerra no se habría producido. Hitler habría retrocedido ate­rrado ante el peligro de una amplia conflagración que habría terminado con el nazismo, y sus baladronadas lo habrían puesto en ridículo en el concepto de la propia Alemania fas­cista. Se habría cavado su sepultura política y su influencia moral se habría visto considerablemente reducida. En cambio, ese pacto afianza su situación y lo convierte momentá­neamente en triunfador.

3.- Este pacto implica una brutal negación de la política seguida por Stalin y su instrumento la 3.a Internacio­nal, de defensa del régimen democrático y de acercamiento a las potencias democráticas. La lucha antifascista es reem­plazada bruscamente por el entendimiento con el fascismo hitlerista en guerra con las potencias democráticas. Es un nuevo "gran viraje". Los países democráticos quedaban, desde ese momento, enfrentándose solos con la Alemania hitlerista. Más aún, según dicho pacto y sobre todo según el discurso pronunciado por Molotov con motivo de su ra­tificación, desde ese día "Rusia y Alemania dejaban de ser enemigas". Y agregaba él canciller soviético: "Nos comprometemos a trabajar por la amistad de la Unión Soviética y de Alemania y por el desarrollo y florecimiento de esa amis­tad". Hitler respondió: "Todas las intenciones de las po­tencias democráticas para modificar en algo el pacto, falla­ron lamentablemente. El discurso pronunciado por el Comisario de Relacionas, Molotov, sólo puedo apoyarlo pala­bra por palabra".

Al día siguiente de ser pronunciados estos fraternales discursos del estalinista Molotov y del fascista Hitler, la Unión Soviética ofrecía armas y provisiones a los dos ban­dos en lucha, sabiendo de antemano que con esta política favorecería a Alemania.

El estalinismo no puede seguir pregonando su mañosa estrategia de defensa del régimen democrático, porque na­da tiene que ver con él, y lisa y llanamente se coloca junto al fascismo hitlerista, es decir, de parte de "la barbarie me­dioeval y el salvajismo", de parte de "la agresión desenfre­nada contra el resto de los pueblos y los otros países", se­gún las propias palabras, de Dimitrov.

4.- Este pacto fortalece las pretensiones internaciona­les del fascismo, su política de agresión a los países más dé­biles y afianza su estabilidad como gobierno. En vez de propender a debilitar y liquidar al fascismo, Stalin le da mayor prepotencia, le asegura su supervivencia. Este aban­dono de la lucha contra el fascismo es una traición a la po­lítica sostenida hasta el día anterior. En vez de libertar al proletariado alemán de las garras de la tiranía hitlerista, creando las condiciones propicias para la revolución eman­cipadora, el estalinismo remacha sus cadenas y lo deja entre­gado al fascismo.

5.- Este pacto fue firmado para repartirse Polonia en­tre Hitler y Stalin. Los últimos acontecimientos han re­velado la farsa brutal "del simple pacto de no agresión" y de la "neutralidad soviética". La política maquiavélica del estalinismo ha dejado en descubierto que las proyecciones del pacto eran mucho más vastas. Ese pacto estaba desti­nado a facilitar la dominación de Polonia por los ejércitos de Hitler para proceder en seguida a su repartición entre Alemania y la Unión Soviética.

En efecto, Stalin ordena casi simultáneamente la mo­vilización de sus tropas contra las fronteras polacas, invade su territorio y reclama para sí, la Rusia Blanca y la Ucra­nia, anexándose sus dominios de común acuerdo con Ale­mania, quien se queda con otra vasta faja de Polonia. He ahí, la verdadera llave del pacto nazi-soviético, revelada por los acontecimientos últimos. Hitler y Stalin pactan para repartirse a Polonia, renegando el Soviet del principio, sos­tenido hasta ayer de "la libre determinación de los pueblos".

Es una nueva fase de la política imperialista de las grandes potencias de Europa.

 

2.- LA POLITICA DE APLASTAMIENTO DE LOS PAISES DEBILES POR LAS POTENCIAS IMPERIALISTAS

Una de las consecuencias más funestas del pacto nazi- soviético es la aceptación de la política de aplastamiento de los países débiles por las potencias imperialistas. Esta po­lítica tiene proyecciones incalculables para la existencia de las pequeñas naciones, pues pueden verse expuestas a desaparecer lisa y llanamente anexadas por un gran país agre­sor. So pretexto de protección a las minorías raciales, de protección a los intereses que tienen en los países pequeños las potencias imperialistas, esa política deja las puertas abiertas para cualquiera guerra de dominación y de rapiña no sólo en Europa, sino en el resto del mundo. Los mismos argumentos absurdos podrían ser reclamados mañana en América por parte de las naciones fuertes con los países débiles. Y esto significaría la consagración del principio más feroz del imperialismo, que trata de dominar al mundo imponiendo su expansión por medio de la invasión armada y de la guerra.

