CONVOCATORIA AL
XXIV CONGRESO CLANDESTINO DEL
PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE

 

(Agosto de 1984)

Están próximos a cumplirse los cincuenta años desde que, el 19 de Abril de 1933, un conjunto de agrupaciones políticas populares y revolucionarias chilenas, al calor de la lucha por hacer frente a la más aguda crisis social vivida hasta entonces por nuestro país, resolvieron fusionarse y constituir el Partido Socialista de Chile.

Este histórico aniversario encuentra a nuestra patria todavía oprimida por la dictadura militar surgida de la contrarrevolución con que la reacción y el imperialismo pretendieron cancelar el trascendente proceso de transformaciones sociales que llevaba a cabo el Gobierno de la Unidad Popular, encabezado por nuestro compañero Salvador Allende.

Sorprende esta fecha a nuestro pueblo en ascendente y sacrificada lucha contra sus opresores, desplegando su actividad resistente y opositora en los más diversos ámbitos de la sociedad chilena.

En esa brega, nuestro Partido, en Chile y en el exilio, contribuye a la causa común de los demócratas chilenos con el máximo de sus esfuerzos en el afán de acrecentar su aporte al combate contra la dictadura y proyectado, más allá de su inevitable derrumbe, en la reconstrucción de la democracia chilena y en su prolongación hacia el socialismo.

En estas difíciles circunstancias, y para materializar ese propósito en bien de Chile y de su pueblo, el Comité Central del Partido ha resuelto convocar al XXIV Congreso General Ordinario de nuestra organización.

 

Nació nuestro Partido, en 1933, para llenar un vacío político en nuestra sociedad. El pueblo chileno necesitaba entonces disponer de un instrumento de conducción y de lucha para romper los vínculos semicoloniales de la dependencia, cuyas desastrosas consecuencias para el país estaban poniendo de manifiesto las repercusiones, en Chile, de la gran crisis económica por la que atravesaba el sistema capitalista, a nivel mundial.

Nació, nuestro Partido, para organizar a la muchedumbre de desposeídos, que sufrían, como nunca antes, la miseria y la cesantía, en demanda de la justicia que le era negada por un régimen hegemonizado por la vieja oligarquía aliada al capitalismo criollo y al imperialismo extranjero. Nació para promover la industrialización del país, creando fuentes de trabajo y de riquezas; para realizar la Reforma Agraria, poniendo término a la secular servidumbre del campesinado; para elevar el nivel de vida de las masas haciendo converger hacia la satisfacción de sus más elementales necesidades de «Pan, Techo, Abrigo y Cultura» los recursos que dilapidaban, en su exclusivo beneficio, las minorías plutocráticas.

Nació nuestro Partido, para conquistar la independencia económica de Chile, en íntima vinculación con los otros pueblos de América Latina que se movilizaban persiguiendo los mismos objetivos, y para fundirse con ellos en una común faena antiimperialista, de proyección latinoamericanista y bolivariana.

Nació en fin, el Partido Socialista, para prolongar y articular la trayectoria de las luchas de la clase obrera de comienzos de siglo y de nuestro pueblo en general, con el impulso universal hacia el socialismo que había desatado, a la sazón en todo el orbe, la Revolución de Octubre. Y para que, por la vía de la democratización de la sociedad, con autonomía y sentido social, pudiéramos transitar con paso firme y resuelto hacia la edificación del socialismo en tierra chilena.

No quiere decir esto que, con la fundación de nuestro Partido se hubiesen iniciado en Chile las luchas obreras y populares orientadas hacia el socialismo. En especial, desde que Luis Emilio Recabarren, a comienzos del presente siglo le imprimiera un sentido clasista y revolucionario a las reivindaciones del naciente proletariado nacional, las banderas del movimiento obrero chileno se comenzaron ya a teñir con el rojo color del socialismo. Fruto del impacto que produjera la Revolución Rusa en el Partido Obrero Socialista fundado por Recabarren, surgió el Partido Comunista de Chile, en 1922. Ello no obstante, es un hecho que, en la coyuntura de comienzos de los años treinta, se había abierto un vasto espacio político una nueva fuerza obrera popular, de raigambre nacional y con ímpetu revolucionario que las otras formaciones políticas populares no cubrían a cabalidad , y que el Partido Socialista se propuso llenar con su aparición en el escenario político chileno.

Desde su nacimiento hasta hoy día, el Partido Socialista ha tenido viva presencia en la historia de Chile. Batallando, recién nacido, contra la derecha oligárquica y el nazismo criollo; luego combatiendo, anudado a las otras fuerzas de Izquierda, en el Frente Popular desde la oposición y desde el Gobierno , para democratizar en profundidad la vida nacional.

Después de un acelerado y aluvional período de crecimiento, comenzó a vivir nuestro Partido una dolorosa etapa de desgarros y escisiones, producto de su inmadurez y de su juventud. Pero en la línea larga, por sobre retrocesos y superando desviaciones, se fue redefiniendo el Partido, cada vez más alrededor de las líneas centrales que lo singularizaron al nacer, enraizándose, cada vez más, en el pueblo y deviniendo en una fuerza social y política con rol y vigencia propias en el arco de formaciones políticas chilenas.

 

En el decurso de su historia, paso decisivo en el desarrollo del Partido y de la Izquierda lo constituyó la formación, junto con los otros partidos avanzados, de la Unidad Popular, que representa así la culminación de una etapa en la convergencia política de las fuerzas de Izquierda, que dejó definitivamente atrás la época de desinteligencias y de enojosas rencillas entre ellas que frenaban y retardaban el desarrollo del movimiento popular. No tardó en cristalizar este avance unitario, en la victoria electoral de Salvador Allende como abanderado presidencial de la Unidad Popular en 1970, tras un programa democrático de transición al socialismo.

Desde el Gobierno, pero sin conquistar realmente el poder, Allende y la Unidad Popular se empeñaron en llevar a la práctica su proyecto de transformaciones sociales, atacando en profundidad los intereses antipopulares y antinacionales del imperialismo, el latifundio y la burguesía monopólica. La respuesta de la reacción no se hizo esperar, y gran parte de ella abandonó luego su formal y superficial adhesión a la democracia, en tanto ésta se había convertido en instrumento del pueblo y su desarrollo amenazaba las bases del injusto orden social existente. Recurrieron entonces, esos sectores reaccionarios, de adentro y de afuera del país, a las Fuerzas Armadas, para detener el proceso transformador, con la pretensión de alejar para siempre el peligro de la Revolución. Se instauró así, el 11 de Septiembre de 1973, mediante un golpe militar, un régimen represivo que se propuso destruir la democracia chilena, sus logros y realizaciones en todos los órdenes de la vida social, expropiándose al pueblo su soberanía y pretendiendo liquidar, para siempre, a los partidos y organizaciones populares, sin reparar en medios y atropellando desvergonzadamente los más elementales derechos humanos.

 

En primer lugar, debemos afirmar que la causa última de que se haya producido en Chile una contrarrevolución, para derribar al Gobierno de la Unidad Popular, no reside en nuestros errores cometidos que reconocemos , sino en el hecho de que las profundas transformaciones socio económicas que ese Gobierno realizó y estaba realizando en Chile nacionalizaciones de recursos básicos extranjeros, de la banca y de los monopolios industriales, una profunda. reforma agraria y un estímulo resuelto a la participación de las masas en la vida política, etc. , herían de tal manera los intereses políticos y económicos del imperialismo y de las clases propietarias en Chile, que éstas necesariamente, como lo demuestra la experiencia mundial y la teoría, tenían que levantarse en armas en contra del régimen, al margen y en contra de la institucionalidad democrática.

Pero, en segundo lugar, tenemos claro que el éxito de la contrarrevolución no el hecho de su existencia , fue favorecido por los errores y carencias del movimiento popular y de su Gobierno.

El primero de esos errores consistió en una valorización errónea, exageradamente optimista, de la real correlación de fuerzas sociales en Chile. La incomprensión del peso y de la importancia de las resistencias al cambio, de la influencia de la ideología conservadora en las capas medias y del carácter clasista de las instituciones fundamentales del Estado, como las Fuerzas Armadas y el Poder Judicial, nos llevó a sobrevalorar nuestras propias fuerzas, olvidando que Salvador Allende llegó al poder con sólo el apoyo de poco más de un tercio del electorado.

Esta apreciación equivocada y optimista de la correlación de fuerzas nos condujo a no preocuparnos de la necesidad de ampliar la base social y política del régimen, atrayendo a los sectores sociales medios y sus expresiones políticas hacia nosotros, evitando el aislamiento de la clase obrera y de los partidos revolucionarios.

En cortas palabras, y sin profundizar en los muchos errores estratégicos y tácticos que derivan de esta apreciación equivocada, en general, podemos decir que caímos en el error de creer que la revolución era más fácil de lo que en verdad es.

El segundo de nuestros errores fundamentales íntimamente articulado con el anterior , fue el haber creído que era posible utilizar el aparato del Estado burgués para llevar a cabo el Programa de la Unidad Popular, sin haber intentado transformar también las instituciones del Estado, entre ellas, las Fuerzas Armadas, paralelamente a los cambios que se impulsaban en el orden económico social. Este error hizo posible que el aparato estatal y las Fuerzas Armadas fueran utilizadas por los contrarrevolucionarios para obstaculizar, primero y para derribar, después, al Gobierno de la Unidad Popular. Por lo mismo, no nos empeñamos en deslegitimar el Estado burgués y por desarrollar una lucha ideológica en el seno de la sociedad para preparar el camino a las reformas institucionales necesarias para consolidar y defender al Gobierno Popular y las trasformaciones sociales alcanzadas.

En otras palabras, no nos dimos cabal cuenta que la flexibilidad de la democracia burguesa tiene un límite, más allá del cual se produce una crisis en el Estado y en el orden socio político, que había que prepararse ideológica, orgánica y militarmente para enfrentar.

En tercer lugar, la experiencia chilena demuestra que el grado de unidad y de concierto en el pensamiento y en la acción de las fuerzas políticas que sustentaban al Gobierno, era insuficiente para conducir de manera eficaz y coherente el proceso revolucionario. La inexistencia de una estrategia única para dirigir ese proceso y la ausencia de un mando único, trajo como consecuencia la paralización de muchas iniciativas, acerca de las cuales había opiniones encontradas.

Esto debilitó nuestro frente, hizo ineficiente la acción del Gobierno, dificultó la tarea de ganar la hegemonía ideológica en la sociedad y, en definitiva, nos hizo muy vulnerables a los ataques de la contrarrevolución.

La afirmación leninista de que no puede triunfar una Revolución sin una vanguardia revolucionaria, sin una homogénea fuerza dirigente que la conduzca unitariamente y que aglutine a las fuerzas sociales que la apoyan, ha demostrado, una vez más a la luz de nuestra experiencia, su profunda e indesmentida verdad.

 

El régimen represivo de la dictadura militar se articuló estrechamente a poco andar, con el proyecto de liberalización económica que, a escala mundial, promovían los intereses del capitalismo transnacional, los que, sobre la base de una nueva división internacional del trabajo, se empeñaban en reajustar los mecanismos de dominación social sobre supuestos antidemocráticos, en lo político y liberales, en lo económico.

La dictadura militar, entonces, orientada y estimulada por el capital financiero nacional y su nueva ideología neoconservadora y fascistizante, se propuso llevar a cabo en nuestro país, un proyecto contrarrevolucionario de involución social, basado en la represión política por una parte, y la superexplotación del trabajo y la acentuación de la dependencia del capital transnacional, por la otra, como aspectos complementarios.

En 1980, se institucionalizó esta política globalmente reaccionaria, antipopular y antinacional, en una fraudulenta Constitución, mientras paralelamente, se intentaba promover, bajo el equívoco nombre de «modernizaciones», todo un desmantelamiento general de las instituciones democráticas, de la legislación social y de los dispositivos de intervención estatal en la economía y en la sociedad, con la mira de hacer imperar, como supremos patrones de la ordenación social, a las leyes del mercado, al individualismo más irrestricto y al consumismo más desatado.

Sobre la base de la represión y del terrorismo oficial, y aprovechando las condiciones creadas por el reflujo del movimiento popular a que dio lugar la derrota de 1973, la dictadura avanzó durante algún tiempo, implacablemente, en la implementación de su modelo contrarrevolucionario de sociedad, a un alto costo social, traducido especialmente en una regresiva distribución del ingreso en favor de un reducido grupo de monopolios y en la destrucción de buena parte de la industria nacional, impotente para resistir la competencia extranjera. En otras palabras, a costa de mayor pobreza y desempleo para el pueblo y mayor dependencia y deformación de la economía nacional, cada vez menos orientada a la satisfacción de las necesidades de los chilenos y más dirigida a responder a las demandas del mercado externo y de las minorías plutocráticas en el interior.

La derrota popular de 1973 ha tenido proyecciones y alcances que no hay que minimizar. La magnitud del revés experimentado por el pueblo se manifestó en el reflujo general en que cayó el movimiento popular y en la baja, incluso, del nivel de conciencia social y política de las masas.

A la izquierda y al Partido Socialista les ha correspondido pues la tarea, por una parte, de superar sus carencias e insuficiencias que facilitaron la derrota popular, y paralelamente, por la otra, de ir remontando el reflujo a través de un difícil y complejo proceso de movilización de masas, al calor de la resistencia a la dictadura. Para ello han debido ir asumiendo los errores del pasado e inyectando nuevamente la fe en el pueblo, en sus propias fuerzas y sus objetivos liberadores que, pese a todo, no han podido ser borrados de su conciencia, y que ahora procede renovar y traducir en un proyecto democrático revolucionario, popular y nacional.

 

Es en el contexto del desplome del que quiso ser «el milagro económico chileno», perdida la credibilidad del régimen y disipadas las ilusiones sobre la viabilidad del modelo económico liberal, donde se sitúa la tarea actual y urgente del movimiento popular y sus partidos, que pese a la represión, se han reconstituido y activado en la clandestinidad. Se trata, ahora, de convertir el descontento popular frente a un Gobierno cada vez más desacreditado y aislado, en movilización de masas organizadas y combativas, en enfrentamiento y en victoria, a través de la desestabilización del régimen, antecedente de su derrumbe definitivo.

En esta empresa, hay que tener presente que no han desaparecido del todo los síntomas del reflujo social y político que ha caracterizado el escenario nacional estos últimos años. Pero las condiciones para superar esta situación son hoy mejores que nunca. El propio régimen comienza a experimentar, en la base política que le sirve de sustento, resquebrajaduras y antagonismos, que reflejar, su perplejidad e impotencia para hacer frente al fracaso de su política y que lo debilitan progresivamente. Sin embargo, por profunda que sea la crisis que el régimen experimenta y por mucho que se debilite y fragmente su base de sustentación, la dictadura no caerá por si sola. Será menester combatirla, enfrentarla, derribarla. Y el agente fundamental en esa brega son las masas, el pueblo chileno movilizado.

Pese a los avances experimentados por la lucha de las masas, expresados en huelgas y protestas, manifestaciones y desafíos de toda índole, esta lucha no ha alcanzado todavía la magnitud necesaria para convertirla en protagonista decisivo y determinante de la situación política. La correlación de fuerzas le sigue siendo todavía desfavorable. Pero los cambios en las condiciones objetivas que hemos señalado, determinan la posibilidad de un gran salto hacia adelante en las luchas populares. Hay ahora, la posibilidad de masificarlas, de profundizarlas, concertarlas y de radicalizarlas mucho más en sus métodos y formas.

La institucionalización de la dictadura represiva antipopular y antinacional, reafirma la legitimidad del derecho a la desobediencia, a la rebelión y a la insurgencia que los socialistas hemos proclamado desde el momento mismo del golpe militar , usando, de todos los medios idóneos para alcanzar su objetivo: la caída del régimen.

Nuestras patrias americanas nacieron a la vida rebelándose contra la opresión colonial y el pueblo se vio obligado al uso de la fuerza para conseguir su emancipación. El ejemplo de O’Higgins y los libertadores, que eligieron el camino de la rebelión para alcanzar la independencia y la libertad que se les negaba a sus patrias, recobra ahora especial vigencia, cuando dominaciones extrañas a nuestro ser y nuestra historia pretenden privarnos de lo que los pueblos han logrado avanzar durante cerca de dos siglos de permanente lucha en pos de la Justicia y la Libertad.

En Chile de hoy, dentro de los marcos de la ilegitima legalidad que se nos ha impuesto, es posible avanzar mucho más que hasta donde hemos ahora llegado. Hay que rebasar esos marcos legales opresivos, hay que impulsar la desobediencia civil, y con ello el enfrentamiento con el sistema, desatando una dinámica rupturista en el accionar de las masas destinada a provocar un levantamiento popular y nacional.

Nos encontrarnos, en resumen, en un período en que la acumulación de fuerzas sociales, políticas, ideológicas y militares ,es lo principal. Pero esa faena se dificulta si no hay agentes que la impulsen y señalen el camino, comuniquen la fe en el triunfo y estén animados de la voluntad de vencer.

De ahí por qué esta línea de masas, de contenido rupturista y perspectiva insurreccional, requiere de una vanguardia dirigente, que una y conduzca, que movilice y oriente.