Este pacto destruye el principio de libre determinación de los pueblos débiles y los deja entregados a la rapacidad de las grandes potencias. Autoriza la intervención en los Estados pequeños para convertirlos en factorías económicas destruyendo a la vez su independencia política y su sobera­nía para gobernarse libremente, de acuerdo con la voluntad de sus habitantes. Esta fase brutal del imperialismo queda implícitamente reconocida por la concertación del pacto nazi-soviético, e Hitler no ha tenido el menor empacho en declarar ante el mundo, sin ser desmentido que los Gobier­nos de Rusia y Alemania estaban de acuerdo en el reparto de Polonia y en los límites que demarcarán las zonas con­quistadas.

 

3.-DESINTEGRACION DE LA 3.a INTERNA­CIONAL COMUNISTA

Esta, política de sucesivas contradicciones, de cambios sorpresivos, de repentinos "virajes" en la política seguida hasta el día anterior, sin que esos cambios impliquen bene­ficio alguno para los trabajadores, esta especie de putching- ball con las masas, ha producido hoy el desconcierto y la desorientación en las filas proletarias. Los dirigentes co­munistas, muchos de ellos burócratas y funcionarios de Sta­lin, se ven obligados a explicaciones absurdas para justifi­car estas continuas contradicciones. Su política se reduce a la defensa cerrada de las consignas impuestas desde el extranjero, conminando de "trotskistas" o de "enemigos de la Unión Soviética" a los elementos obreros que rechazan sus obligadas afirmaciones.

El pacto nazi-soviético ha producido la desmoraliza­ción en las propias filas de la 3.a Internacional que aún no comprenden cómo después de varios años de lucha anti­fascista y de defensa del régimen democrático, Stalin fir­ma un entendimiento con el fascismo hitlerista, "el peor enemigo de la clase obrera y de todos los trabajadores".

Esta desintegración de los partidos comunistas ha re­vestido caracteres de una catástrofe sobre todo en Europa, y particularmente en los Partidos Comunistas francés e in­glés. En, Francia, más del 80% de los obreros comunistas han renunciado a su partido, y en Inglaterra el Partido Co­munista acordó lisa y llanamente disolverse, acusando a Stalin de traición a la política pregonada por la 3.a Inter­nacional en el mundo entero.

Para detener el desbande, los parlamentarios comunis­tas franceses han votado favorablemente los créditos de guerra y sus jefes han declarado "ser los primeros en mar­char al frente en la guerra contra el fascismo hitlerista". Los partidos de la 3.a Internacional han dejado de enten­derse entre ellos mismos y presentan, sobre todo en Europa, profundas divisiones internas. La Confederación General del Trabajo, que congrega a más de cuatro millones de obre­ros franceses y que es la Central sindical única del proleta­riado francés, se ha visto obligada, por la presión de sus más poderosas federaciones, a expulsar a los comunistas de todos los organismos directivos, incluso de sus comités de base. Numerosos parlamentarios han renunciado también a continuar en el Partido Comunista, después del pacto na­zi-soviético y del reparto de Polonia.

 

La política de neutralidad del Gobierno chileno frente a la guerra de Europa, ha sido una posición justa y con­cordante con la política de paz de nuestro país.

1.- No podemos intervenir en conflictos imperialistas, pues la posición de un Gobierno popular como el nuestro debe estar orientada por un espíritu francamente anti-imperialista.

2.- La lucha contra el fascismo y de defensa de la democracia que pueda verificar nuestro Gobierno, tiene po­sibilidades prácticas desde un punto de vista sobre todo americano. Es necesario impedir que el fascismo logre pe­netrar en América, a fin de impulsar el desarrollo de nues­tras fuerzas económicas, nuestra industria, minería y agri­cultura, en forma de ir conquistando nuestra autonomía económica y aumentar el volumen de nuestra producción. El desarrollo de nuestras fuerzas económicas y el fomento a la producción general, facilitará la conquista del mejora­miento económico y social de las clases trabajadoras chi­lenas.

 

Los acontecimientos producidos en Europa y las alter­nativas contradictorias de la política internacional soviética, las luchas encendidas nuevamente entre las organizaciones internacionales del proletariado, revelan la justeza de nues­tra posición para apreciar las relaciones entre los trabajadores de los diversos países del mundo y para fijar nuestra orientación política en el plano nacional.

1.- Hemos permanecido al margen de las luchas fra­tricidas desencadenadas entre los partidarios de la 3.a y la 2.a Internacional e igual actitud hemos observado en la contienda llevada al plano universal entre Trotsky y Stalin, porque hemos considerado que esa política divisionista y sectaria, encendida por disputas teóricas o de caudillo eran contrarias a los intereses de los trabajadores de América.

2.- Rechazamos la intervención de consignas impues­tas desde el extranjero para orientar nuestra política nacio­nal, y negamos la eficacia de las Internacionales de Europa para dirigir los destinos de la clase trabajadora de nuestro continente. A menudo esas directivas han carecido de arrai­go en nuestra realidad, no han sabido interpretar nuestras modalidades ni fijar nuestros rumbos, y sus orientaciones han dado resultados contraproducentes y perjudiciales para nuestros movimientos populares. América tiene problemas que le son propios, como la lucha contra el latifundio y el imperialismo, el desarrollo de sus fuerzas económicas, y necesita resolverlos de acuerdo con sus modalidades sociales y políticas.