 

Contra la asunción por la Izquierda de ese rol de vanguardia, conspiran todavía las supervivencias de lo que pudiéramos llamar cultura política del reflujo, en la que las inercias, los temores, los escepticismos y las acomodaciones, paralizan y retraen a las masas de la lucha y el combate.

Esta cultura política del reflujo se manifiesta en una crisis de la fe y de confianza en la potencialidad creadora de la democracia en acción, y en el socialismo, como meta y justificación del quehacer político de la Izquierda. Se ha caído así, en determinados ámbitos, particularmente en ciertos sectores de la intelectualidad, en una alienación ideologizante, en que, a pretexto de cuestionarlo todo y de discutirlo todo, como cuestión previa a la profundización de la unidad y de la lucha, se subestiman o se dejan de lado las tareas del combate diario que, cada vez más, exigen la satisfacción de la demanda de unidad y de conducción, surgida de lo más hondo y auténtico del sentir popular. No estamos en contra de la discusión y del diálogo critico en el seno del pueblo. Tenemos conciencia de las debilidades y déficits del movimiento popular y sus partidos y de la necesidad de superarlos. Pero no se puede construir la vanguardia requerida sobre la base del cuestionamiento radical de todo el pasado de la Izquierda, que es como dudar del pueblo mismo, del valor de sus luchas y conquistas, de sus logros y avances. Es como querer hacer a un lado la historia misma del pueblo de Chile.

A todo esto, que son manifestaciones de la cultura política del reflujo, que deviene en diversionismo ideológico y en la búsqueda de la novedad por la novedad sobre todo en los medios alejados del quehacer de la resistencia cotidiana , los socialistas oponemos la necesidad de ir elaborando y trabajando una cultura política de la liberación, en la que la crítica al pasado se inserte en la continuidad del proceso histórico del movimiento popular y en la que la ruptura con lo caduco y anacrónico ayude a renovar y no a destruir, contribuya a unir y no a dividir y en la que el acento se coloca no en la discusión y en la controversia, sino en la lucha del pueblo; no en la duda sino en la fe, no en la vacilación, sino en la decisión de marchar hacia adelante.

De ahí por qué miramos los socialistas, con desconfianza, los intentos de renovar la Izquierda, a través del proceso de la llamada “Convergencia Socialista», radicados y fuera de este contexto de continuidad y ruptura, fuera del escenario mismo del combate popular, fuera y al margen de los partidos y fuerzas democráticas y revolucionarias que representan la inmensa mayoría del pueblo chileno movilizado efectivamente contra la dictadura. Esos intentos más allá de la voluntad de sus promotores , en la práctica, están sirviendo más que a unir, a dividir, más que a conducir, a desorientar; más que a impulsar, a frenar; más que a reconstruir, a liquidar. Y esto, sin tomar en cuenta el interés de poderosas fuerzas nacionales en inmovilizar al movimiento popular chileno para facilitar la conciliación con el régimen.

 

En esta perspectiva de conexión entre los elementos de continuidad y ruptura en el seno del pueblo, reafirmamos que el encuadre fundamental en que se inscriben nuestras luchas y las de todos los pueblos del mundo, está determinado por el carácter de nuestra época: la época del tránsito del capitalismo al socialismo. Este juicio representa un elemento de continuidad entre el pasado y el futuro del movimiento popular y de la Izquierda chilena y no puede ser cuestionado, so pena de que la perplejidad y la vacilación nos conviertan en rebeldes sin causa, maderos a la deriva, en medio del mar agitado. El hombre decía Goethe , que en períodos convulsos como éste tiene el espíritu incierto, agrava los males y no contribuye a superarlos. No queremos que sea ese el rol que juegue la Izquierda. Su misión es aclarar y no confundir, conducir y no paralizar.

No puede cuestionarse tampoco, el papel que en ese proceso de tránsito del capitalismo al socialismo, desempeña la comunidad de estados socialistas, cualquiera que sean sus limitaciones y carencias que no negamos que existan , como fuerza de apoyo fundamental para los pueblos que, en cualquier lugar del orbe, luchan por su emancipación social y nacional.

No puede cuestionarse la interrelación complementaria entre democracia y socialismo, que concibe a la primera realizándose en plenitud en el socialismo, y a éste, descansando y desarrollándose a través de la democracia.

No puede cuestionarse tampoco el rol que la instancia política, los partidos de clase, juegan en el proceso de hacer conciencia, organizar y conducir unitariamente al movimiento popular de masas, en demanda de la democracia, aspirando al poder, o edificando el Socialismo.

No puede cuestionarse el derecho de la resistencia a la opresión y a la rebeldía, cuando los regímenes opresores desnudan su carácter de dictadura represiva de clase, ni el derecho al uso de todas las formas de lucha, incluso la violencia revolucionaria, cuando no hay otro camino para recuperar su soberanía y trabajar por el imperio de la justicia, y darle vigencia real a la libertad.

No puede cuestionarse, asimismo, el derecho y el deber de los pueblos de defender y desarrollar sus conquistas y la Revolución esforzándose por alcanzar su hegemonía ideológica en la sociedad y combatiendo resueltamente a !a contrarrevolución.

En todo esto, debe haber continuidad y no ruptura. Pero por el contrario, sí deben cuestionarse las prácticas políticas tradicionales que, forjadas a lo largo de decenios de un actuar político dentro de los marcos de una democracia parlamentaria y electoralista, hacían perder de vista el objetivo central de nuestra lucha, la conquista del poder, y comprometían a la Izquierda, en el hecho y más allá de su voluntad, con el rodaje del mecanismo de reproducción del orden existente.

Sí, debe cuestionarse y superarse el sectarismo partidista, que coloca el interés de las partes y de los aparatos de los partidos, por sobre el interés del conjunto y del pueblo real.

Sí, debe cuestionarse, la manipulación de las masas por las superestructuras partidarias.

Sí, debe cuestionarse y superarse el hábito de apropiarse sectariamente de la verdad, desconociendo su origen pluralista y su desarrollo multiforme, cerrándose el paso a la discusión, a la discrepancia, al diálogo y a la crítica constructiva.

Sí, debe cuestionarse y superarse la tendencia a sacralizar e inmovilizar los principios y a venerar las ortodoxias, que obstruyen y ahogan el hábito vivificante de las iniciativas creadoras y de los esfuerzos por asumir lo nuevo que incesantemente va generando la vida, la experiencia y la lucha.

Sí, debe cuestionarse la práctica perniciosa de colocar en el seno del pueblo, lo que divide por sobre lo que une, lo que nos hace discrepar, por sobre lo que nos hace coincidir, dificultándose con ello el proceso real de convergencia de todas las fuerzas democráticas y revolucionarias.

En todo este campo, no debe haber continuidad, sino ruptura; no debe imperar la inercia y el conservantismo, sino la auténtica y sincera voluntad de rectificación y renovación.

Así planteadas las cosas y en posesión de este elenco de ideas orientadoras, los socialistas pensamos que es posible ir resolviendo, en la práctica y al calor de las exigencias de la lucha, la llamada crisis de la Izquierda, que más que traducir su presunta obsolescencia, acusa el impacto en la conciencia, del reflujo general del movimiento popular, posterior al golpe militar.

El Encuentro de todas las fuerzas de Izquierda las que integraban la Unidad Popular y el MIR , realizado en México el año 1981, arribó a un consenso político en que se registran sus profundas y múltiples coincidencias. Creemos que es necesario desarrollar y traducir en la práctica ese consenso y, sobretodo, convertirlo en un quehacer unitario, de manera de ir conformando lo que los socialistas hemos denominado Bloque por el Socialismo, etapa avanzada en el proceso de construcción de la fuerza dirigente de la Revolución Chilena.

Todo lo que retrase, obstaculice e interfiera en ese proceso globalmente unitario de la Izquierda, en la acción o en el discurso, es. a nuestro juicio, un factor negativo en el desarrollo de la Resistencia, que objetivamente ayuda al enemigo y que, por lo mismo, debemos combatir con energía. Sólo así estaremos en condiciones de entregarle a nuestro pueblo la conducción unitaria que necesita y reclama y que es requisito indispensable para aprovechar el contexto objetivo favorable que se presenta en Chile y avanzar así por el camino de la desestabilización de la dictadura, hacia su colapso y caída.

Aspiramos a que en este esfuerzo colectivo por unir y renovar, juegue el Partido Socialista un rol principal. Su lugar geométrico en la política chilena, que lo convierte en núcleo articulador preferente de las fuerzas populares, su arraigo en la clase obrera y el pueblo y el espacio político que se le ofrece por llenar, lo habilitan para ello. Tenemos confianza en que, superando sectarismos, podremos responder a ese reto que nos impone la realidad política chilena y podremos convertimos en agentes privilegiados de esa empresa unitaria. Nuestro Congreso debe contribuir decisivamente en la materialización de estos propósitos.

 

No se agota tampoco para nosotros esta empresa unitaria en los márgenes de la Izquierda. Sobre la base del desarrollo de la fuerza propia de la Izquierda unida, vemos esa unidad proyectada hacia todas las otras tendencias y partidos consecuentemente antidictatoriales en especial en el ámbito demócrata cristiano , todo con la mira de converger en la más amplia y robusta coalición democrática, capaz de interpretar pluralistamente a todo el pueblo de Chile, aislando cada vez más a la minoría plutocrático militar que lo sojuzga y oprime.

No concebimos, sin embargo esa amplia unidad democrática, como un entendimiento superestructural. Creemos quedebe basarse en la lucha común del pueblo, en los diferentes frentes, abarcando todo el arco de las tendencias democráticas, y articulando estrechamente a las organizaciones sociales de distinta índole que se han ido gestando en el desarrollo de la resistencia.

La Coordinadora Nacional Sindical, los sindicatos y federaciones las organizaciones campesinas (Nehuén, Surco, UOC) y de pobladores, la Comisión de Derechos de la Juventud (CODEJU), la Comisión Chilena de Derechos Humanos, el Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), las Agrupaciones de Familiares de Desaparecidos, de presos y ejecutados, las entidades culturales e institutos de investigación, expresiones de la activa vida de la resistencia en el campo del arte y del pensamiento, conforman una red de organizaciones enraizadas en la base social, cuya vinculación en el quehacer cotidiano antidictatorial, con la perspectiva de la configuración de una Coordinación de Organismos democráticos, señala el camino para ir produciendo, en la base y en la lucha, la unidad social del pueblo, como supuesto y proceso complementario a los acuerdos de los partidos y tendencias políticas.

Especial significación tiene en este sentido el avanzar hacia la unidad sindical, para lo cual las condiciones se tornan progresivamente más favorables, y en lo que las centrales en las que la Izquierda tiene influencia como la Coordinadora Nacional Sindical , deben desempeñar un papel promotor principal. Esto, unido a la decisión de democratizar el funcionamiento y la estructura de estas organizaciones, a fin de darles la mayor representatividad posible, les permitirá impulsar la movilización social de masas en contra del régimen, hasta hacer del pueblo organizado y en la calle, un factor decisivo en la coyuntura política.

El pueblo movilizado quiere decir, en las actuales circunstancias chilenas, un pueblo resuelto a romper las barreras del espúreo legalismo en cuyos límites se pretende acorralarlo, y dispuesto a enfrentar al régimen en la medida que vaya adquiriendo fuerza y robusteciendo su voluntad de lucha. No se nos escapa que llegar a alcanzar ese nivel en las luchas populares no es fácil. Pero he ahí el rol de los partidos democráticos y revolucionarios; incentivar, estimular y marcar con el ejemplo el camino que debe ir siguiendo progresivamente el pueblo en su oposición al régimen, hasta llegar a convertirlo en protagonista principal de la pugna política.

Modificada así la correlación de fuerzas en favor del pueblo y creadas, a través de la lucha de masas, las condiciones para un levantamiento popular y nacional victorioso, pensamos que al derrumbe de la dictadura debe seguir la constitución de un Gobierno de coalición democrática que integre a todas las fuerzas que hayan contribuido a la caída del régimen.

La misión fundamental de este Gobierno de coalición y de transición ha de ser la de devolver al pueblo su soberanía, restablecer el pleno imperio de los derechos humanos, defenderse del peligro de la restauración contrarrevolucionaria transformando, para ello, de raíz a las Fuerzas Armadas y al Poder Judicial , y comenzar el proceso de reconversión de la economía del país en función de los intereses populares y de la nación, satisfaciendo las más inmediatas e imperiosas necesidades del pueblo.

Entre estas necesidades populares se destaca como la primordial, la de que la economía se coloque en condiciones de ofrecer a los chilenos la posibilidad de trabajar; objetivo social prioritario en este momento, y que se confunde con la necesidad de reactivar la economía del país, utilizando los recursos naturales, financieros y humanos ahora desocupados o mal empleados y que están disponibles para ello.

Igualmente debe ser objetivo señalado del Gobierno de coalición democrática, el crear las condiciones institucionales para que el propio pueblo de Chile vaya enseguida escogiendo soberanamente, entre los distintos proyectos de sociedad que le ofrezcan las fuerzas políticas, aquel que mejor interprete sus intereses y aspiraciones.

El Partido Socialista confía y está cierto que la opción política unitaria que las fuerzas de Izquierda presenten a la ciudadanía, sus ideas, valores y metas, sabrán ganar la conciencia del pueblo y permitir desarrollar la democracia revolucionaria, en el sentido del socialismo.

 

Es en este marco de circunstancias y consideraciones, con este perfil político e ideológico, que estamos convocando al XXIV Congreso General Ordinario de nuestro Partido, en la coyuntura del cumplimiento de sus cincuenta años de existencia.

Lo hacemos para que nuestro Congreso ayude en el desenvolvimiento de la lucha contra la dictadura y por la recuperación y renovación de la democracia chilena.

Lo hacemos no para encapsulamos en nuestra problemática doméstica, sino para saludar y contribuir a su realización exitosa, en el fragor del combate popular contra la dictadura, como una manera de fortalecernos en la brega y de aportar al derrocamiento del régimen que nos subyuga.

Lo hacemos para que este Congreso sea una instancia constructiva en el proceso de reinserción de todos los socialistas en el tronco madre del Partido, el que representa nuestra continuidad histórica y está presente en todos los frentes de lucha.

Lo hacemos alrededor de sus planteamientos políticos esenciales, en los que ha ido cristalizando su experiencia y reflejan su desarrollo y maduración.

No nos mueve, al enfatizar este anhelo de unidad de los socialistas como uno de los objetivos matrices del torneo al que convocamos, ningún pequeño empeño de preeminencia o sectarismo. Muy por el contrario, nos hemos propuesto que, a través de su preparación, podamos vincular, en el diálogo fraterno, a todos los chilenos que se sientan socialistas, que comulguen con nuestras ideas fuerzas y que deseen, a través de este Partido, que es también el suyo, contribuir en la batalla contra la dictadura y trabajar en favor de la Democracia y el Socialismo.

Con esta perspectiva unitaria pretendemos que las instancias preparatorias de nuestro congreso están abiertas, más allá de los ámbitos del Partido, para que todo el pueblo chileno y aquellos que militan en otras filas que las nuestras, puedan participar en nuestros debates y enriquecer nuestras discusiones. No nos creemos monopolizadores de la verdad y no sólo queremos, sino que necesitamos, que el sentir auténtico del pueblo y las nuevas ideas que en su seno aparezcan, se viertan hacia nosotros y se confundan con las nuestras, a fin de acrecentar la representatividad partidaria y enriquecer su acervo ideológico.

Aspiramos a que, en esta forma, la línea política que emerja del Congreso y la dirección que allí se elija, estén dotadas de indiscutible legitimidad para representar al Socialismo chileno. Incluso a aquellos que hoy no militan en nuestra orgánica o que hasta ahora han pertenecido a otras tiendas, pero que en esta situación por la que atraviesa Chile, se sienten identificados con los valores y objetivos que se encarnan en este Partido Socialista, partido chileno, con vocación latinoamericana e inspiración internacionalista, autónomo, solidario, democrático y centralmente organizado, de raigambre obrera y popular, y que se define como un destacamento de avanzada que aspira a ser partícipe destacado en la construcción de la fuerza dirigente y unitaria de la revolución Chilena.

Los socialistas no estamos sin embargo, satisfechos con lo que somos. Queremos ser más y mejores. Para ello no debemos contentarnos con lo que hemos logrado. Nuestro Congreso debe colocar al día nuestro ideario y nuestro programa, confiriéndole mayor profundidad a nuestras concepciones políticas y asimilando en nosotros las nuevas exigencias que surgen en el pueblo y en Chile al compás de la acelerada dinámica del contradictorio mundo contemporáneo.

 

10. 1 Debemos asumir plenamente, profundizar y actualizar nuestro contenido nacional.

En esta perspectiva de desarrollo de nuestras ideas centrales, el Congreso debe ocuparse de actualizar el contenido que está detrás del concepto de “lo nacional” que con tanto énfasis reiteramos los socialistas al caracterizarnos.

En las condiciones contemporáneas, el proceso de transnacionalización del poder y la riqueza en el mundo capitalista, amenaza diluir la sustancia nacional de los países del Tercer Mundo, en un único mercado planetario que los priva de autonomía decisoria tras la universalización de patrones de consumo, conducta y expectativas, funcionales al interés del capital monopolista y del orden social que lo sustenta. El Estado, en este esquema, va dejando de representar el interés de las naciones y de sus pueblos, para ir deviniendo, paulatinamente, en un simple gendarme armado que cautela un injusto orden social e internacional.