Por eso no admitimos en el seno de nuestro Partido las consignas estalinistas ni las teorizaciones trotskistas, plan­teadas generalmente en función de una lucha de la cual deben quedar exentas nuestras clases trabajadoras. El reformismo de la 2.a Internacional, el estalinismo y el trotskismo no tienen cabida en nuestras determinaciones políticas ni en la vida interna de nuestro Partido.

3.- La desintegración y las contradicciones de las internacionales europeas, así como el análisis de nuestros problemas del continente, exigen la unidad de los trabajadores americanos dentro de normas de lucha y orientaciones co­munes. Con este objeto sostenemos la necesidad de concer­tar la unión de los partidos socialistas y organizaciones po­líticas afines de América en una gran entidad unitaria que signifique la creación de una nueva agrupación internacio­nal, con miras a la solución de nuestros problemas comunes, a la defensa do los trabajadores del continente y sin suje­ción a directivas fracasadas de los organismos internacionales de Europa. Esta nueva agrupación internacional ame­ricana debe constituir un gran paso hacia la unidad univer­sal de los trabajadores y no está en modo alguno reñida con la solidaridad para con el proletario de todos los países del mundo.

4.- En el primer plano del programa de esa agrupa­ción de fuerzas populares de América debe figurar la lucha contra el fascismo, tanto en el aspecto nacional como en el internacional. Debemos fortalecer y uniformar la lucha an­tifascista de tal modo que jamás el fascismo pueda llegar a nuestro continente. La actual guerra plantea la necesidad de una rápida conferencia de partidos socialistas y fuerzas afines americanas para coordinar la lucha contra el fascis­mo.

5.- De igual manera, debemos propulsar la unidad de acción de todos los países y Gobiernos democráticos ameri­canos contra la penetración del imperialismo fascista.

6.- Debemos,  en seguida, concertar una política anti­imperialista continental, de todos los pueblos sometidos a la intromisión del imperialismo, cualquiera que sea su nom­bre, pues frente a la política avasalladora del capitalismo internacional debemos imponer como principio indestruc­tible el de la libre determinación de los países que hoy se hayan en situación colonial o semi-colonial. No cabe otra norma justa de convivencia internacional que el pleno respeto a la soberanía económica y política de los Estados, y las relaciones deben mantenerse en un plano de completa igualdad y libertad entre las diversas naciones, sean gran­des o pequeñas.

La acción aislada de un país frente a las grandes poten­cias imperialistas que dominan la América Latina ha resul­tado estéril e ineficaz, dada la magnitud de la empresa por realizar.

El imperialismo pone en juego sus formidables recur­sos para apagar las resistencias nacionales, soborna gober­nantes, corrompe magistrados y altos funcionarios públicos, financia la prensa que puede utilizar como instrumento de mixtificación y propaganda, promueve golpes revoluciona­rios destinados a derribar a los Gobiernos que le son hosti­les, enciende la rivalidad entre los distintos países herma­nos arrastrándolos a guerras fratricidas; interviene a mano armada para someter a los pueblos que defienden con ente­reza su integridad y su soberanía.

La lucha contra el imperialismo exige unidad de acción de los países sometidos a su funesta penetración, y esta ta­rea debe ser emprendida por los partidos socialistas y fuer­zas antiimperialistas latinoamericanas.

Además, la unión de los trabajadores de América podrá servir para la defensa solidaria y reciproca de las conquistas alcanzadas en las luchas políticas y sociales del continente y para formar una conciencia socialista en todos los pueblos, que deberá culminar en el futuro con la implantación del Socialismo en América.

7.- En presencia de la guerra de Europa, el Partido So­cialista concreta su pensamiento en los siguientes puntos de vista:

1.- Condena la provocación sangrienta del fascismo hitlerista al invadir a Polonia, pues dicha política sienta el principio brutal de que las potencias imperialistas pueden apoderarse de los países más débiles, con el sólo atributo de la fuerza.

2.- Repudia el pacto nazi-soviético y denuncia la acti­tud de Stalin como una traición a la política internacional de defensa de los países democráticos en su lucha contra el fascismo.

3.- Condena la política de reparto de los países peque­ños adoptada por las potencias imperialistas y reafirma el principio de libre determinación de los pueblos. Condena, por lo tanto, el reparto de Polonia, verificado de común acuerdo entre Hitler y Stalin.

4.- Reafirma su posición de enérgica lucha antifascista, tanto en el plano nacional como internacional. A este res­pecto, establece que la lucha antifascista debe ser entablada por todas las fuerzas socialistas y democráticas de América, a fin de liberar a nuestro continente del peligro fascista.

5.- Reafirma su posición de lucha anti-imperialista y señala la necesidad de coordinar la acción de todas las fuer­zas socialistas y anti-imperialistas de América, establecien­do como principio inamovible el de la plena soberanía eco­nómica y política de todos los pueblos y el intercambio de las relaciones en un plano de perfecta igualdad internacional.

Santiago, 20 de septiembre de 1939.

Comité Político del Partido Socialista.

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