La afirmación de lo nacional en estas circunstancias, en los planos no sólo político y económico, sino que también cultural y espiritual, se presenta como un obvio y necesario ingrediente de la lucha antiimperialista. Y el papel del Estado en la defensa del patrimonio nacional, en su más amplio sentido y en el despliegue de todas las potencialidades de Chile en los diferentes ámbitos de la vida social, debe pasar a ser un rasgo esencial de su connotación política e ideológica.

Pensamos que esta defensa y afirmación del sentido nacional de nuestra sociedad, debe recoger su savia nutricia en un más profundo enraizamiento de la Izquierda y el Socialismo en nuestra propia historia, en el sentir popular y en lo que en él hay de más autóctono y valioso, asumiendo como nuestras, no sólo las reivindicaciones populares, sino la manera en que pueblo las entiende, expresa y simboliza, integrándolas en el proyecto político popular y nacional.

En este sentido, creemos que el entronque de la Izquierda y el socialismo con el contenido nacional que representa el cristianismo popular, en cuanto fermento que trabaja en la base social por encarnar en la tierra los valores de justicia y humanismo que encierra el mensaje evangélico, es una faena imprescindible, no sólo en Chile, sino en toda América Latina, para que el movimiento democrático revolucionario se funda con el sentir del pueblo cristiano y recoja su aporte, pensando, como el Ché Guevara, que «el día que los cristianos asuman la Revolución en América Latina, la Revolución será indetenible».

10.2. Debemos actualizar nuestra vocación latinoamericanista y bolivariana.

Creemos que en las circunstancias por que atraviesa el mundo y América Latina es necesario poner al día y hacer operante nuestra vocación latinoamericanista y bolivariana.

Más allá de la solidaridad activa con la triunfante Revolución nicaragüense, con la gesta liberadora de los pueblos de El Salvador y Guatemala, y con la heroica Revolución Cubana, lo que se requiere es que vivamos y valoremos esas empresas y experiencias como episodios de una sola gran batalla, la que libra nuestra América en contra del imperialismo y sus aliados, con la conciencia clara de que, en la medida que nos comprometamos en ella, más va a ir siendo la Patria

Grande, el escenario de nuestras luchas, aquella que va desde México al Cabo de Hornos, y que es la gran patria común americana de un Bolívar y de un Juárez, de un Martí y de un Sandino, de un Andrés Bello y de un José Carlos Mariátegui.

En el caso de Chile, esa apertura latinoamericanista tiene una especial inflexión hacia los países andinos del Norte y, particularmente hacia nuestros vecinos argentinos de allende los Andes, con quienes, como con nadie, estamos confundidos por la historia, la geografía y por un porvenir en lo político, económico y cultural, cada vez más interdependiente.

Por otra parte, en una situación como la presente, en que el llamado sistema interamericano aparece desacreditado e ilegitimado como nunca, y en que afloran por todas partes iniciativas aún informes para darle expresión común a América Latina en el plano internacional, en una hora en que el peso de los absurdos gastos en armamentos agobia las economías latinoamericanas y entran en crisis los regímenes militares, en un momento así, se pone en evidencia como nunca la irracionalidad de nuestro actual desmembramiento político heredado del siglo pasado, abriéndose todo un campo fecundo para que los socialistas podamos hacer cristalizar, en objetivos a la vez ambiciosos y realistas, nuestra vocación latinoamericana.

10.3.Debemos reivindicar el contenido internacionalista del socialismo.

Pero no basta con la necesaria reactualización de la dimensión nacional y latinoamericana del socialismo chileno. Debemos también hoy revitalizar el carácter internacionalista del Partido. Sobre todo en esta hora, en que al calor de nuestra brega, ampliamente respaldada por todas las fuerzas democráticas y progresistas del mundo, recobra una relevancia especial la verdad profunda que se esconde tras las inmortales palabras con que se cierra el histórico Manifiesto Comunista: «Proletarios de todos los países, uníos».

La lucha por el socialismo en el mundo es una sola y el porvenir socialista de la humanidad sólo puede pensarse a escala universal, única circunstancia que permite el pleno y cabal despliegue de sus potencialidades liberadoras y por eso los socialistas chilenos, empinándonos sobre nuestras fronteras, debemos adquirir plena conciencia de la naturaleza de la situación mundial que atravesamos, que es una nueva fase de la pugna irreconciliable entre las fuerzas que trabajan por el socialismo y aquellas que se obstinan en defender el irracional orden imperante, que es el orden del despilfarro y del consumismo, del armamentismo y de las guerras, de la explotación y de la miseria en el Tercer Mundo, y del desempleo y la desmoralización de las masas a escala universal.

En esta toma de partido no bastan las adhesiones principistas. Nuestro Partido, la Izquierda chilena, nuestro pueblo, debe sentirse hermano solidario y combatiente en una sola trinchera con los demócratas revolucionarios de Centroamérica, con el movimiento de liberación de los países árabes en especial con el pueblo palestino , con los que en el África negra se oponen al neocolonialismo y al racismo, con los pueblos asiáticos que se esfuerzan por consolidar su independencia nacional y su emancipación social, y con el imponente movimiento de masas que en Europa Occidental y los Estados Unidos se yergue en contra de la política belicista de la Administración Reagan.

Todos ellos son nuestros aliados en una gran contienda histórica, vasta en el espacio y prolongada en el tiempo, pero que, en esta hora, cristaliza principalmente en el esfuerzo por atar las manos al imperialismo yanqui, a fin de hacerle imposible su insensato propósito de retrotraer el curso de la historia, bloqueando los intentos de los pueblos por liberarse, y colocando a toda la humanidad al borde de la guerra, con el objetivo declarado de debilitar y destruir a los países que ya en cuatro continentes han comenzado a recorrer las sendas del Socialismo.

El reintegro de Chile al Movimiento de los No Alineados es una forma concreta de reencontrarnos con estos grandes lineamientos políticos internacionalistas, así como lo son también, el respaldo a las Naciones Unidas, y a los principios de la autodeterminación de los pueblos y a las normas de Derecho Internacional.

Para abrir paso en la conciencia popular y nacional al precedente enfoque internacionalista y comprometido, hay que trabajar incansablemente por él contrarrestar la ofensiva deformadora de la opinión pública con que la dictadura ha querido aislar a Chile del nuevo mundo que pugna por nacer y del cual nosotros los socialistas nos sentimos parte indisoluble, más allá del chauvinismo estéril, del prejuicio parroquial y de la ceguera histórica, con que se ha pretendido alejamos y oponernos a las corrientes renovadoras de la humanidad, portadoras y grávidas de un futuro socialista.

10.4. Debemos asumir las nuevas y grandes tareas que se plantea la humanidad contemporánea.

Durante los últimos decenios, el desenvolvimiento de la vida social ha ido relevando, en el mundo, ciertas áreas de problemas que durante largo tiempo estaban latentes en el seno de la sociedad, pero que ahora alcanzan especial significación, interesan y preocupan a inmensos conglomerados humanos, fenómenos a los cuales no es ajeno nuestro país y nuestra sociedad. Ellos deben por tanto, ser materia de reflexión en nuestro Congreso y los criterios con que los enfoquemos deben formar parte en adelante de nuestro discurso político, si queremos que éste refleje la problemática concreta del país real.

Entre estos temas, queremos destacar, en primer lugar, al proceso de emancipación de la mujer. La deformación del papel de la mujer en la sociedad de clases, y la forma como en la familia se reflejan las diferentes etapas, de la evolución social, colocan a la orden del día de los movimientos populares el insertar entre sus aspiraciones, la readecuación de la mujer y de la familia en el proyecto de nueva sociedad que debemos diseñar. No por postergada que haya sido esta cuestión en el desarrollo del pensamiento revolucionario, no por ello deja de ser éste uno de los grandes temas del mundo actual, y por ende, del futuro. En una u otra forma, el problema ya lo están planteando las propias mujeres, que en una u otra forma, a veces equivocada , discuten y se organizan para afirmar su presencia liberadora y auténticamente femenina en la nueva sociedad.

Otro tanto podría decirse de los asuntos relativos a la juventud. Las contradicciones que se registran en su inserción en la sociedad moderna y el impacto que está produciendo en la juventud la sociedad de consumo, nos exigen preocuparnos de este problema, con sus derivadas secuelas en la familia y en la educación. También como consecuencia del desarrollo industrial en las condiciones del capitalismo y con las deformaciones propias de la sociedad de consumo, se ha abierto todo un vasto repertorio de cuestiones relativas a la relación de la sociedad y del hombre, con el entorno natural, con el medio ambiente, cada vez más deteriorado, favoreciendo un desequilibrio en la relación entre el hombre y la naturaleza, que es menester también se asuma y enfoque con criterio socialista, cuando se quiere bosquejar una sociedad realmente humana para el porvenir.

La vasta problemática ligada a la necesidad de contrarrestar la perversa tendencia al desarrollo macrocefálico de la capital y del área metropolitana en detrimento de las regiones y provincias, con vistas a un desenvolvimiento equilibrado del país como una totalidad, y la necesidad, por tanto, de planificar desde este ángulo el desarrollo integral de Chile, se convierte también hoy en un tema insoslayable en el diseño del futuro de nuestro país.

Muy ligado a este tópico, la necesidad de ir delineando una política de respeto y de estímulo al desenvolvimiento propio de las minorías étnicas en el país señaladamente de la comunidad mapuche , se presenta también como un ingrediente imprescindible de toda propuesta, destinado a promover un desarrollo armónico del pueblo chileno en su integridad.

La Revolución Científico Técnica que ha presenciado la humanidad en el último medio siglo ha revolucionado la economía y producido tremenda influencia en todas las áreas de la sociedad. La Ciencia ha devenido en factor relativamente autónomo del proceso educativo, y la forma como se crea el conocimiento científico, se distribuye en el mundo, se manipula y explota, ha pasado a ser también tópico cardinal de nuestro tiempo, sobre todo en los países en desarrollo, con relación a los cuales, su dependencia científica y tecnológica es hoy por hoy uno de los elementos decisivos de su atraso general.

El señalar los parámetros de una política que ligue coherentemente la necesidad de aprovechar los avances científico técnicos en el extranjero que nosotros no podemos emular, con la exigencia de que en nuestra patria se desarrollen los niveles de excelencia en el trabajo científico técnico necesarios para que podamos ser capaces de crear o adaptar creativamente en este campo, es un objetivo imprescindible en todo proyecto de transformación social que cautele y desarrolle nuestras potencialidades nacionales.

10.5. Debemos esforzarnos por desarrollar, renovar, fortalecer y unir a las fuerzas de Izquierda.

Volviendo ahora a nuestro Chile, nos preocupa fundamentalmente y nuestro Congreso deberá profundizar preferentemente en ello , todo lo ligado al desarrollo, renovación, fortalecimiento y unidad de la Izquierda, y más allá de ella, de todas, las fuerzas democráticas que se oponen, resisten y se comprometen en el enfrentamiento a la dictadura.

La plena recuperación de la capacidad de convocatoria y de liderazgo de masas de la Izquierda, la vemos ligada estrechamente a la superación de sus principales carencias, que en esta coyuntura frenan su expansión y robustecimiento. Como hilo conductor de su quehacer, hay que relevar el objetivo fundamental de sus esfuerzos: la conquista del poder; de un poder democrático primero, para ir luego, llenándolo de un contenido socialista en la medida que la fuerza de la Izquierda se desarrolle y se torne hegemónico en el seno del pueblo.

Este encuadre, obvio si se quiere, pero que a veces se diluye en la brega cotidiana, significa el plantearse, en primer lugar, una nueva forma de enfrentarse al régimen, que supone, como ya se deja dicho, reemplazar lo que hemos llamado cultura política del reflujo, por una cultura política de la liberación. Esto a la vez significa, que a la par que se masifica la lucha del pueblo, debe ir radicalizándose su comportamiento en ella, en un proceso en que, comenzando con el desafío de la legalidad imperante y la desobediencia civil, se llegue a dominar todas las formas de lucha necesarias para doblegar y vencer al sistema de dominación político militar. La concreción de esta línea general y consensual en la Izquierda, en una estrategia determinada, realista y flexible, a la vez que orientadora en el trabajo político a nivel de masas y de los partidos, debe ser uno de los grandes temas debatidos por el Congreso, al calor de los debates que ya se están dando en el seno de la Izquierda y que deben profundizarse cada vez más.

Dentro de este encuadre debe, en segundo lugar, plantearse también una nueva forma de ligar a los partidos con las masas, a los destacamentos políticos que aspiran a ser vanguardia, con el pueblo todo, que es no sólo la materia prima de que se nutre el combate, sino también la fuente de energías y de iniciativas y demandas, que las vanguardias deben recoger y procesar, hasta convertirlas en un programa de lucha y en último término en una propuesta democrático revolucionaria de transformación de la sociedad chilena. Se trata, en otras palabras, de romper con la práctica superestructuralista tan arraigada en el comportamiento de la Izquierda, de concebir al pueblo como simple objeto manipulable de su trabajo político, para ir convirtiéndolo en el real sujeto del proceso democrático revolucionario, en tanto las vanguardias van elevando su conciencia al interpretarlo, a la vez que lo orientan y conducen.

En tercer lugar el encuadre de la Izquierda en la perspectiva de la conquista del poder, y con la finalidad de hacer de ella, como se ha dejado dicho, la fuerza hegemónica en el pueblo, supone también el plantearse una política de unidad de las fuerzas democráticas de orientación socialista y de raigambre obrera y popular, que le permita a la Izquierda generar el poderío necesario para ganar y capturar el poder.

Estas distintas dimensiones de¡ proceso de renovación de la Izquierda son interdependientes entre sí y se realimentan recíprocamente. Ahora queremos referimos especialmente a la forma como concebimos la profundización y desarrollo de su unidad.

10.6. Debemos avanzar desde las alianzas pluripartidistas hacia un Bloque por el Socialismo.

Ya hemos señalado que la unidad la concebimos como un proceso que debe articular dialécticamente la continuidad y la ruptura. No la concebimos como un fin en sí mismo, sino como condición de la victoria y como cimiento de la construcción de una nueva sociedad. La pensamos por tanto, construida sobre lo común y lo consensual que ha logrado ir decantándose en la ya larga trayectoria de lucha de los trabajadores chilenos. Nuestra meta es la conformación, bajo una conducción única, de una sola vanguardia dirigente de la Revolución Chilena.

Sin embargo, no confundimos la unidad y la cohesión de esa vanguardia con el monolitismo. El renuncio y el desconocimiento de las diferencias en el seno del pueblo equivale a negar la realidad y a querer borrar, en forma superestructural y burocrática, las distintas culturas y espacios políticos que integran el amplio espectro de las fuerzas democráticas chilenas. Cada una de esas culturas y espacios representa una época de la historia y de las luchas de nuestro pueblo. La que proviene de las batallas de las clases medias por la democratización y la laicización de la sociedad chilena, que se dieron desde mediados del pasado siglo, que tuvieron al radicalismo como principal protagonista y que se ha ido desarrollando y enriqueciendo con el tiempo y la experiencia hacia una convergencia con el movimiento obrero. Las que se entroncan con el despertar del proletariado, a comienzos de esta centuria y que luego se fecundan con el impacto de la Revolución de Octubre dando origen a un Partido Comunista de honda raigambre y audiencia en nuestro pueblo. Las que se ligan a la respuesta popular frente a la crisis de la dominación oligárquica en los años treinta y que encuentran en nuestro Partido Socialista su más consecuente expresión política. Las que, después, reflejan la gravitación de la Revolución Cubana en nuestra juventud y su decisión de emprender una lucha radical, sin compromisos, contra la reacción y el imperialismo y que cristalizan principalmente en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Y las que, por la misma época, traducen en el campo político chileno los profundos cambios experimentados en el seno del cristianismo, insertando, a su componente popular y a su intelectualidad esclarecida, en el movimiento democrático revolucionario.

Todas esas vertientes de nuestro espectro social y político, pasando por sobre la valiosa y aleccionadora experiencia de la Unidad Popular, están ahora presentes en el movimiento popular chileno y son ingredientes orgánicos, complementarios e imprescindibles en la conformación de la fuerza política conductora a que aspiramos. Lejos de abjurar de este origen pluralista de nuestra vanguardia, creemos que esta diversidad es fuente de autenticidad, vitalidad y riqueza. La diversidad no es la división. La unidad no es la uniformidad.

Nuestro Partido piensa que, en esta fase, la cristalización progresiva en un Bloque político de todas estas fuerzas sociales y políticas con una inspiración socialista, es la meta a que ahora debemos aspirar al calor de los diarios combates en los variados frentes de masas contra la dictadura.

Nada mejor traduce nuestro pensamiento que los conceptos de José Carlos Mariátegui, cuando expresaba, ya hace más de cincuenta años: «La variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es un mal; es, por el contrario, la señal de un período avanzado en el proceso revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se esterilicen bizantinamente en excomuniones recíprocas. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social, sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes».

Y ahora, pasado medio siglo desde que fueron vertidos estos conceptos, recogiéndolos y prolongándolos en la contemporaneidad latinoamericana, Fidel Castro, con la autoridad y legitimidad que emerge de su vida y de su obra, reitera estas ideas, que los socialistas chilenos hacemos también nuestras, cuando expresa recientemente: “Soy contrario a las capillitas y enemigo del sectarismo. Organizaciones las hay y siempre las habrá. Crecen como la hierba y sus apóstoles se reproducen como conejos. Sobran los iluminados que interpretan la verdad única».

«He visto grupos que han proclamado la verticalidad de sus principios y peleado a muerte, con cuadros que postulaban exactamente las mismas tesis. Por largo tiempo las fuerzas de Izquierda se han peleado como el perro y el gato. Esta neurosis desaparece poco a poco y el sentido común se abre paso. Urdida en un rincón, la lucha aislada envenena».

“Por todo esto me inclino a eliminar los detalles. No doy la vida por los matices y pienso que a nadie humilla hacer concesiones honradas y de buena fe. Quiero hablar específicamente de una regla que estimo tiene vigencia universal: de acuerdo con mi experiencia, toda unidad de la Izquierda es ejemplar».

10.7. No queremos volver al pasado: hay que renovar la democracia y superar el desarrollismo reformista.

Cuando los socialistas chilenos nos proponemos derrocar la dictadura para recuperar la Democracia, siempre añadimos que nuestra intención es también renovarla, que no queremos simplemente volver al pasado y reproducir las carencias de que ella adolecía y que facilitaron el éxito del golpe militar.

Tema crucial de nuestro Congreso debe ser pues, el diseño de esa democracia renovada en su perfil propiamente político y proyectarla también hacia el ámbito económico y social.

Algunas ideas matrices y fundamentales al respecto hemos ido desarrollando los socialistas en el decurso de los últimos años, que es menester considerar y analizar en nuestro próximo máximo torneo.

En primer lugar, tenemos claro que la democracia liberal y formal, de inspiración individualista, es el correlato político de una economía capitalista, ya sea en su versión pura y ortodoxa, ya sea en su versión reformada por la acción del Estado y de los trabajadores, persiguiendo objetivos de desarrollo económico y de progreso social.

La democracia liberal, ligada a esta versión reformada de la economía capitalista, demostró en nuestro país como en otros de la América Latina, su incapacidad para resolver el empate social en que desembocaron los conflictos por la distribución de la renta nacional, y su ineficiencia para implantar un marco político eficaz y funcional con un desarrollo sostenido, acelerado y autosuficiente de la economía, transcurrida la etapa del desenvolvimiento fácil, sustitutivo de importaciones.

El impasse a que condujo esa incapacidad y estas ineficiencia de la democracia tradicional creó, en lo político y en lo económico, las condiciones para la emergencia de la contrarrevolución, sobre todo cuando los avances del movimiento popular incluso con la captura de posiciones de Gobierno, como fue el caso de Chile , pusieron en peligro la subsistencia del orden social existente.

De lo que se trata ahora es de modelar un tipo de organización social democrática que supla esas insuficiencias de lo que podríamos llamar el democratismo formalista, si nos atenemos a su cara política, o el desarrollismo reformista o populista, si repararnos en su contenido económico social.

Está claro, sin embargo, para nosotros, que esa forma de democracia y el modelo económico desarrollista enmarcado en ella, pese a sus limitaciones, fueron capaces, en lo esencial, de garantir el respeto a los derechos humanos aún con las deformaciones que ellos revisten al refractarse en la economía capitalista, y de posibilitar una mejoría relativa de las condiciones de vida del pueblo y su creciente participación en a vida económica y social. Este juicio nos parece ahora tanto más correcto y evidente, cuanto que la dura experiencia del fascismo que estamos viviendo, nos permite valorar mejor la significación de la libertad que hemos perdido y de la justicia que nos está siendo negada. Pero también está igualmente claro, que dentro de los marcos de una economía capitalista, el desarrollo democrático tiene un límite, y que cuando se requiere ir más allá de las reformas de superficie, que el sistema puede absorber, para intentar darle a la democracia un contenido social y económico transformando la estructura social, entonces, la contrarrevolución emerge como respuesta al proyecto transformador. Y ese proceso hacia la ampliación y profundización de la democracia, es entonces abruptamente interrumpido por la violencia y el terror al servicio de los intereses amenazados por los cambios sociales, y en especial los de su bastión más firme, el capital monopolista. Y he ahí el fascismo.

10.8. Hacia una democracia con contenido social, participativo y creador.

Para que el insuficiente desenvolvimiento de la democracia no engendre las condiciones para la emergencia del fascismo, es menester profundizarla y ampliarla progresivamente, lo que quiere decir acometer la empresa de transformar la economía capitalista en la dirección del socialismo, y permitirle así al pueblo, la posibilidad real de ejercer sus derechos y usar sus libertades, de elegir a sus gobernantes, de participar en la gestión de los asuntos públicos y de asumir sus responsabilidades en la realización de las tareas y el cumplimiento de las metas que soberanamente se fije.

La democracia en desarrollo así concebida, se confunde con el proceso de modelación de una nueva y más justa sociedad; no se limita sólo a la participación esporádica y ocasional en la designación de autoridades, en el acto formal del sufragio, sino pasa a ser, en verdad, la inserción del ciudadano de manera permanente en una sociedad en movimiento y transformación, a través de su participación en todas las fases del proceso político, el que, por otra parte, por intermedio del Estado, está conscientemente orientado a elevar el nivel de la existencia de todos y de cada uno de los integrantes de la comunidad nacional.

Ya a principios del siglo pasado, en plena gesta de nuestra independencia, el libertador José de San Martín vislumbró esta renovada y totalizante concepción de la democracia cuando percatándose de las limitaciones de su versión liberal y formalista, proclamaba que «el mejor de los gobiernos no es el más liberal en sus principios, sino el que hace la felicidad del pueblo».

De esta visión de la democracia arranca incluso otra fundamentación para la legitimidad de los regímenes sociales, que no incide sólo en su origen, sino que se integra y completa con su capacidad para hacer cada vez más digna, justa y rica la existencia del hombre.

¿Y no es hacia esta versión renovada de la democracia, hacia donde apunta el dirigente democratacristiano Radomiro Tomic, cuando se pregunta, después de registrar las limitaciones de la democracia durante el capitalismo, «por qué no partir, en cambio, en América Latina, de la exigencia perentoria ética, institucional y práctica , de que la legitimidad del régimen político social debe basarse primeramente en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, en el respeto efectivo de los derechos esenciales del hombre».

Alrededor de estas ideas pensamos, los socialistas, que es posible bosquejar para Chile una democracia, construida sobre la base del respeto irrestricto a los derechos humanos y del reconocimiento del origen popular del poder, cuyo contenido sea la satisfacción de las necesidades del hombre y el enriquecimiento de su existencia, y cuya fuerza la reciba del respaldo consciente, participativo y organizado del pueblo en la toma de decisiones y en su realización.

10.9 Hacia una transformación democrático revolucionaria de la economía en la dirección del socialismo.

Las líneas centrales de esta orientación renovadora de nuestra democracia como se deja dicho, se vinculan a una paralela reconstrucción de la economía en el sentido del socialismo.

La experiencia chilena y muchas otras en las más variadas latitudes, demuestran que esa transformación de la sociedad no se alcanza, si el proyecto de cambio social degenera en lo que ya denominamos «un desarrollismo reformista o populista», en la que el Estado deviene, en último término, en un árbitro entre las distintas clases sociales y fracciones de clase, sin proponerse resolver los conflictos planteados en la dirección del socialismo, manteniéndose a la postre un inestable equilibrio político social con perniciosos efectos económicos.

En efecto, tal estado de «desarrollismo reformista o populista», de empate social y de indefinición, mantenido merced a concesiones recíprocas a los intereses sociales divergentes en el marco de una economía todavía capitalista, sólo puede subsistir a costa del desequilibrio del comercio exterior, del endeudamiento externo, del déficit fiscal y del sector público de la economía y de la distorsión del sistema de precios, haciendo con ello imposible que el mercado cumpla su función reguladora de la vida económica, antes de que el sistema planificador estatal haya logrado desarrollarse para sustituir a aquél, como patrón de funcionamiento de la economía.

La política reformista o populista termina por generar los mencionados desajustes desorganizadores de la vida económica, como consecuencia de querer contentar a todos, con lo que, en definitiva, no se logra satisfacer a nadie, creándose un clima social propicio a la contrarrevolución.

En el plano monetario, todos esos desequilibrios se traducen en una indetenible tendencia inflacionista, resolviéndose en definitiva, vía alza de los precios, el proyecto imposible de querer, simultáneamente, satisfacer las necesidades populares y promover el desarrollo manteniendo intocadas las bases estructurales de la economía y sus mecanismos de acumulación y de reproducción. O sea, sin sacrificar ningún interés de clase.

En último término, el desarrollismo populista conduce al estagnamiento económico y a la desorganización social, y si, en esas circunstancias no surge una fuerza revolucionaria reordenadora de la sociedad, a un nivel superior, o sea, socialista, se generan condiciones favorables para el retorno a las políticas económicas de derecha, con mayor o menor ingrediente de fascismo en lo político, según sea la gravedad con que se perciba la inminencia de trastornos sociales revolucionarios por las clases dominantes.

La salida democrático revolucionaria a la crisis a que conduce el desarrollismo populista, o la política destinada a hacer posible el desarrollo económico, paralelo a la satisfacción de las necesidades básicas de la población, sin caer en el populismo infecundo, sólo se pueden fundamentar en la transformación de la estructura capitalista de la sociedad, a través de un proceso en que el Estado vaya, conscientemente, asumiendo el rol de planificador de la economía en función del desarrollo y del mejoramiento posible de la condición de vida popular, vaya generando un área de propiedad pública sobre los sectores claves de la economía y vaya tomando sobre sí la responsabilidad de acumular los excedentes económicos necesarios para promover el desenvolvimiento productivo.

Este proceso tiene un desarrollo más o menos largo, durante el cual subsiste un importante sector privado en la economía, en la cual deben desarrollarse formas cooperativas y autogestionarias de propiedad, paralelas al área estatal, con la mira de evitar el estatismo, el burocratismo y la ineficiencia y de darle al mercado una función complementaria al Estado en la asignación de recursos, dentro del plan general. Preocupación fundamental, durante el proceso de transformación económica nacionalización de los monopolios y de los sectores estratégicos de la economía, recuperación de la propiedad nacional sobre los recursos naturales enajenados, prosecución de la Reforma Agraria , debe ser el evitar que en el intertanto se produzcan en la economía desequilibrios de tal naturaleza que desorganicen la estructura productiva y generen escasez y carestía o desempleo, imposibilitando la reproducción del sistema y generando un clima de inseguridad general, antes de que existan todavía las condiciones políticas para la consolidación del nuevo orden social que se va gestando en el seno del sistema económico anterior.

En la consecución de este objetivo tiene importancia fundamental el dotar de garantías al sector privado subsistente, firmes y confiables. Asimismo, adquiere en estas circunstancias, gran relevancia, el frenar las tendencias inflacionistas que siempre se desarrollan en períodos como éste, no sólo velando por el equilibrio en el comercio exterior y en la economía fiscal y del área pública, sino también actuando directamente sobre la demanda, restringiendo el poder de compra de los sectores de altas rentas por vía impositiva o del ahorro forzoso, proceso complementario al de la supresión de la oferta de artículos suntuarios, superfluos o socialmente innecesarios.

Las líneas centrales de toda política económica, democrático revolucionaria para Chile, debe importar una respuesta popular y nacional a las tendencias a la transnacionalización de la economía y a la acentuación de una neo dependencia, que se hacen dominantes en la actual economía del mundo capitalista. No se trata de propugnar el aislamiento en un mundo cada vez más interdependiente, ni de crear economías autárquicas, anacrónicas e ineficientes en la época actual.

Pero sí se trata de generar en el país un núcleo económico endógeno que, dotado de capacidad decisoria y de una base material y productiva, permita, sin comprometer el desarrollo hacia adentro de la economía, su adecuada inserción en el mercado exterior, que priorice, las exportaciones para las que tenemos ventajas comparativas y evite la proliferación de actividades industriales antieconómicas y sobreprotegidas que nuestra propia experiencia ha, revelado, constituyen un pesado fardo, cuyo costo recae en la economía del país todo y en el nivel de vida popular.

 

Los perfiles expuestos de nuestra visión de la fase democrático revolucionaria que se abre con el derrumbe de la dictadura, y que deberá precisar y profundizar nuestro próximo Congreso, descansan en un supuesto político primordial: el desarrollo y la maduración de una fuerza política poderosa y homogénea, capaz de conquistar la hegemonía ideológica en el pueblo y disputarle, palmo a palmo, a la reacción, la dirección de las conciencias, volcando en su favor la correlación de fuerzas sociales y políticas. Se crean así las condiciones para implantar los cimientos de una sociedad colectivista, etapa que los socialistas chilenos llamamos una República Democrática de Trabajadores, antecedente y preludio de la sociedad socialista.

La constitución de esa vanguardia política unitaria y dirigente, en el período de transición el período de la democracia revolucionaria y antifascista , constituye el supuesto primordial para avanzar hacia el socialismo, porque sólo a través de esa vanguardia unida es posible acumular fuerzas políticas, sociales e ideológicas suficientes para elevar el nivel de conciencia de las masas, orientar y dirigir a las fuerzas sociales progresistas en especial la clase obrera , tras los objetivos revolucionarios, e inspirar y respaldar la acción transformadora de un Estado democrático, fuerte y robusto, capaz a la vez, también, de hacer frente a la contrarrevolución y a los gérmenes de anarquía, que siempre proliferan en el conflictivo decurso de los procesos revolucionarios.

La construcción de una democracia viva y vigorosa, a la par que la remodelación de la estructura económica, de la sociedad, suponen un alto nivel de conciencia política en el pueblo y en las masas, capaz de ir permitiendo el desplazamiento en el tiempo y reordenando en función de los valores socialistas, la satisfacción progresiva de las aspiraciones populares hacia un porvenir más justo, hacia una vida más rica y feliz.

Lo que en casi todas las experiencias revolucionarias ha sido una etapa difícil y dura, que el propio desarrollo del proceso va haciendo necesaria para hacer avanzar la Revolución, creemos nosotros que en Chile es posible preverla y dirigirla consciente y planificadamente, con el mínimo costo social posible, si es que logramos formar esa fuerza política conductora, homogénea y hegemónica, instrumento y viga maestra de la edificación revolucionaria.

 

En la forja de este ambicioso proyecto de construcción política queremos, los socialistas, jugar un rol principal, no por un afán voluntarista, sino teniendo en cuenta la potencialidad revolucionaria del espacio político socialista en Chile, que nuestro Partido debe ocupar y fecundar. Queremos colocar al servicio de esta empresa todo el acervo humano, orgánico, político e ideológico de un Partido Socialista engrandecido, con vocación de liderazgo, a la vez que respetuoso y consciente del apronte con que las otras fuerzas de la Izquierda deben concurrir para generar la vanguardia dirigente de la Revolución Chilena.

La significación y la entidad de la contribución del Partido a esta tarea depende, en gran medida, de que sepamos superar los resabios de sectarismo, de que seamos capaces de abrimos hacia el pueblo y hacia lo nuevo, generosa y creativamente.

Ello sólo es posible si reafirmamos nuestro carácter de partido inspirado en la teoría revolucionaria del proletariado y guiado por los principios de¡ centralismo democrático en su organización interna. No queremos ser un conjunto de elementos heterogéneos, accidentalmente unificados, sino un crisol para fundir en una sola voluntad y hacia una sola dirección, las energías que recibimos de las fuerzas sociales en que estamos enraizados y debemos interpretar y conducir. En esta empresa, tenemos presente lo que dijera Lenin al afirmar que la construcción de una nueva sociedad «no es posible realizarla mediante acciones aisladas de heroico entusiasmo; ella exige el más prolongado, el más persistente, y el más difícil heroísmo de masas en el trabajo de todos los días».

 

Momento decisivo en este esfuerzo de superación socialista, queremos que lo sea la realización del XXIV Congreso General Ordinario de nuestro Partido.

Lo concebimos como un Congreso de Unidad y de Lucha, como una respuestas creadora a los desafíos de la vida, como un jalón en el avance de la resistencia y de la lucha contra la dictadura, como una oportunidad histórica para engrandecer a nuestro Partido y como un saludo a la memoria de nuestros fundadores, héroes y mártires, en los que cristaliza nuestra voluntad de entrega al pueblo, a Chile y a la revolución. Un saludo a la memoria de Matte y de Grove, de Barreto, Llanos y Bastías, a la de Exequiel Ponce y José Tohá, a la de Carlos Lorca y Orlando Letelier, y sobre todo, a la de Salvador Allende, cuya vida socialista y militante, consagrada a la unidad del pueblo chileno y a la realización de los ideales socialistas y cuya muerte en combate, son y serán siempre, fuente inagotable de inspiración y de fe en el porvenir, en Chile y en el Socialismo.

Convocamos pues a todos los socialistas chilenos a redoblar su voluntad y su decisión de lucha contra la dictadura, a través de su participación en el Vigésimocuarto Congreso General Ordinario del Partido Socialista de Chile, que más allá de ser un evento socialista, queremos que sea un vibrante y apasionado llamado a todos los demócratas chilenos a unir y concentrar, a batallar y combatir.

Viva el XXIV Congreso del Partido Socialista de Chile!

¡Viva Chile!

¡Venceremos!